Lo fantástico nos enlaza con lo realista
Toda la ficción es fantasía. Cada libro, cada película, cada videojuego y cada pintura, son producto de la imaginación. Así sean un retrato, un símbolo o una parodia, son ficciones que narran sucesos observados desde la perspectiva de su autor, o autores. Son pedazos de realidad catalizados a través de una mente y una técnica específicas. El arte es genial porque es fantasía, porque nos permite escapar y, al mismo tiempo, enfrentarnos al mundo real. Sin embargo, hay un género homónimo dentro de la propia fantasía, que es constantemente reducido a desvaríos infantiles por gran parte del público. En palabras de Andrzej Sapkowsky, escritor de la saga de Geralt de Rivia (fantasía oscura):
La principal acusación hacia la fantasía como género dentro de la ficción, es que escapa del mundo real. Que huye y que se refugia en recovecos hiper-imaginados, dotados de unas formas y unos fondos propios de un niño de kinder, y que desvía a los consumidores de las problemáticas sociales actuales. Nada más lejos de la realidad. Aunque, claro, no basta con simplemente mencionarlo, hay que demostrarlo, y eso es lo que haré. Esto es la fantasía de The Witcher y cómo la usa para denunciar factores sociales.
Va fail, Luned. Fantasía ecologista.
Los elfos ocupan un lugar, a menudo, antagónico en la saga. Los temibles Scoia´ Tael, asesinos a sangre fría, criaturas mortíferas cuyo único propósito es la extinción de la raza humana, ¿o será que así los pintó la historia, la misma que escribieron los seres humanos? Tanto en los libros como el los videojuegos, los elfos juegan el rol de defensores de la naturaleza, respetuosos amantes de su tierra y del equilibrio ecológico. Antes de la llegada de los seres humanos, ellos eran los señores absolutos, pero encarnaban un gobierno diametralmente distinto al ejercido por nosotros. No abusaban de la vegetación, ni la destruían en masa con el propósito de obtener lujo; no construían ciudades llenas de elementos contaminantes en todos los niveles posibles, cuyos ríos llenos de excremento desembocaran en riachuelos cristalinos, y cuyas chimeneas no emulsionaran dióxido de carbono hacia los límpidos cielos. No domaban ni sometían a las bestias, ni acababan con sus ecosistemas con el fin de expandir su dominio geográfico. Y entonces llegamos nosotros, con nuestras ganas de poblar y de multiplicarnos por millones; con nuestras arquitecturas que impiden el flujo visual de los bosques, y que merman a cada nueva vecindario sus arboledas; llegamos con nuestras forjas y nuestros martillos, para llenar las nubes de humo y drenar a las cuevas de sus brillantes piedras preciosas. Llegamos, en general, con nuestra cortas vidas, cuyo único propósito es alargarlas lo más posible, aun si no somos nosotros los que están vivos. Asegurar un dominio simbólico, tomar por el legado aquello que no podemos de forma física. Pero dejemos que sean los propios elfos los que nos insulten de forma elegante:
Ante la brutal actitud de racismo por parte de los humanos, los elfos adquieren un odio multiplicado. Desprecian su (nuestra) cultura, sus costumbres, sus características, su filosofía y sus formas de arte. Durante las novelas, este odio lleva a algunos elfos a formar parte de una guerra de guerrillas emprendida por el imperio de Nilfgaard. Los elfos, ansiosos por diezmar a la población humana a cualquier costo, crean avanzadillas que se dedican sembrar terror entre los poblados y a intervenir la red de comunicación entre reinos. Estas ideas son llevadas al siguiente nivel en The Witcher 2: Assassins Of Kings, cuando una de las posibles facciones a las que puede unirse el jugador es a los Scoia´tael. Aquí, vemos a unos guerrilleros consumados; a unos espías maestros por su capacidad de infiltrarse en prácticamente cualquier entorno y, lo más importante, a unos ecoterroristas de élite, que envenenan a comunidades enteras y buscan el modo de propagara enfermedades (a través de, por ejemplo, prostitutas elfas que contagian a hombres humanos) entre las comunidades. Y a pesar de todo, aun con su aura de villanos secundarios, si existencia como recurso discursivo sigue siendo de pura crítica hacia la acelerada voracidad con la que el homo sapiens deteriora su ecosistema. Es normal que nos moleste su presencia, es normal que los veamos como enemigos, después de todo, lo único que exigen es respeto, es tolerancia, es vehemencia para con nuestros ecosistemas y en general una actitud consciente de que nuestra relación con la tierra es una balanza, y que la balanza se inclina injustamente a nuestro favor. Por eso aparecen representados como demonios, como asesinos, como exterminadores. Porque no amenazan nuestras vidas, amenazan nuestro estilo de vida.
