De la censura hacia China al discurso patriótico
En los últimos meses estamos leyendo con asiduidad en los principales medios especializados en cultura digital y videojuegos las prohibiciones que el gobierno del primer ministro indio, Narendra Modi, está imponiendo sobre las aplicaciones móviles y principales títulos del todopoderoso conglomerado tecnológico chino, Tencent, extensible a otras empresas de la misma nacionalidad como Alibaba o Baidu. La argumentación esgrimida a los ojos del mundo es sencilla pero de gran calado histórico y político: “son perjudiciales para la soberanía y la integridad del país, la defensa, la seguridad del Estado y el orden público”. Las razones, según el Ministerio de Electrónica e Información tecnológica, es que estas aplicaciones roban datos de los usuarios indios y los almacenan en servidores extranjeros. Estas cortapisas y trabas burocráticas forman parte de una creciente rivalidad comercial (en solo dos días Tencent perdió más de catorce mil millones de dólares tras esta medida) que se inserta, a su vez, en un conflicto geopolítico entre ambas potencias de reposicionamiento a nivel mundial. El videojuego, por su potencial económico y de penetración ideológica, forma parte de este conflicto entre los gobiernos nacionalistas de Xi Jinping y el referido Modi. A su vez, estos movimientos también se enmarcan en la estrategia nacionalista india Ek Bharat, Shreshtha Bharat, que tiene como objetivo promover el orgullo y la unidad nacionales celebrando la historia del país. El videojuego, respaldado por recientes títulos como 1971: Indian Naval Front (Neosphere Interactive, 2019), constituye un poderoso aliado en este ejercicio patriótico, tal y como señalaremos en este texto.
Para completar este puzzle tenemos que mostrar al lector otras piezas de gran relevancia. No podemos separar este posicionamiento hacia las apps chinas sin recordar que durante el mes de junio de este año ambos países protagonizaron nuevas escaramuzas en la línea fronteriza de Ladakh, ocasionando la muerte de 20 soldados indios. Una muestra más de la disputa entre ambas superpotencias, que no han sido capaces de cerrar las heridas que ocasionó la guerra de 1962 entre ambas y que siguen constituyendo una afrenta nacional para el gobierno de Nueva Delhi, al igual que lo fue para el de Pekín la masacre de Nanking de 1937 a manos del ejército japonés.
Pasado, memoria son dos de los ingredientes básicos que alimentan esta inagotable animadversión, pero todo ello debe ser aderezado con otros sabores, como son la geopolítica y la guerra tecnológica, que en esta ocasión van unidos de la mano. Diferentes fuentes indican que la censura hacia Tencent se produjo como respuesta al rechazo chino a la incorporación de India al Grupo de Proveedores Nucleares años atrás. La explicación oficial fue que India no era signataria del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (su enfrentamiento abierto con Pakistán lo impide), requisito indispensable para formar parte de ese ente multinacional de élite. La verdadera causa, como esgrimen autores como Panos Mourdoukotas, fue el acercamiento del régimen indio a la administración Obama, y posteriormente Trump, como muro de contención al continuo proceso de expansión chino por el Mar de China Meridional. A India, y a su vecinos, les preocupa – y mucho – los movimientos estratégicos de su vecino del norte en el Océano Índico, que no pretende otra cosa que completar su collar de perlas, dentro de su compleja estrategia de restaurar / crear su Nueva ruta de la seda. En pocas palabras, se trataría de ubicarse en zonas estratégicas con las que evitar las amenazas estadounidenses y otros potenciales rivales con el fin de asegurarse el suministro de materias imprescindibles (como hidrocarburos) en el sudeste asiático, África e incluso América Latina.
Así podemos nombrar el establecimiento de bases navales en puntos como el golfo de Bengala (Birmania), Chittangong (Bangladesh), Hambatonta (Sri Lanka), Guadar (Pakistán) o las islas maldivas. Para aislar a India, Pekín ha reforzado sus vínculos políticos y económicos con Pakistán, otro motivo de tensiones para el gobierno de Modi. Un polvorín que, por el momento, no ha estallado en el campo militar (salvo pequeños encontronazos, como el nombrado en el Himalaya), pero que sí se ha desatado en el campo tecnológico.
