Perfección hecha píxeles
Nunca había sido fan de Zelda hasta hace unos años, cuando descubrí la magia de la saga gracias a un concierto llamado Sinfonía de las Diosas que se hizo en mi ciudad. Ya conocía la saga, pero ese año comencé a conectar bien todos los puntos y a repasar cómo me había marcado desde que era un enano. Ya de pequeño jugué bastante a Phantom Hourglass hasta que la partida se corrompía y volvía a empezar de cero. No tenía ni idea que eso era un Zelda hasta que buscando juegos para DS encontré, casualmente, aquella maravillosa apuesta portátil.
Tengo un recuerdo grabado a fuego en mi memoria que sé que no voy a olvidar en mucho tiempo: estar en casa de un amigo, a oscuras, en su habitación, cuyo único sonido externo al juego era el ventilador de la Wii; en la pantalla, un joven que entraba en un mundo extraño se transformaba en lobo y de repente estábamos intentando escapar de una prisión, con un ambiente lúgubre y fuera de mi imaginación, con un pequeño ser de guía. Durante ese proceso, había almas de gente presumiblemente fallecida hace tiempo, que susurraban y lloriqueaban con angustia pidiendo ayuda. Esa sensación de estar en un mundo distinto no la había vivido jamás, y el mismo escalofrío me recorre la médula espinal cada vez que llego a esa parte de Twilight Princess, mi juego favorito de la saga.
Y de pronto, Majora’s Mask apareció. Ya conocía Ocarina of Time y había intentado emularlo años ha al no disponer de ninguna otra opción, pero su secuela me daba cierto respeto. Hasta el momento no sabía que era secuela hasta que me lo dijeron, porque es un juego que por si mismo funciona a la perfección. Me fui informando del título durante mucho tiempo, viví su banda sonora como no había hecho antes, estudié sus temas al milímetro, pero nunca lo jugaba. Su mundo me parecía de lo más curioso, pero tenía mucho miedo de meterme. Era una relación muy a distancia, donde me empapaba de todo aquello que yo creía me podía ofrecer, pero era al fin y al cabo una visión muy limitada. Tenía miedo de que esa burbuja tan perfecta realmente no fuera para tanto, y como me arrepiento de no haberme metido antes. Con el mismo amigo, solo que esta vez en mi casa, nos pusimos a jugar hasta llegar a la ciudadela, y aunque no le marcó tanto como hacía unos años Twilight Princess lo hizo conmigo, algo de curiosidad le despertó, y eso era más que suficiente.
Sin lugar a dudas, The Legend of Zelda: Majora’s Mask no es solo el mejor juego de la saga, sino fácilmente uno de los mejores juegos de la historia, muy por encima, a juicio personal, de su tan elogiado predecesor.
Majora’s Mask es una historia de redención. Corrijo, de aceptación. Hay muchísimas teorías que tienen como epicentro las etapas de Duelo, y es que encajan demasiado bien. Cada zona representa una etapa de duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación; cada historia de la rama principal está enlazada a cada una de ellas, siendo la misma Ciudad Reloj la representante de la negación, los Deku de la ira y así el resto de las zonas. No me voy a extender más en las teorías porque no forman parte del juego per se (son eso, teorías), aunque ésta en concreto ayudará a entender el conjunto un poco más, y tampoco quiero hacer mucho spoiler aunque este juego tenga casi 20 años; y a todo esto hay que sumarle el amor de toda una comunidad que con el paso de los años lo han ido aceptando y viendo la belleza en él.
Majora’s Mask no estaba pensada en un primer momento: querían hacer una secuela a Ocarina para la Nintendo 64DD, aunque fue un desastre comercial tan grande que tuvieron que recular, y menos mal que lo hicieron a tiempo. Eiji Aonuma le pidió a Miyamoto si podía hacer un juego de Zelda, aprovechando todos los assets de Ocarina of Time y algunas de las ideas que tenían para Ura Zelda (así se iba a llamar), y Miyamoto le dio el visto bueno si podía hacerlo en menos de un año. Pronto se pusieron manos a la obra, y aunque el resultado al principio no fue tan bien acogido como se esperaba, los años le han dado la razón. Es un juego que a día de hoy sabe mantener el tipo sin despeinarse, porque es tan único que poco o nada se parece al resto. La historia es que un chaval con máscara nos roba el caballo, aparecemos en una ciudad y a los tres días el enmascarado pretende tirar la luna contra el pueblo. Conseguimos volver atrás en el tiempo y el juego se nos abre por completo: ir por las diferentes tribus de Termina a despertar a 4 gigantes que paren la luna.