Physiologus. Fantasía especista.
No es una casualidad que, en el universo e Geralt de Rivia, los monstruos hayan llegado sin previo aviso, sin ninguna clase antelación. No es casualidad que hayan invadido los bosques y puesto en peligro las carreteras, la existencia de comunidades enteras. No es casualidad que sean diferentes a nosotros, y que hayan interrumpido nuestra forma de vida, y nos hagan preocuparnos porque, a nivel físico, ellos son superiores. No es casualidad, pues, que el ser humano vea con odio al dragón o al basilisco, porque en ellos, además de a un poderoso dracónido, se observa a sí mismo. Observa aquello que él mismo le hizo a los elfos, llegando sin invitación a una tierra que no le pertenecía. Observa y siente lo que sus conquistados sintieron. Y se desprecia. Y ese odio adquiere nombres, y esos nombres se clasifican. Y no importa la clasificación ni el nombre, ese odio ha de ser saciado. De una u otra forma, ese monstruo ha de morir.
La creencia es bestias sobrenaturales está instaurada en el folclor y la cosmovisión de prácticamente cualquier cultura humana, y aunque la norma era que su existencia imaginaria respondía a motivos religiosos, era más que nada un intento del ser humano por racionalizar lo inexplicable. Para categorizar estas explicaciones, en monasterios y universidades de la Europa medieval se mandaban a escribir e ilustrar compendios con cada bestia (imaginada y real) de que se tuviera registro. Estos compendios eran llamados bestiarios, y combinaban sin parar la ficción especulativa con la realidad más cruda. Igual que en el bestiario de The Witcher vemos monstruos de lo más variopintos, y en su respectiva entrada dentro del bestiario, al pie de su descripción, se nos complementa con un refrán o un dicho emitido por alguien del pueblo llano. Estos dichos enlazan a los monstruos con los terrores del populacho durante el medievo. Los vampiros, por ejemplo, responden al temor que nos infunde la noche, porque la noche representaba, para el campesino, inactividad, ausencia de luz era igual a ausencia de trabajo, y ausencia de trabajo era igual a hambre. Además, los vampiros encarnan una faceta caótica del ser, que es el hedonismo, el placer desmedido sin importar las consecuencias. Si un padre se emborracha y daña en el proceso a su familia, un vampiro ebrio de sangre puede dejar drenada a toda una aldea.
Según el propio Geralt de Rivia, alguien que ha dedicado su vida a tratar con monstruos, estos existen para apaciguar el odio autoinflingido de cada ser humano. Porque cuando tienen a quien culpar por tener colmillos y garras y por diezmar el rebaño cada luna llena, de pronto ya no se miran tan mal a ellos mismos. De pronto el unicornio que sólo paseaba por el bosque, o el grifo que protegía a sus crías, o quizá el dragón que guardara celosamente montañas de oro; de pronto esa bestia era peor que un hijo que mataba de hambre a su madre, era peor que cualquier asesino, ladrón y violador, era peor, en definitiva, que el cazador que buscaba gloria y fama, aunque esa gloria y fama le costara la supervivencia a una insignificante especie en peligro de extinción. Los monstruos representan peligro, sí; están arriba en la cadena alimenticia, sí, pero ahí radica, precisamente su importancia, porque somos las únicas bestias que no se ven reguladas de forma natural en cuanto a expansión y reproducción, y nuestra sola presencia ya involucra un desequilibrio que irrumpe en los ecosistemas. Por eso surgen los monstruos, porque si los lobos y los osos ya no son una amenaza, hace falta algo más, grande, algo venenoso, o que pueda elevarse y zurcar los cielos. Y cuando algo se eleva y surca los cielos, y el cazador promedio y el héroe de turno se ven imposibilitados para traer la balanza de vuelta,hace falta un profesional.
