Un, dos, tres, y...
Wario siempre ha sido el desplazado, quizá no tanto como Waluigi, pero su sitio como antagonista de tercera es bastante triste. Hace dos décadas que no recibimos un Wario Land y tuvo algún que otro juego aparte como Wario: Master of Disguise, pero poco más. Sin embargo, ha tenido otra saga principal de la que ocuparse, con tintes más alocados y con bastante libertad creativa: WarioWare. A su vez, existe otra saga que se podría considerar hermana, con los mismos componentes de humor absurdo y partidas rápidas, y esa es Rhythm Paradise (o Rhythm Heaven en el otro lado del charco). No es casualidad que ambas sagas sean tan parecidas en esencia, ya que fueron creadas por estudios similares dentro de Nintendo. Solo voy a hablar de las entregas de DS por dos razones principales: porque supieron sacarle el máximo jugo con mecánicas que después definirían el mercado móvil en una consola ya de por sí revolucionaria, y porque son los únicos que he jugado en profundidad. No se puede ser perfecto en todo.
Comencemos con lo gordo: WarioWare: Touched! consiste en una serie de microjuegos que se suceden a toda velocidad con una duración de apenas segundos. En su debut en Game Boy Advance no pudo triunfar demasiado debido a que la consola no incorporaba nada muy particular, pero en DS la cosa se fue de madre, haciendo uso del micrófono y la pantalla táctil para completar todos esos microjuegos, ignorando casi por completo los botones. En el modo Historia, por llamarlo de alguna forma, tendremos que ayudar a varios personajes en sus quehaceres diarios, y cada personaje tendrá unos microjuegos distintos. Una vez completados, tendremos un microjuego especial algo más largo y complicado. Todos los microjuegos que hayamos visto se guardarán en una galería, donde podremos rejugarlos hasta que perdamos todas las vidas o dominarlos si llegamos a una racha lo suficientemente larga. Sin embargo, no desbloquearemos todos los microjuegos de un personaje de golpe, por lo que tendremos que volver con él para descubrir cuáles nos faltan.
Para evitar el tedio, todos los personajes tienen microjuegos únicos para que no sea una y otra vez lo mismo, y cada microjuego tiene tres niveles de dificultad, dependiendo de lo mucho que avancemos. La cosa no queda ahí, porque tendremos una especie de cajón desastre con un montón de juguetes divertidos con los que trastear, siendo algunos tan simples como una anciana que te da consejos hasta un ping-pong para dos jugadores en la misma consola. Está lleno de detalles, como varias canciones con letra en algunos personajes, o que la historia, pese a ser excesivamente ridícula, tenga sus giros imprevistos y complicaciones. El juego en sí mismo te lo ventilas en una tarde, pero es todo ese contenido extra el que lo mantiene durante otras muchas horas más. Si quieres ser el mejor, tendrás que currártelo bastante.
Rhythm Paradise, por otro lado, intenta tomarse algo más en serio. Es más personal, puesto que siempre te está animando para que continúes o te tomes un descanso. No hay presión, solo la que tú te quieras imponer y lo exigente que quieras ser contigo mismo. Los minijuegos son largos, todos con una canción que se te quedará hasta el final de los días, y lo único que tendremos que hacer es seguir el ritmo. Por suerte, es bastante permisivo, así que incluso los menos acompasado tendrán una oportunidad de completarlos (aunque algunos son bastante puñeteros). De vez en cuando aparecerá una señal que nos indicará que podemos hacer perfecto un minijuego, siendo esto no fallar ni una sola vez. Estas oportunidades son aleatorias, pero al menos tendremos un par de intentos por si acaso. Al igual que en WarioWare, tendremos una pequeña zona de descanso en la que probar algunos juguetes rítmicos, como una tarjeta de visita que si golpeamos con un pulso concreto hará sonar una batería al compás. Son bastante menos juegos que en la saga de Wario, pero igual de divertidos.
Os estaréis preguntando por qué estoy hablando de dos juegos tan “pequeños” y de los que quizá no se puede hablar mucho más. La razón es muy sencilla: es verano. El verano es un momento perfecto para descansar, o al menos debería serlo. En mi caso ha sido un curso bastante estresante, con muchas cosas buenas que me han ayudado a mantenerme cuerdo, pero en el que apenas he podido descubrir juegos nuevos. O jugar, directamente. Me ha resultado tan duro que este mes he realizado muchas compras compulsivas de juegos que a saber cuándo voy a poder jugar siquiera… y eso no es bueno, ni para mi cartera ni para mí. Por ello, me he decidido a terminar todo aquello que tengo a medias, pero con la máxima tranquilidad del mundo, y estos dos son perfectos. Ya hablé el año pasado de que hay juegos que son perfectos para relajarse, que no todo tiene por qué ser una película con una trama enrevesada y con explosiones y gente gritando. A veces, lo mejor es la tranquilidad y la perfección en lo más simple, y estos juegos dan ambas cosas. Son sagas que, por lo que se sabe, funcionan medianamente bien aunque su público sea de nicho, pero son geniales para explorar los límites de jugar en sí mismo, por una zona que no sorprende tanto ni transmite a través de sus controles, pero convirtiéndose, ni más ni menos, que en un juguete.
Jugar por jugar
Es normal que se nos olvide que los videojuegos son juegos. Es decir, lo sabemos, pero no somos tan conscientes. Hubo muchas risas con los juguetes que van a sacar de Amog Us, y no termino de comprender por qué. Among Us, al igual que Fortnite, son juegos para todos los públicos pero especialmente enfocados para niños, al igual que lo es Pokémon. No hay nada de malo en disfrutar de estos títulos siendo adultos, es más, ojalá todo el mundo lo hiciese, pero que tú lo disfrutes no significa que esté hecho específicamente para ti. El ajedrez, el parchís, la oca, el dominó… Adoramos jugar tanto si somos niños como si tenemos noventa años, y tanto WarioWare como Rhythm Paradise nos lo demuestran constantemente. Jugar no es meramente humano ni algo que nos haga especiales, al fin de cuentas somos animales, por lo que no es explícito que siempre tengamos que ir más allá. Con una tarjeta y una caja es más que suficiente.