Vuelve la plaga, vuelve el rey
La semana pasada tuvo lugar el pistoletazo de salida de la nueva vieja expansión de World of Warcraft Classic, con el preparche que se anticipa a la llegada de Wrath of The Lich King, conocida entre otras cosas por ser considerada la mejor expansión de la historia del título. Este renombre difícilmente pasa desapercibido, una hipérbole donde las haya. He de confensar que, tras muchos años jugando al MMO, soy una de esas personas que se unen al coro de “que bueno era Lich King, todo se ha ido al traste desde entonces”, como un mantra, o quizás como una falsa verdad. Son muchos los cambios que han ido sucediendo en el juego desde el otoño de 2008, todos planteados con la intención de ofrecer siempre el mejor producto posible (o eso quiero creer). De una forma u otra, siempre pasa lo mismo. Es más bonito mirar hacia atrás que comerse el plato que tienes delante, así se puede ver con los jugadores del juego en su versión de retail.
Entonces ¿es cierto que antes el césped era más verde y la comida más sabrosa? sí, y no. Desde nuestra posición actual, comparando el presente con tiempos de antaño, los cuales no residen sino en nuestra memoria, es muy fácil dejar que sólo fluyan hacia fuera los asociados a buenos momentos y todo el contexto más negativo se quede en el fondo. Lo sorprendente de todo esto es que si nos paramos a analizar estrictamente las características y factores jugables presentes en la versión actual y en las antiguas expansiones, retail debería ser sí o sí un mejor juego. El desarrollo de World of Warcraft, al igual que muchos otros juegos, ha tenido por bandera una mejora continua en la calidad de vida (o QoL, quality of life). Así, cada expansión ha incluido, junto a nuevo contenido, cambios en el sistema de juego para dejar atrás el tedio de ciertas situaciones.
Por ejemplo, en tiempos más remotos, en los que se podía fumar en los bares y el WoW todavía estaba naciendo como fenómeno, reunir a tus compañeros para entrar a una mazmorra era una tarea bastante tosca, en la que todo el mundo debía desplazarse con sus propios medios a la entrada de esta, pudiendo necesitarse de una cantidad considerable de tiempo para juntar al grupo. Con la llegada de la primera expansión, The Burning Crusade, se introdujo la opción de invocar al resto del grupo desde las piedras de encuentro localizadas en las puertas de las mazmorras, permitiendo así que sólo dos personas tuvieran que desplazarse, para que las más alejadas de la zona fueran teletransportadas. En futuras expansiones, los jugadores pudieron incluso olvidarse de invocar a sus amigos en las mazmorras normales, puesto que el propio sistema de buscador de mazmorras se encargaba de transportarlos dentro al comenzar y de devolverlos a su posición inicial al terminar. Grosso modo, esto se traduce en más comodidad, pero esta es un arma de doble filo, ya que cuanto más fácil nos lo ponen, más importancia le quitamos. Más allá de lo aburrido que puede ser recorrer medio mundo para llegar una vez más, al punto de encuentro, esto fue visto en otros tiempos como una aventura. Recorrer Azeroth, sobre todo antes de la llegada de las monturas voladoras era recorrer senderos muy peligrosos. Más allá de los enemigos del juego, en muchas ocasiones tocaba atravesar zonas en conflicto entre Horda y Alianza, lo que desencadenaba encuentros entre ambos bandos en muchas situaciones, lo que daba pie al World PvP más querido del título.
Pero no es suficiente con volver a las mecánicas de siempre. Con la llegada de WOTLK en su versión classic, no vamos a revivir las mismas situaciones, aunque creamos lo contrario. Hemos crecido como personas, pero también como jugadores. Ya no somos la misma persona que éramos en 2008, de hecho, es posible que seamos muy distintos. Conforme el medio ha evolucionado, avanzando sin pausa año a año, muchos sistemas de juego se han purificado a la vez que nosotros crecíamos con ellos, acostumbrándonos sin darnos cuenta a todos esos cambios de una forma difícil de deshacer. Sí, es muy posible que disfrutes mucho de esta expansión, es posible incluso que creas que estás pasándolo incluso mejor que la primera vez, pero en el fondo no es cierto. Cada vez pesan más las horas de farmeo, el recorrer de nuevo sitios en los que ya has estado no es tan agradable como creías, puede que no en un principio, pero conforme se termina la novedad, todo cae por su propio peso.
Otra gran diferencia es la información con la que contamos. Hace 14 años, el acceso a internet seguía sin ser algo tan generalizado como lo es ahora mismo, y pese a que foros y redes de videojuegos ya se encontraban subidas al carro de los datos, no acostumbrábamos a contar con la misma precisión con la que ahora vivimos. Todo era un misterio, una de las únicas opciones de aprender era descubrir por uno mismo, superando las dificultades a base de caer otra vez, si es que no teníamos un conocido más metido en materia. Ahora mismo, todo está a un click. Ya tengo preparada las guías con las que voy a equipar a mis personajes, guías que indican exactamente que hacer en cada momento, o por qué este anillo es el adecuado para subir un 2% mi daño por segundo. No voy a mentir, estoy siguiendo una receta, pero es la única opción. Ya no soy el mismo, mi tiempo es mucho más escaso y aún con todo esto tendré que hacer grandes sacrificios en el resto de opciones de ocio digital si quiero volver a disfrutar del contenido de la expansión.
Al final, todo se ve mejor desde la nostalgia. Mirar a Wrath of the Lich King no es sólo mirar un juego, es mirar un periodo de vida totalmente distinto. Una época donde el único problema era tener que esperar a salir del colegio para encender un ordenador y seguir subiendo de nivel a mi Caballero de la Muerte. Una época donde un fin de semana era perfecto con tan sólo salir a la calle con tus amigos el sábado por la tarde. Crecemos, abandonamos la (en muchos casos) idílica vida de los jóvenes y entramos en un mundo cada vez más hostil con nosotros. Por suerte, no abandonamos ese mundo del todo. El amor por los videojuegos es para muchos, un sentimiento que arrastramos desde la tierna infancia. Cuando disfrutamos de un juego, ya sea uno totalmente bueno o una vuelta al pasado, le damos rienda suelta al niño interior, ese que tanto disfrutaba con tan poco, ese que nunca se irá en su totalidad.