Run. Think. Solve. Live.
No puedo dejar de hablar de The Talos Principle II. Hasta cierto punto lo llego a entender porque últimamente estoy teniendo muchas conversaciones relacionadas con la fe y la filosofía, pero me es inevitable sacar el tema. Este va a ser un artículo un poco extraño, ya que explicar qué temas trata el juego sin copiar lo que dice es muy, muy complicado. Es bastante contraintuitivo hablar de videojuegos sin comentar sus aspectos jugables, pero eso lo dejo para la crítica propiamente dicha. Además, cero spoilers por mi parte tanto de este como del primer juego. Por ahora, hablemos de filosofía.
La filosofía es… curiosa, cuanto menos. Parece una cosa que solo se hacía en Roma y Grecia hace siglos, y los filósofos de hoy en día o son señores mayores muy raros o están matando sus neuronas a porros. Se dibuja como una influencia extraña que te hace darle más vueltas a las cosas de lo recomendable, rozando lo enfermizo. A su vez, es fácil caer en la percepción de que nos está creciendo el cerebro, cuando realmente no se está resolviendo ninguna pregunta de forma certera. Divulgar es complicado porque incluso algunos conceptos muy básicos se ven alienígenas o muy forzados, y Croteam es perfectamente consciente de ello.
Es imposible plantear dudas a una generación cuyos mantras se recogen en 280 caracteres, ideas precocinadas y rumiadas una y otra y otra vez. No quiero que esto se lea en un tono pedante, yo mismo caigo en eso constantemente, pero es indiscutible que es más fácil que nos digan qué pensar a desarrollar esos conceptos e implicaciones por nosotros mismos. Voy un paso más: es preocupante necesitar y buscar activamente que un icono me diga qué tengo que pensar y valide “mis” ideas.
The Talos Principle II no es un juego de puzles y es, a su vez, el mejor juego de puzles. Cuando salió Portal 2 fue aclamado como uno de los mejores juegos de la historia (y con razón), pero no pocos se quejaron de que volvíamos a Aperture a resolver salas una y otra vez. Aquí volvemos a realizar puzles en salas cerradas y secretos repartidos por los mapas, con la diferencia de que el propósito de resolver dichos puzles es parte integral de la narrativa a un nivel superior. Estamos desvelando el misterio de por qué estamos en esta situación de nuevo, yendo de un lado a otro y completando estos retos. Del mismo modo, a través de distintos textos y preguntas que ciertos personajes nos plantean, vamos construyendo esa misma narrativa casi sin darnos cuenta.
El Principio de Talos sugiere que el ser humano funciona como una máquina y, por ende, es una máquina, al igual que el universo y todo lo que conforma la realidad. Está compuesto de engranajes cuyas interacciones parecen impredecibles, pero la ciencia nos brinda la capacidad de descubrir su composición. Esto me es particularmente precioso porque es la misma visión que el catolicismo tiene de la naturaleza y la ciencia: la Creación es un regalo de Dios y se nos da la oportunidad de ahondar en su funcionamiento interno, algo que en sí mismo también es un regalo. El juego toca constantemente temas como la ecología, cómo modelamos el mundo y viceversa. Partiendo del símil con los autómatas, explora nuestra pertenencia y papel en una máquina llamada “sociedad” y otra llamada “naturaleza”.
Todo esto lo hace de una forma muy elegante y sin pretensiones, conduciéndonos de forma sutil a dar un paso más en nuestra lógica. En vez de ir a lo fácil y decir “el consumo excesivo e incontrolado está destruyendo nuestro hogar”, busca ahondar en nuestro papel como animales plenamente conscientes de nuestro entorno. “No podemos matar animales”, pero ¿tiene eso sentido si esa especie va a desestabilizar aún más un ecosistema? Si tenemos que hacernos invisibles a la naturaleza, ¿por qué luchamos para acabar con aquellas que son perjudiciales para nosotros? ¿Por qué una bacteria nos parece insignificante hasta que dependemos de ellas para sobrevivir? No se trata de desvirtuar la ecología en este caso, sino de buscar la coherencia como especie consciente de su efecto y responsabilidad en el ecosistema.
La finalidad no es tener la razón porque no hay una respuesta correcta a la existencia. Al contrario, nos anima con esa amplia cantidad de textos y conversaciones a que nos atrevamos a darle una vuelta a lo que damos por sentado. En vez de tirar hot takes, nos hace dar un par de pasos hacia atrás para volver a acercarnos sin traer una opinión formada de casa, y lo hace con un cariño tremendo. Nos enseña que caer en una contradicción no es malo porque es imposible tenerlo todo en cuenta, y que aprovechemos eso para modelar nuestra percepción del mundo. No hay una visión correcta del mundo porque cada uno lo procesa de forma distinta, y compartirla enriquece la lente que empleamos para verlo. Tratar de forma simplista (o como un bloque absoluto) ideas tan complejas como la participación individual de un ser humano en la sociedad, distorsiona y ensucia esas lentes, ya que implica, por ejemplo, no tener en cuenta el contexto real en el que se desarrolla dicha persona. Pero ojo, que si esa es tu visión del mundo tampoco te va a prohibir tenerla. Es más: en el juego muchas preguntas filosóficas se pueden responder de la forma más terrenal y pragmática posible.
The Talos Principle II nos coge de la mano para explorar la belleza del universo y de la humanidad, nos pregunta qué opinamos al respecto y nos pone distintos cristales para que los veamos de formas distintas. Existir no es un acertijo que hay que desentrañar ni la sociedad un problema que arreglar, e insistir en buscar una solución a un problema inexistente puede cegarnos de esa belleza. Claramente estamos en un videojuego con puzles que hay que resolver para avanzar, pero la propuesta jugable real es que, una vez dejes el mando, sigas planteando preguntas a las conclusiones a las que has llegado. Los puzles no son un adorno, sino un vehículo más para discutir sus implicaciones, por qué son iguales que los del primer juego y qué sentido tiene su presencia. No son mejores ni peores, sino distintos y en un sitio que a priori no les corresponde. Así, se traza un paralelismo directo entre los puzles y la sociedad a la que pertenecemos, tanto dentro como fuera del juego. Lo esencial no es encontrar su solución, sino observarla, disfrutarla y preguntarse sobre ella. De eso trata la filosofía.