"Everyone can do it. Well, it depends on where you were born."
Todos los videojuegos contienen referencias. La inspiración ha funcionado como herramienta para toda la historia de la humanidad en todos los ámbitos imaginables. Desde un traspaso de conocimientos básicos entre civilizaciones hasta las creaciones más sublimes, complejas e incluso abstractas que hemos sido capaces de configurar. Las cosas no se hacen de la nada, nunca. Necesitamos conocimientos, pequeños pasos aquí y allá, inabarcables por un solo intelecto; “a hombros de gigantes”, en referencia a todo el entendimiento acumulado durante generaciones. Y esto, que parece casi reservado para la erudición científica, es igualmente aplicable a casi todo el mapa conceptual que manejamos, incluso si nos referimos a la creatividad más relacionada con lo artístico.
Seamos sinceros: se nos da bien copiar. No en el mal sentido de la acción, ni mucho menos. Es una de las cualidades del ser humano que solemos ver como negativo pero que, en cierto modo, supone todo lo contrario. La constante observación, asimilación y aprendizaje de lo hecho por otros (a lo que sumamos mejoras en cada paso) ha permitido que estemos hoy aquí, leyéndonos a través de pantallas a miles de kilómetros de distancia, viendo imágenes capturadas en el espacio o jugando a sistemas interactivos creados por alguien en las antípodas de nuestro hogar. Capitalizar esta capacidad de copia ha generado penalizaciones a la misma para maximizar el rédito económico y, en cierto modo, es uno de los principales alicientes de que veamos como negativo cuando una obra se inspira en otra o emplea conceptos que ya exploraron otros, solo aceptando por válido lo exclusivamente original. Pero los asuntos de la propiedad intelectual dan para mucho y tal vez debiéramos explorarlos otro día.
Hoy venimos a hablar de White Shadows, que no muestra complejos en mostrar sus evidentes referencias. Encarnando a una pequeña chica pájaro, buscaremos la luz así como Monokel encontró la iluminación en Playdead, los creadores de Limbo e Inside, que actualmente trabajan en una nueva obra pero que han dejado por el camino una estela ahora seguida por otros. Pero, de nuevo, no pensemos en la inspiración como una burda copia, sino como una toma de referencias (tan relevante en esta industria) con personalidad propia y con un estilo característico que hacen de White Shadows una obra perfectamente reconocible en su singularidad.
Nuestro alrededor es hostil. Esto se hace evidente en los primeros instantes de juego. Ruidos metálicos y fracturados, estática sonora y multitud de claroscuros ambientan un scroll lateral con escenarios en 3D que solo están salpicados por luces dispersas, pero nada de color. En cierto sentido parece que huimos, aunque al principio no sabemos muy bien de qué o quién. White Shadows no es un juego especialmente críptico, como sí lo eran Limbo e Inside y sus cientos de teorías generadas por fans en busca de una explicación de los acontecimientos. Aquí, prestando atención a la trama, entenderemos sin demasiados problemas qué ha llevado a la situación en la que nos encontramos. Las dudas, eso sí, se reservan para el transcurso del propio videojuego, que presenta algunas escenas algo extrañas cercanas al final y sobre las que tocará teorizar un poco.
Si hablamos de escenas extrañas toca hacer referencia a la gran particularidad del título: su extravagancia y rareza. Es difícil describirla sin derivar a las dos obras audiovisuales que creo que mejor la representan en semejanza: Brazil y 12 Monos. Aunque la primera me parece con toda seguridad el ejemplo más cercano, ambas representan cierto toque absurdo y desequilibrado. Distopías donde la humanidad ha traspasado unas líneas de perturbación y lunatismo en pro de una serie de valores que a día de hoy vemos imposibles. White Shadows presenta este mismo espíritu, reformado para su ambientación más centrada en una escala jerárquica de animales que, como una máquina perfectamente engrasada, se explotan unos a otros de las formas más horribles y creyendo firmemente que hacen lo correcto.
Antes de empezar, el título nos avisa de que vamos a presenciar sin reparos una representación que incluye escenas de racismo, crueldad hacia los animales, trabajos forzados y otra serie de elementos que pueden dañar la sensibilidad. Es cierto que no hay demasiados momentos explícitamente gráficos en cuanto a violencia se refiere, pero esta crueldad se torna evidente en muchos momentos aun siendo fuera de plano, por lo que el aviso es la decisión más adecuada para evitar que nadie sufra inintencionadamente. Y sí, habrá quien piense que quizás todo esto debiera estar censurado o habrá quien crea que el aviso sobra y que somos demasiado sensibles, pero yo seguiré pensando que la mejor forma de entender una obra es conociendo su contexto y teniendo una amplia perspectiva, algo que solo ocurre dándole la información al receptor.
En lo que parece una gigantesca ciudad industrializada a más no poder, nuestra pequeña chica pájaro deberá desenvolverse a través de pasadizos, plataformas e incluso trenes, en busca de algo. Los motivos de nuestro éxodo son dudosos, aunque no es difícil pensar en escapar de las fauces de un sistema construido para exprimir al máximo cada elemento de su estructura. En referencia a esa jerarquía que mencionábamos, podemos apreciar cómo los cerdos, explotados incesantemente en cadenas sin fin, parecen estar por encima de los pájaros, llegando a entretenerse gracias a su desdicha. Es una forma de aceptación de la posición social forzada: hemos nacido de una manera y por ello merecemos lo que nos pase. No hace falta recordar a qué situaciones en categoría de genocidio nos retrotrae esto, pero son buenos elementos a tener en cuenta para recordar cómo la estructura sistémica se puede dibujar de forma que unos superen a otros por motivos esencialmente arbitrarios.
Todos somos iguales, excepto cuando no lo somos. La inducida sensación de pertenencia a un colectivo mayor que nos propone como eslabones de una cadena, como parte de un gran aparato sistémico que tiene cabida para todos, suele suponer una aceptación de las desigualdades internas porque “unos contribuyen más y otros menos” a ojos del privilegiado. Se trata de una estructura de poder en la que, al final, siempre hay un grupo oprimido que queda acusado de los males que nos acontecen. Suelo recurrir a menudo a las generaciones jóvenes como argumento, pero es fácil ver la analogía con la demonización de estas por parte de otros, insinuando que la situación está como está porque “los jóvenes son vagos” o “no quieren trabajar” cuando, en realidad, conozco a pocos que no sobrevivan a duras penas en alquileres que se llevan más de la mitad de su salario.
Light is everything
Decíamos al inicio que White Shadows posee personalidad propia, pese a sus referencias. Hay obras que, más allá de su mensaje, trascienden por su marcada estética. La filia hacia la producción lumínica, un bien bastante preciado en este mundo de penumbra constante, genera estampas preciosas de tono grisáceo como las que acompañan estas líneas y que fácilmente se quedarán en nuestra memoria, así como quedaron Limbo e Inside en su momento. Al fin y al cabo, la luz lo es todo, y trabajaremos para producirla, aunque esto pueda costarnos la vida, nuestra familia, o ambas cosas.
Esta crítica se ha realizado con una copia adquirida por la propia redacción.