TikTokerización lúdica
Dicen las malas lenguas – concretamente, aquellas que pertenecen a los escépticos de las nuevas tendencias sociales, a los adversarios del decoro y abanderados del paternalismo; a los que piensan que estamos abocados al fracaso generacional – que la tiktokerización que se está llevando en nuestras redes (y, casi colateralmente, en nuestro modo de vida) no solo nos nutre de contenido menos interesante, menos profundo, más superficial, sino que también es capaz de generar déficits de atención a medio plazo, dado el bombardeo constante de información al que se nos expone en brevísimos periodos de tiempo. Al fin y al cabo, después de consumir algunas decenas de reels (en el caso de Instagram) o shorts (YouTube) de no más de un minuto de duración, descartando y despreciando por el camino aquellos vídeos que en apenas dos segundos decidimos que no merecen nuestra atención, ¿quién es capaz de dedicar varias horas a sumergirse en lo último de Sanderson, a apreciar las estampas de la reciente adaptación cinematográfica de Dune, a comenzar ese RPG de 50 horas al que tantas ganas le teníamos hace un mes?
Tengan razón o no, he de admitir lo irónico que se me antoja el hecho de que en la fragua de dicho contexto se haya dado lugar también a WarioWare: Get It Together!, una obra que, como sus predecesores, basa su premisa precisamente en el bombardeo incesante de información, eso sí, subvirtiendo los elementos que caracterizan a la app anteriormente conocida como Musical.ly en pro de proporcionarnos minúsculas experiencias no necesariamente de nuestro interés o agrado, pero sí siempre frescas y divertidas. Sin necesidad de un scroll infinito hacia el que despedir el contenido visualizado (ese scroll, de hecho, no duraría aquí más de las tres o cuatro horas sobre las que oscila su campaña), y permitiéndonos revisitarlo y redescubrirlo en su totalidad a través de diferentes desafíos temáticos, Get It Together! no solo se diferencia de TikTok en lo hasta ahora comentado, sino también en algo que le permite alzarse y exhibirse como único dentro de su propia serie: comprende sus minijuegos como una fiesta; la experiencia compartida como un elemento inherente a la fórmula original. Comprende que, en una situación de juego local óptima para su disfrute, resulta más acertada la interacción cooperativa entre iguales que la competitiva o la unidireccional creador-receptor (algo también explorado previamente en WarioWare: D.I.Y), y hace de ello quizás su mayor acierto.
El experimento de orientar todo el conglomerado narrativo, visual y jugable hacia una experiencia para dos (en el caso del modo Historia) o cuatro jugadores (en el caso de ciertos desafíos adicionales bautizados como Popurrí) se antoja acertado, orgánico, coherente; sarcasmos aparte, casi parece mentira que Inteligent Systems, equipo también responsable de Metroid, Fire Emblem y Paper Mario, no haya pensado en visitar este enfoque hasta ahora, resultando especialmente bonita la casualidad de hacerlo en Switch, un hardware que parece estar oportunamente medido al milímetro para él. Parece obvio, entonces, el hecho de que la selección de más de 200 microjuegos presentes es completamente nueva, habiéndose readaptado al juego con dos joy-con algunos grandes clásicos de antaño y dejando hueco, cómo no, para los guiños hacia algunas de las más brillantes sagas de Nintendo, los cuales ocupan sin lugar a dudas los puestos más altos en mi tier personal de favoritos. Es de justicia admitir que no lo tenían especialmente difícil, pues al factor nostalgia bien puede sumarse la cierta dejadez en el diseño que lucen algunas de estas experiencias, una aspereza que, entiendo, surge de la inmediatez con la que se suceden al contar cada una con tres segundos de duración en el mejor de los casos. No por ello es algo justificable, pero tampoco nada flagrante: pese a las irregularidades, WarioWare sigue ofreciendo situaciones muy inspiradas, muy divertidas, y, consecuentemente, muy rara vez permaneceremos apáticos al descubrir un nuevo nivel.
Más allá de esta bien medida cooperación (donde la comunicación pasa a coronarse como un factor vital, donde un fallo de alguno de los participantes conlleva directamente el fracaso del reto en cuestión, y donde las situaciones confusas y cómicas se duplican al no solo tener que determinar qué hemos de hacer en cada minijuego, sino también que hará nuestro compañero para superarlo), se ha aprovechado la ocasión para introducir una nueva variable, probablemente con menos tino pero especialmente agradecida si se viene de disfrutar de los capítulos anteriores de la saga. Por avatares del destino, Wario se verá acompañado en su nuevo periplo permitiéndonos acceder a una serie de personajes controlables – algunos más que de sobra conocidos como 9-Volt -, haciendo gala cada uno de importantes características únicas (modo de disparo, desplazamiento, capacidad para levitar, etcétera). En según qué escenarios, deberemos de configurar un equipo con algunos de ellos, y estos se irán intercambiando aleatoriamente cada vez que enfrentemos un nuevo minijuego, modificando radicalmente nuestra forma de encarar tales desafíos. Aunque nuevamente es fácil volver a encontrar en su elenco personajes extremadamente polivalentes y personajes francamente olvidables, e incluso algunos que simplemente no encajan con algunas de las pruebas existentes, el concepto funciona en la práctica, y, si bien hubiese sido genial ver un mayor aprovechamiento de las parejas de personajes (algunos están ideados para ser seleccionados por los dos jugadores al mismo tiempo), los ingredientes aquí presentes, ninguno relacionado con la vibración HD ni con los controles por movimiento, ya le aportan suficiente irracionalidad y aleatoriedad a un conjunto ya de por sí desquiciado.
Que esa vorágine de estímulos lúdicos quede siempre patente en pantalla en forma de efectos de partículas, sprites saturados, diseños imposibles y diversísimos estilos visuales es lo que más refuerza su game feel, y es lo que hace que taponar una nariz, mecer a un bebé o mover las aspas de un molino resulte algo tan placentero como extravagante, más aún cuando todas esas acciones se pueden llevar a cabo – a diferencia de las últimas producciones de Nintendo – sin que la tasa de frames se menee lo más mínimo. Sin embargo, entre aciertos y desaciertos, surgen las dudas, y en esta ocasión todas apuntan a un mismo lugar: la Copa Wario, una interesante modalidad enfocada al soporte post-lanzamiento gracias a la cual podremos acceder semanalmente a nuevos desafíos. Es una posibilidad lógica y francamente acertada, pero viendo el rendimiento que han tenido en el pasado propuestas tan atractivas como ARMS, no puedo evitar sentir extrema curiosidad y cierto recelo ante el futuro cercano de la franquicia.
El challenge de los challenge
Tan absurdo y extravagante como siempre, Wario se estrena en Switch presumiendo no solo de una salud envidiable sino también de una versatilidad única con las que pocas franquicias de Nintendo han demostrado contar en los últimos cuatro años. Más inmediata, completamente tiktokerizada, Get It Together es una imperfecta pero muy decidida apuesta por la acción local que consigue lo que pretende: hacernos reír, pasarlo bien, algo de lo que a día de hoy, en una industria emperrada en alcanzar su madurez a punta de cañón, muy pocas aventuras pueden presumir. No es algo que deba pillarnos desprevenidos, al fin y al cabo: está comprobado que el minijuego, como el amor, es cosa de dos.
Esta crítica se ha realizado con un código de descarga para Switch cedido por Nintendo España.