Pero toda esta parrafada inicial no tendría sentido sin personajes que mantengan este mundo vivo, y es que la propia Ciudad Reloj es un juego en sí mismo. Hay decenas de personajes, cada uno con sus rutinas diarias y sus historias, y nuestra misión (si queremos, podemos ir directamente al mojo) es ayudarles, descubriendo qué personajes están en cada momento en dónde, los problemas que acechan a la fiesta que están preparando, la tensión entre el bando defensor de la tranquilidad contra los que advierten de un peligro inminente, historias de amor, de robos, de contrabando. Hasta el maestro de la espada que nos enseña a manejarla tiene mucha determinación a luchar contra la amenaza, hasta el punto de decir que si la luna baja demasiado la cortará en dos; pero todo esto se rompe cuando vas a su dojo, te encuentras la puerta cerrada y lo único que recibes como respuesta son unos llantos desesperados. Majora’s Mask no tiene personajes, tiene personas, con personalidades muy extravagantes, pero personas al fin y al cabo. Gente preocupada ante un mal que, literalmente, se les viene encima y no pueden detener. Pero para eso existe el Héroe del Tiempo, ¿verdad?
La mecánica principal de este juego y la que nos va a atormentar sin parar es el paso del tiempo. El tiempo no se para nunca, incluso en las peleas de boses tendremos el reloj angustiándonos porque tenemos que llegar rápidamente y nos estamos demorando demasiado. No es una misión contrarreloj cualquiera, sino que aquí cada segundo se nota y te taladra poco a poco. Estamos en un mundo extraño y desconocido, donde algunas cosas nos quieren sonar pero todo se hace ajeno. Link no tiene por qué hacer esto, se metió sin querer porque le robaron el caballo, pero ahora está dentro sin forma de salir. Tiene que afrontar lugares muy opresivos o que le llevarán al límite, y todo esto parece que lo hace más por el resto que por sí mismo, porque ya que no va a encontrar lo que busca, al menos le queda eso: dar esperanza al resto.
A esto se le unen las máscaras, las cuales iremos obteniendo según avanza la historia y completemos según qué misiones; éstas nos ayudarán con distintas transformaciones y habilidades, muy variadas y originales entre sí. Cada una representará a un personaje distinto y sus habilidades estarán unidas por el personaje en cuestión. También contaremos con ciertas canciones que podremos tocar tanto para adelantar el tiempo como para volver al principio. Cada vez que toquemos la Canción del Tiempo guardaremos la partida, pero regresaremos al inicio del primer día. Sin embargo, otros puntos de guardado más “estándar” serán unas estatuillas con búhos, que a su vez nos permitirán desplazarnos entre ellas, aunque tienen una pega: cuando carguemos una partida guardada del búho se borrará la misma, y si apagamos la consola volveremos al último punto guardado con la Canción del tiempo. Esto aunque no parezca mucho será una decisión importante, ya que nos obligará a ir más deprisa para encontrar el máximo de estatuas y no tener que hacer uso de la canción del tiempo.
El destino terrible que nos anuncian al principio no es otro que el mismísimo viaje
No voy a decir nada del final ya que si no habéis jugado quiero que lo hagáis; simplemente es una maravilla a la altura de toda la aventura. Para mí, la mejor versión es la de 3DS, no solo por ser la más accesible y por la mejora gráfica sino por la actualización (que no modificación) de las mecánicas ya existentes: por ejemplo, tendrás un cuadernito donde se registrarán las rutinas de cada persona automáticamente, ahorrándonos tener que sacar lápiz y papel si queremos ir por nuestra cuenta -literalmente estuve 3 horas sin salir del pueblo porque todo lo que estaba viendo me llamaba demasiado.
Majora’s Mask no es un juego complicado, aunque puede ser fácil no saber a dónde dirigirse en ciertos momentos, pero no deja de ser parte de encontrarse en ese mundo desconocido. Por supuesto, es un juego que cuida muchísimo todos los detalles y tiene un montón de secretos y sorpresas para aquellos que quieran descubrir este mundo tan opresivo y a su vez tan vivo, gracias a su arte, la maravillosa escenografía y uso de la cámara y todo el apartado sonoro. Sea como sea, es, por méritos própios, una experiencia única que no vas a poder olvidar.