Historias fugaces con las palabras adecuadas
Jugar a videojuegos es otra forma más de sentir. Los desarrolladores ponen todo su empeño en transmitir algo con lo que hacen y, por suerte, la participación activa de los jugadores nos pone en una posición privilegiada para conocer las infinitas historias que nos aguardan. Sentir en todos los niveles, todo sea dicho. Sentir pena cuando un personaje, que llevaba en nuestro grupo durante decenas de horas, no vuelve a aparecer. Sentir alegría cuando el bueno de Kiryu se lo pasa bien en la emblemática Kamurocho pese a las dificultades de su vida. Y sí, aquí también influye el sentir tedio cuando nos obligan a pasear de un lado a otro sin un objetivo real y por el mero hecho de rellenar horas, porque la metanarración también es capaz de transmitir emociones.
Una de las más conocidas formas de plasmar sensaciones es el poema corto japonés, o “haiku”. Sin ánimos de intentar encontrar otros weeaboos con los que relacionarnos, debemos reconocer la relevancia social que ha tenido este tipo de poesía, orientada a transmitir sensaciones complejas de la forma más reducida posible. Se trata de algo que asociamos, normalmente, con una elevada lucidez por lo eficiente de la búsqueda de los vocablos adecuados, una de las habilidades más potentes para todo contador de historias que se precie, sea cual sea el medio en que se desarrolla. Y es que buscar las palabras más brillantes en el momento justo no suele ser nada sencillo. De ahí que los maestros del arte del haiku hayan sido siempre considerados como elevados de espíritu y mente, capaces de reconocer con sus sentidos una serie de cualidades de su entorno y condensarlas en las famosas diecisiete sílabas.
Si algo caracteriza al haiku es su presencia efímera. La brevedad y la asociación con el momento de su producción (aunque pueda reproducirse a posteriori en otro contexto) son claves para la experiencia óptima. Puede bastar con recitar un haiku, pero es mucho más interesante averiguar el momento que llevó a su elaboración, algo que aplica a casi cualquier constructo humano. Os preguntaréis — como es lógico después de tres párrafos — qué tiene que ver todo esto con The Supper, el videojuego que armoniza estas palabras. Y yo contestaré que tiene que ver todo, porque para mí, Octavi Navarro, ha sido siempre un ejemplo de la ascensión del concepto haiku a otras cotas, más visuales y trasladadas a un medio completamente diferente.
Afirmar que Octavi es un maestro del haiku llevado al videojuego y a la ilustración en píxel art es, quizás, algo pedante por mi parte. Pero sí creo que el paralelismo es comprensible y, cuanto menos, certero. Y ojo, la representación visual no es nueva. Los propios haikus pueden ir acompañados de pinturas llamadas “haiga” que potencian el simbolismo. La cuestión es más simbólica que otra cosa, un cúmulo de sensaciones que se producen contemplando una de sus obras donde la brevedad contrasta con la elevada carga de contenido o, como es el caso, jugando a sus efímeras aventuras que nunca saben a poco, pese a su corta duración.
Tenemos pues, con The Supper, un microjuego que hace frente a la vacuidad más grandilocuente de las gigantescas producciones. Es una pequeña casita con jardín, donde apenas queda sitio para un marco en las paredes, siempre huele a caldo y la luz es cálida, contraponiéndose a un descomunal rascacielos, impolutamente limpio pero que necesita calefacción centralizada para que los trabajadores no mueran de frío. Y en ese formato microscópico, Octavi traslada conceptos tan interesantes como la superación de una pérdida, siempre de una forma sutil, pero nunca lejana.
Ser el encargado de un bar o taberna en el medio videolúdico es una sensación familiar con la que, yo por lo menos, me siento cómodo. The Red Strings Club fue una experiencia maravillosa gracias a un Donovan siempre dispuesto a aliviar al mismo tiempo los gaznates y los pensamientos y, en general, todos los videojuegos en los que la narrativa conversacional es mundana y alejada de la pomposidad más altisonante son bienvenidos a mi vera. Pero estamos usualmente acostumbrados a disfrutar del ya clásico tráfico de información que se hace en los garitos de mala muerte. Lo que no esperamos es utilizar nuestras dotes culinarias encarnando los cansados huesos de la señora Appleton para ofrecer mortales platos a los diabólicos seres que buscan una exquisita gastronomía, cargada de manos cortadas y palomas muertas. Pero qué le vamos a hacer, nuestra famosa salsa y sus ingredientes secretos atraen a cualquiera, incluidos seres de ultratumba.
La turbia narración acompañará a esta anciana en una efímera gesta por su taberna y los alrededores en busca de los ingredientes necesarios para contentar a los tres clientes que han venido con un imponente cofre que ansiamos abrir. La sencillez de nuestras acciones para resolver los asequibles puzles no hace otra cosa sino alimentar nuestra necesidad de descubrir su contenido. Estos acertijos no nos ocuparán más de quince o veinte minutos, siendo prácticamente imposible que nos atasquemos en su linealidad, más pensada para que seamos partícipes de la experiencia que para suponer un reto en sí mismos. Pero el resultado final, aunque pueda parecer simplón, es excelente y más profundo de lo que aparenta, colocando a Octavi en esa posición de poeta efímero que describíamos al inicio de estas líneas. Sentimientos agridulces y reflexiones sobre el sentir humano vendrán a la luz con una facilidad que asusta.
Descubrir el simbolismo de los personajes que llegan a la taberna en la entrevista que Marta Trivi hizo a Octavi Navarro para AnaitGames fue, a su vez, una sorpresa y una vuelta de tuerca más al espíritu metafórico que mencionamos. Ni que decir tiene que deberíais jugarlo antes de descubrir de qué asociación simbólica hablamos, pero The Supper se ofrece de forma gratuita así que esto no supondrá ningún problema para los que queráis catar un pequeño bocado de lo que este autor tiene que ofrecer. Más allá de haber trabajado en Thimbleweed Park como obra de “mayor escala”, ¿de qué sería capaz Octavi en un proyecto más grande? Es difícil decidir si sería más interesante verlo explorar estos territorios o mantenerse en la bella brevedad llena de carga semántica. Por suerte, como si de un maestro del haiku se tratase, podemos confiar en que encontrará las palabras adecuadas.