Monstrum, o descripción de un brujo. Fantasía clasista.
El brujo es un obrero. Geralt de Rivia, leyenda vagabunda, no es diferente al jornalero, al estibador, al leñador o al cazador. El lobo blanco, protagonista de baladas, de epopeyas, y de medio siglo de poesía, pertenece al proletario. Es un trabajador. Y de la misma forma que el capataz desprecia, sea por su condición o por su aspecto, al obrero; de la misma forma que el estarosta desprecia al capataz, y de la misma forma que el duque desprecia al estarosta, el brujo no se escapa de odio; ni siquiera cuando cumple aquello para lo que le han pagado. De la misma forma en que actualmente, en latinoamérica, los médicos son repudiados cuando entran al autobús para dirigirse a su trabajo, o en que los policías que no pudieron estar en el momento y el lugar correctos no se escapan de improperios y hasta de golpes, es la forma en que a Geralt se le odia. Y sin embargo, cuando llega la pandemia esperamos a los doctores, y cuando llega el narcotráfico esperamos a los oficiales. Y cuando llega el monstruo esperamos al brujo.
Y entonces la monstruosidad yace en el suelo, o quizá la pandemia se vea controlada, o el narcotráfico mengue en la zona. Y en ese momento, la sola presencia del obrero, del profesional, se vuelve un estorbo, un recordatorio de algo que ansiamos olvidar.
Esta reflexión sobre la inutilidad cada vez más creciente de los profesionales permea a toda la saga. Uno de los pilares de Geralt como persona es su depresión por sentirse prescindible, de ver que nuevos poblados desplazan más a y más a las bestias que significaban su existencia, o que llegan nuevos cazadores mejores, o que tal vez haya monstruos nuevos, bestias inéditas que él, brujo de profesión, se vea incapaz de cazar. Esto refleja a la perfección la situación de muchos países, que se debaten entre la modernización industrial y la antigua usanza. Los obreros en las maquiladoras se ven despojados por máquinas, autómatas perfectos que doblan el rendimiento de un ser humano. Cada vez surgen trabajos más modernos y más complejos, para los que se necesitan obreros modernos y complejos, y los antiguos son desplazados, y esa pequeña actividad que le daba sentido a toda su existencia, la pierden.
En el juego, también se habla de cómo hay cada vez menos brujos porque ya no hay gente dispuesta a serlo, y los únicos que quedan son auténticas reliquias de tiempos remotos. Los huesos de su fortaleza, Kaer Morhen, se ven inundados por el silencio, por la falta de aprendices y de reclutas. Eso representa un problema, porque, como afirma Vesemir, el más viejo de todos los brujos: “dicen que el progreso deshace las tinieblas. pero siempre, siempre existirá la oscuridad. Y siempre estará el mal en la oscuridad, siempre habrá en la oscuridad colmillos y garras, crímenes y sangre. Siempre habrá criaturas que golpean en la noche. Y nosotros los brujos siempre estaremos para romperles la crisma“. Hay escasez de brujos, igual que, en la actualidad, hay escasez de obreros, o quizá escasez de aprendices a obreros.
A este mundo no le falta un profesional. Le faltan muchos profesionales.
Pero hay un cierto tipo de profesionales, que desde la antigua Grecia, han sabido adaptarse al contexto. Han evolucionado junto con la tecnología y la sociedad, y nunca, de ninguna forma, han dejado de ser necesarios. Estoy hablando de los espías, y de los contraespías. O del imperio de Nilfgaard.
KGB Nilfgaardiana. Guerra fría.
Tanto el estudio que creo la saga del brujo como el escritor que dio a luz la obra literaria, son de origen polaco, y se nota por el contexto geopolítico, económico y bélico del mundo. Cuando la guerra, durante los primeros libros, juego un papel secundario que no deja de crecer de forma silenciosa; en los juegos CD Projekt Red apunta en la misma dirección, y comienza tanteando lentamente las temáticas de la obra original, dando como resultado que no sea sino hasta el final del segundo título en el que conozcamos la implicación verdadera de facciones como los Scoia´tael o la Logia de los Hechiceros. Si en los libros, la victoria de los Reinos del Norte sobre el Imperio era la forma de Sapkowski de vengar a través de la ficción lo que su patria sufrió en la segunda guerra mundial a manos de Alemania (no en balde uno de las principales raíces del dialecto nilfgaardiano es el alemán), CD Projekt actualiza el comentario hacia el espionaje y el desequilibrio en el poder mundial que posee Rusia.
