¿Dónde está mi tarta?
Los juegos de puzles me encantan, es un género que siempre me ha acompañado y que me absorbe hasta casi la adicción. Cuando se habla de este tipo de juegos los más recordados son los que siguen una fórmula más arcade, como Tetris o Puyo Puyo, pero conforme han avanzado los años y la tecnología lo ha permitido también se han abierto paso obras como Portal, The Witness o The Talos Principle. Estos dos últimos han procurado darle una vuelta más filosófica al género, al menos a simple vista, intentando que le demos unas vueltas al coco a la par que progresamos, que tenga otro sentido lo que estamos haciendo. Ambos son obras maestras en el diseño de los puzles, pero se nota que pese a tener una intencionalidad parecida, ambos te enseñan la misma lección con enfoques opuestos.
Este género siempre se ha visto como si estuviese dirigido a gente con el cerebro del tamaño de Andrómeda, cuando es nada más lejos de la realidad. Sí, hay juegos complicados y todos llegamos a un punto en el que nos parece que una solución es aleatoria, pero si no tienes el ego de un monumento o lo haces así para mandar un mensaje lo que quieres es que tu público termine el juego. Resolver un puzle con el que llevamos atascados durante bastante tiempo es un gustazo, y te sientes bien contigo mismo al haber superado ese obstáculo, pero siendo consciente de su dificultad. Sin embargo, cuando lo sacas a la primera, esa satisfacción se tiñe con un poco de egocentrismo, pudiendo llegar hasta a despreciar el juego por ser “demasiado fácil”, como si ese fuera un defecto. Todo el mundo piensa y comprende el mundo de forma distinta según sus vivencias y capacidades, y eso puede suponer un reto a la hora de diseñar un juego. No me voy a meter en el debate de la accesibilidad porque es un pozo sin fondo, pero en los juegos de puzles el reto es el que es: puedes dar pistas, pero o lo resuelve o no lo resuelve, no hay más. La razón por la que adoro estos dos juegos es porque no están destinados a que todo el mundo pueda resolverlos, sino reírse y darle un filetazo en la cara a los que más creído se lo tienen.
The Talos Principle es una introducción muy básica a la filosofía, utilizando diversos ordenadores con fragmentos de libros y conversaciones que el jugador (un robot) irá encontrando por el escenario. Hay una voz divina que nos habla de sus creaciones, pero en poco tiempo descubrimos que no deja de ser otro robot, y no cuento más para no chafar la historia. Se nos habla de la supervivencia y la conservación, de la importancia de la transmisión de nuestro conocimiento: hay que asegurar que el futuro de nuestra especie sigue el camino correcto. Llega un punto en el que los textos que leemos contradicen con lo que nos está diciendo el robot, y es en el final donde el juego se trifurca.
Si hemos ido a saco sin prestar atención a lo que el juego nos estaba intentando enseñar, nos castiga con dos finales distintos, uno de ellos siendo especialmente creado para los completistas. Es un final al que solo se puede llegar resolviendo todos los retos que nos han puesto, y comienza como una gran ceremonia para terminar de la forma más triste posible. The Talos Principle no quiere ser un juego más, quiere decirte algo bastante importante, pero como solo has ido a por las estrellitas y fardar de lo guay que eres ahora te lo comes con papas, y me parece una idea genial. El tercer final solo es accesible si has estado prestando atención, y dicha decisión solo puede tomarse si has comprendido lo que te estaban diciendo (o mirando una guía, como fue mi caso por ir de chulo y comerme el peor final).
The Witness es más bruto con sus formas. Sabe que muchos jugadores no se lo van a terminar y le da igual, ese no es su objetivo. Hay incluso secciones que no puedes pasarte si no tienes un oído medianamente decente y eso claramente es una barrera importante, pero por lo demás sus puzles pueden llegar a completarse si te esfuerzas. Solo tiene dos problemas: no es capaz de enseñarte como debería y no sabe frenarte. El primero es quizá el mayor de los dos, y es que te ponen puzles muy sencillos cada vez que se introduce un nuevo componente para que entiendas cómo funciona correctamente. Sin embargo, puede no llegar a ser lo suficientemente claro y generar bastantes dudas, lo que añade otro muro más al tener que completar ciertas series de paneles.
Esto se soluciona pudiendo llegar al final principal sin completar todo, cosa que no sabemos hasta que subimos la montaña y que mucha gente no hará precisamente porque creen que no pueden terminar el juego. Duele tener que dejar un puzle atrás, es una espina que se queda clavada y que incluso después de terminar el juego nos persigue. Supuestamente ya nos advierte el juego poniendo un panel muy complicado justo al principio, con muchos símbolos extraños cuyo significado aprendemos más adelante, pero en la práctica el mensaje no llega. Atascarse en los primeros paneles de un nuevo símbolo es muy frustrante, sobre todo porque todos los puzles se pueden romper con fuerza bruta. Sí, todo esto debería enseñarnos a tener paciencia, pero no termina de funcionar, a no ser que se haga así por una intención mayor.
The Witness te hace sufrir. Todo eso que contaba de lo guay que es resolver un reto que se te queda atragantado aquí duele y mucho. La frustración y poder superarla es un tema que rodea al juego por completo, y se transmite por otras vías. Hay videos y audios desperdigados por el mundo y quizá tengan un significado que mi mente limitada no es capaz de encajar, pero parece más que están ahí para confundirte. Hay incluso puzles que para resolverlos hay que invertir más de media hora para un único intento, y esta es una puñalada en el costado tremenda a los que quieres completar el juego. The Witness no parece querer que lo resuelvas, incluso si tu objetivo es simplemente querer descubrir nuevos puzles, sin ninguna pretensión más allá de esa, y todo esto se concentra en la última sección de paneles. Si los completas todos puedes llegar a desbloquear el reto de la cueva, y digo “puedes” porque para acceder siquiera debes tener o mucha curiosidad o pura potra. Dentro de esta última sección quería llorar, y no estoy exagerando. Digamos de forma suave que o miras una guía o no te lo pasas. Literalmente. Hay un puzle que a mi parecer solo se puede resolver si se juntan todos los astros del universo y nadie me lo va a quitar de la cabeza. Es una solución tan remota cuya conexión lógica, después de varios años, sigo sin entender, y he terminado creyendo que justamente esa es la gracia.
Cuando uno es compasivo, el otro es mordaz
Estos juegos quieren enseñarte algo, uno en un plano más filosófico y el otro que te tomes las cosas con calma, y de paso jugar un poco contigo si te crees más listo de lo que eres. Si bien no creo que haya un juego mejor que otro (ambos son excelentes en lo suyo), The Talos Principle no es solo más efectivo a la hora de darte su mensaje, sino que además no te ridiculiza en el proceso. Una vez has entendido lo que te dice (y no es tan complicado, acaba siendo una palmada en la frente) puedes seguir adelante, terminar el juego de la forma “correcta” e irnos a dormir contentos con nosotros mismos. Hemos cometido un error, aprendemos y lo superamos. The Witness va con todo a pegarte sin compasión, y le compraría que la culpa es mía por ser un impaciente si no fuera por ese último golpe del final. Confío en que realmente quiere que aprendamos algo, pero el modo en el que se lleva es impasible, haciéndote sentir que tú eres culpable de todo lo que está ocurriendo aunque no sea así. Puede que incluso no tenga un significado y que ciertamente Jonathan Blow quiere reírse de nosotros, más aún tras todas las teorías que surgieron detrás de Braid, su juego anterior. Sea como sea, ambos son buenos juegos, pero son las formas las que han hecho que me enamorase de uno y terminase odiando al otro.