Prioridades o inmediatez
La sociedad del ya, del tiempo presente y de vivir el momento, ojalá poder decir que estamos encajados en dicho paradigma completamente, pero estaríamos mintiendo. Las circunstancias de nuestra época, con un sistema que se desmorona y un estilo de vida cada vez más imposible nos complica intentar vivir el día a día conforme viene, pues las preocupaciones lastran y apartan nuestra mirada del ahora para que la dirijamos al mañana, y ver cómo podemos salir de esta vorágine desesperanzadora, pero el sistema tiene otros planes. Vivir el ahora lleva muchas connotaciones, pues nos insta a disfrutar del momento a la vez que nos mantiene atados de pies y de manos, con jornadas laborales infinitas y sueldos no tanto, y es de esta dicotomía entre lo que nos ofrece el sistema y lo que de verdad nos aporta donde nos encontramos. Estos últimos dos años han sido protagonizados por una palabra en concreto: retrasos. No son pocos los estudios que han anunciado retrasos en sus títulos, independientemente del tamaño, pues desde los más grandes hasta los más pequeños han sufrido en sus carnes los efectos de esta pandemia y los diversos problemas que se han dado lugar. Por tanto, estos retrasos han sido comprendidos presumiblemente por una buena parte del público, o por lo menos en la burbuja donde habito, aunque en algunos casos como cierto juego de cuyo nombre no me acuerdo rozaron límites insospechados, aunque no han sido los únicos. Silksing, Bayonetta 3, son algunos ejemplos de títulos anunciados pero de los cuales no llegamos a vislumbrar una fecha de lanzamiento, pues con los años se ha ido alejando y alejando, algo similar a lo que pasa con The Legend of Zelda: Breath of the Wild 2, el cual deberemos de esperar hasta su lanzamiento en 2023.
Vivir el presente está bien, y a todos nos gustaría tener las cosas cuanto antes, lo dice una persona con nula paciencia, y a la cual en cuanto sabe de algo lo necesita cuanto antes. Este retraso se suma a los anteriores, producidos en su momento con una pequeña capa de descontento, algo que ha ido aumentando conforme pasaba el tiempo y no llegaban noticias ya no solo de alguna fecha preventiva, sino del propio estado del juego o cómo avanzaba el desarrollo, desembocando en un final que más de uno esperábamos. Pero esto no tiene por qué ser malo. Está claro que para los fans de la saga o mínimamente del último título este ha tenido que ser un jarro de agua fría sobre unas sospechas que ya se vaticinaban, mas si son seguidores del trabajo de esta gente y quieren ver el mejor resultado posible, no podemos ser duros con ellos, pues literalmente no les debemos nada. Que hayan retrasado varias veces la fecha es una jodienda, cierto, que tengamos que esperar otro año para el lanzamiento es un palo, completamente cierto, pero ¿y qué opción tenemos? No es como si nos fuese la vida en ello, saldrá el año que viene y ya lo jugaremos, siendo muy posiblemente un producto cien mil veces mejor al que tendríamos si hubiese salido ahora, pues las prisas y posibles jornadas de explotación laboral derivadas de fechas de entrega mucho más estrictas habría afectado no solo al producto final que sería, sino que también a los trabajadores, y eso nunca merece la pena.
Es verdad que podrían haberse mordido la lengua y no dar fecha que no son factibles, no pienso desmentir eso porque es completamente cierto, pero los desarrollos no son paseos completamente planificados, siempre hay problemas o caminos que acaban alterando todo, y donde The Legend of Zelda: Breath of the Wild 2 dijo 2021 perfectamente puede ser 2022, o tal vez 2023. Lo que está claro es que antes que exigir fechas próximas, debemos de exigir seguridad y derecho para los trabajadores, que nuestras ansias no influyan en el bienestar de los mismos.