La trama del segundo juego comienza con una lucha entre los reinos del norte, una fractura que no hace más que escalar conforme avanza la trama. Los gobernantes, a todas luces más testarudos e incapaces de conectar puntos que sus enemigos del sur, se echan al cuello de los otros ante el menor resquicio de provocación. Y esta brutalidad y cultura de la valentía les ciegan ante la verdadera maraña en la que se ven involucrados. Resulta que, en los últimos actos, aprendemos que el regicidio con el que comienza la historia no era más que una maniobra de desinformación de Nilfgaard para ablandar el terreno y afianzar las rivalidades de sus futuros oponentes. Es Nilfgaard quien azuza a los elfos contra los humanos no solo como acto guerrillero, sino también como semilla para crecer el racismo y dar pie a pogromos y matanzas entre razas. Por cada región a la que viajamos encontramos propaganda impresa que arrea a los gobernantes entre sí, y los creadores de esas propagandas lo hacen bien. Saben que palabras usar. Como ejemplo claro de maestría en ingeniería social, uno de los lemas que gritan los elfos, un lema en el que no creen, pero que les es encomendado por Nilfgaard es: “los humanos al mar“.
Esta preferencia por las maniobras de espionaje responde al mismo motivo que lleva a Rusia a emprender sus fructíferas campañas de desinformación contra el resto de Europa y contra Estados Unidos; Rusia es, en comparación con la unión europea, un país relativamente inferior en cuanto a territorio, y esa indefensión geográfica la han compensado desde hace décadas con un aparato de inteligencia envidiable. Sembrando fake news que pueden tardar años en tomar verdadera potencia; infiltrándose en los medios masivos de comunicación extranjeros; falseando datos a través de figuras de autoridad, son sólo unas cuantas de las estrategias que sirven de inspiración para los movimientos Nilfgaardianos, quienes también poseen una considerable inferioridad geográfica.
En los libros, la superioridad táctica del imperio se ve vencida por la unificación y el poder de los Reinos del Norte, descrito majestuosamente por la pluma de Sapkowski en el penúltimo capítulo de La Dama del Lago. En los videojuegos, Geralt puede intervenir indirectamente en el desarrollo de la guerra, decantando la balanza, una vez más, en favor de los Reinos Libres del Norte. Resulta curioso que estas intervenciones sean de carácter, en apariencia, insignificante. Asesinar a un jefe de servicios secretos, ayudar a una facción a encontrar a una hechicera, asesinar a uno de los reyes (no tan insignificante), hacer de espía provisional, etcétera. El juego traduce a través de las misiones de forma perfecta todos los hilos que manejan a un conflicto bélico. Guerras que se ganen antes de que los ejércitos se encuentren en el campo, duelos comerciales, diplomáticos, geopolíticos e incluso de percepción social. Un matizado retrato de un conflicto contemporáneo.
Muchos retratos muy matizados, sobre muchas problemáticas que no hemos conseguido superar. Y todo gracias a la infantil fantasía, a esos escapistas mundos en el que los literatos y los jugadores cobardes se refugian para huir de su espaciotiempo. Todo gracias a la imaginación de alguien que decidió enfrentarse al mundo huyendo de él. Ése es el valor auténtico, no sólo de la fantasía como género, sino de la ficción en general, que nos permita observarnos, literalmente, en tercera personas. Podemos juzgarnos, y apreciarnos, y con un poco de suerte, podemos mejorar. Así sea a través de un comentario sobre la trascendencia del amor ambientado en un sci-fi espacial, o de una crítica mordaz encarnada por elfos y dragones, todo funciona para complementarnos, para especificarnos. Y mejorar.
Antes de concluir, cito a mi profesora del taller de composición: la literatura existe, porque la vida no basta. Para concluir, me cito a mí mismo: la fantasía existe, porque la realidad la necesita.