El poder de la palabra
Los más vetustos del lugar ya conoceréis mi obsesión por Switch, PS Vita y, en general, por el terreno de las consolas portátiles; una pasión únicamente comparable a mi manía por recomendar revisiones, remasterizaciones y ports de aquellos títulos que verdaderamente se lo merecen. En el pasado ya os di un par de razones para disfrutar de Captain Toad en la consola híbrida actual de Nintendo, de la misma manera que consideré públicamente el estreno de la versión portátil de Firewatch una cita ineludible para descubrir la emotiva y profunda historia de Henry. Hoy, siguiendo con dicha tendencia, os traigo una aventura de corte narrativo que, sin embargo, se encuentra muy lejos de las dos mencionadas, planteando una serie de densas y complejas reflexiones sobre la libertad en el hogareño marco de un bar futurista.
Tras debutar con un irregular pero muy memorable Gods Will Be Watching, The Red Strings Club llegó hace poco más de un año a nuestros PC de la mano del estudio español Deconstructeam (corriendo su distribución, como no podía ser de otra forma, a cargo de los chicos de Devolver Digital). La propuesta, que nos llevaba a un futuro distópico de marcado carácter ciberpunk, se servía de una jugabilidad simple para tocar ciertos palos sociales y políticos de los que no se podía haber realizado un mejor acercamiento. Para ello, el título nos pone a hacer algo tan aparentemente vulgar como puede llegar a ser servir copas en una barra – casi como la mecánica principal fuese la de hacer beber a nuestros clientes para desarrollar, a posteriori, un sabotaje narrativo sin parangón -, a través de una serie de interfaces que, quiero suponer, se adaptarán a las mil maravillas a la naturaleza táctil de la pantalla de Switch. No obstante, lo interesante de todo el conjunto no acaba siendo el propio discurso del argumento, sino por cómo consigue implicarnos en su universo a través de conceptos jugables tan simples como el comentado.
Gran culpa de ello recae en personajes como Donovan, un fiel representante del intelectual incapaz de comprender la descarada crudeza del mundo en el que tan desgraciadamente habita, y que, por tanto, persigue incansablemente el hecho de hacerse con una voz propia; de imponer su postura ante los demás, y de hacer valer sus ideas ante un público con una mentalidad ya definida. Los avances tecnológicos, el deterioro humano y la imposibilidad de aceptar determinados actos configuran, así, una serie de pesares con los que tendrá que lidiar el personaje, y con los que tendremos que lidiar nosotros, dada la tan acertada construcción del mismo, que nos hace compartir ideales, pensamientos y emociones con una mera serie de píxeles.
La pregunta de cuánta maldad puede llegar a residir en el ser humano se encuentra siempre presente en un producto que no reniega ni de Blade Runner ni de otros exponentes fílmicos, y que cuenta con especiales reminiscencias a Asimov (concretamente, a El hombre Bicentenario) y a Bradbury (Fahrenheit 451, dadas las claras referencias que se producen en determinadas líneas de texto, encontrándose también presente la constante crítica hacia la sociedad sedada por su propia voluntad). Rezumante de dilemas existenciales, crudeza y melancolía, The Red Strings Club es una obra tan madura como preciosa; no por lo que enseña, mas sí por lo que transmite. No lo dejéis pasar.