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Nada más comenzar esta nueva aventura, el juego te pregunta si ya has jugado al título original, buena señal para el explorador dudoso. Con un inicio igual al de siempre, tardaremos poco tiempo encontrar las novedades. Están detrás de una puerta, literalmente. Una puerta señalada por un cartel. Un cartel muy brillante.
Si The Stanley Parable habla de la imposibilidad del propio Stanley de luchar contra un destino que ya ha sido fijado, por más injusto que este pueda ser, en este nuevo contenido aparecerán toda una serie de elementos dispuestos a poner en jaque al dios que dirigió cada uno de nuestros pasos: el narrador. El contenido añadido es algo nuevo, algo fresco, que trastoca todas las bases y creencias desarrolladas y mantenidas en el juego original. Y eso es algo que no le gusta nada al narrador, obligado a mirar más allá, lejos de las paredes la oficina y evaluar lo que es y lo que fue.
Así, este mismo tendrá que enfrentar las reseñas negativas del juego base, e intentar comprender como alguien no puede adorar su obra, tratando, sin éxito de añadir los elementos que el público echa en falta en esta nueva secuela. Lejos de mostrarse seguro y confiado, se arriesga ciegamente en un intento de reafirmarse, cometiendo importantes errores. Errores como el botón de saltar conversaciones, dejándolo atrapado en un entorno vacío durante casi una eternidad, al más puro estilo del especial de navidad de Black Mirror.
Tras semejante error el narrador se relaja, y se decide por probar caminos más fáciles, con menor recompensa, pero mucho menos riesgo (cualquier parecido con la industria del videojuego y las grandes producciones es pura coincidencia). Con esto entramos oficialmente en The Stanley Parable 2. Se trata de una secuela, puesto que nos lo confirmarán todo el tiempo, en los menús, en los comentarios, en las paredes. Una secuela que incluye elegantes novedades como el círculo de salto, globos en las habitaciones, y una increíble búsqueda de coleccionables que tal y como la ahora dubitativa voz se asegura en proclamar, no sirven para absolutamente nada.
Este nuevo contenido se fusiona de forma integral con el clásico, con un fin muy claro: hacer que perdamos lentamente la cordura. Intentar descifrar que es nuevo y que no es toda una odisea, teniendo en cuenta que muchas conversaciones y sucesos son prácticamente idénticos a los originales, pero con pequeñas variaciones. Esta sensación de desorientación aflige nuestra alma y la de Stanley, y el narrador, siendo capaz de sentirlo, decide ayudarnos aliviando nuestro padecimiento con el regalo más noble que alguien puede entregar: un cubo.
He de confesar, estimado lector, que en una primera instancia me sentí insultado ante este presente. Pero este desasosiego nació exclusivamente de mi ignorancia sobre el cubo. Mis ojos estaban girados a la luz que este emite, luz que nos baña a todos por igual. Demasiado tarde, descubrí que incluso cuando Tony Cruz cantaba hace unos años “hay un amigo en mí”, su mente no pensaba en la compañía de la familia y los compañeros, como podíamos pensar. Para calentar su alma y obtener la pasión suficiente para transmitir ese mensaje, su cabeza sólo se centraba en un cubo.