El primer ministro indio, como justificación a sus últimas actuaciones en este ámbito, se preguntaba hace pocas semanas, “¿por qué jugar a juegos chinos si podemos crear los nuestros?” Y a esta tarea, de reforzamiento del discurso nacionalista y de reafirmación en el plano internacional se han dedicado diferentes estudios y programadores hindúes en los últimos tiempos. Un tema candente, y que enlaza con algunos de los puntos nombrados en párrafos anteriores, hacen referencia a las disputas territoriales, en especial con Pakistán. Desarrolladores nacionales como Neosphere Interactive, en referencia a este asunto, se encuentran en la actualidad finalizando el videojuego 1971: Indian Naval Front, al que definen como un “verdadero tributo a la Armada india” en la guerra contra Pakistán de ese año.
El acrecentado nacionalismo hindú de Modi no ha hecho sino exacerbar la marginación hacia la población musulmana del país, a la que se considera supeditada a los intereses de la odiada Pakistán. Se acusa al Ejecutivo de Islamabad de ser el verdadero promotor de los atentados terroristas que organizaciones como Al-Qaeda o Daesh han desplegado en sus fronteras. Razón que ha motivado que en el campo del ocio videolúdico hayan abundado las creaciones donde se combate – en línea a las “operaciones quirúrgicas” armadas del Ejército indio – contra estos grupos, ya sea desde el ámbito de una estética realista, como ejemplifica Indian Army: Mission Pok (Herron Wask, 2020) u otra más generalista en formato de app adaptada al gran público como Indian Army Surgical Strike (SSB Crack, 2017).
Las potencialidades del videojuego como constructo de la memoria y elemento clave para la reinterpretación del pasado en la actual sociedad digital es un aspecto que ha sido estudiado pormenorizadamente por investigadores como Alberto Venegas y que se reafirma, una vez más, en el caso indio. A raíz de las conmemoraciones cinematográficas que Bollywood dedicó al joven revolucionario y héroe popular del Movimiento de Independencia del país, Bhagat Singh (ejecutado a los 23 años por el Raj británico), se creó el FPS Bhagat Singh: the Game (Lumen Phon Multimedia, 2002). La mecánica era sencilla: matar al mayor número de policías británicos como venganza a la ejecución del líder nacionalista Lala Lajpat Rai. El pasado colonial es un episodio que sigue atrayendo al gran público del país, por eso otros videojuegos han seguido el camino trazado por este primogénito título de la industria india. En fecha reciente se lanzaba al mercado Indian Mutiny: Little Sepoy (One Tap Games, 2018), que conmemoraba el levantamiento de los cipayos contra la Compañía Británica de las Indias Orientales (1857-1858). Mediante la caricatura y el humor se aproximaba un acontecimiento que aún pervive en la memoria colectiva de la sociedad hindú por los terribles castigos que sufrieron los prisioneros cipayos, ejecutados según el castigo “Viento del diablo” (atados a las bocas de cañones que posteriormente eran accionados).
Una de las facetas más interesantes del mundo de los videojuegos es que no se acotan a una única ideología o causa política, sino que pueden actuar en contra o a favor del más poderoso de los gobiernos. Así ocurre con el juego para móviles Burhan vs Modi (autor desconocido, 2016), que se ha distribuido principalmente en la zona de Cachemira y que centra su atención en Burhan Wani, miembro de las milicia musulmana de la zona Hizbul Mujahideen, asesinado por las tropas indias. Desde el plano más realista o caricaturesco, o desde el más existencial u onírico (como las magistrales creaciones del estudio indio Oleomingus), se pueden describir, estudiar o analizar los aspectos más variados de nuestro entorno más cercano. El peligro deriva cuando este maravilloso formato, creador de sueños, de laberintos de aventuras, se convierte en una pieza más del engranaje propagandístico de las grandes potencias en sus hipérboles políticas y tecnológicas. Bienvenida sea la denuncia, despreciada la manipulación ideológica.
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Serie ‘Videojuegos y Política’