A nuestra imagen y semejanza
Mucho se ha hablado en los últimos tiempos de la representación que se hace de la clase trabajadora en los medios de comunicación y en las diferentes formas de expresión artística, siendo en la televisión normalmente caricaturizados como vagos, incultos, arrogantes y, en general, gente que vive voluntariamente de subsidios estatales, en una forma no muy sutil que emplea el capitalismo para estigmatizar a los colectivos más vulnerables, mientras que por otro lado enaltece figuras tan vacuas como la del “emprendedor”.
Los videojuegos, como parte de la cultura popular contemporánea, ofrecen también su visión a este respecto presentándonos historias y personajes que encajan dentro de lo que definiríamos como clase obrera y se posicionan al respecto como no podía ser de otra manera, aunque lo cierto es que no es tan común ver a protagonistas de un origen humilde, y por tradición los videojuegos nos han puesto en la piel de grandes guerreros, comandantes o reyes. En general nos muestran diferentes versiones de fantasías de poder, con algunas excepciones de renombre. Hoy os voy a hablar de una de esas excepciones, y es el que quizá sea el personaje más popular dentro de nuestro medio.
Mario es un héroe, el “working class hero” de los videojuegos, un tipo corriente con bigote, de profesión fontanero, que cruzará -literalmente- en innumerables ocasiones tierra, mar y aire para rescatar un pacífico reino de las manos de un tirano como Bowser. No es un personaje que posea el atractivo físico de otros como Lara Croft, Nathan Drake o el/la comandante Sheppard, ni tampoco es especialmente alto o musculoso, pero sí que posee una innegable cualidad, y es su capacidad de trabajar duro. De hecho Mario sale a escena orgulloso con su ropa de trabajo y es que su creador, Shigeru Miyamoto nunca ha escondido que con Mario quiso hacer una representación de un hombre común, con el que la mayoría pudiera sentirse identificada.
Ya en su primera aparición como Jumpman en Donkey kong (Nintendo, 1981), el divertidísimo remedo entre King Kong y Popeye, toda la escenografía es industrial; andamios, martillos etc. y Mario se nos presenta en este debut como un carpintero, algo que como todos sabemos cambiaría en los siguientes títulos, pero que sin duda refuerza la idea de que su creador quería hacer de la persona corriente el héroe de la función.
Como Mario y junto a su hermano Luigi en Mario Bros (Nintendo, 1983) nuestro trabajo es el de limpiar las tuberías de diversas plagas, y hacerlo es lo que nos da puntos, en una oda a la dignificación del trabajo manual. Cierto es que nos encontramos en los años 80, una época en la que definirse como perteneciente a la clase obrera era un sinónimo de orgullo y el sentimiento de clase no había sido todavía soterrado en favor de una ficticia pertenencia a esa entelequia que es la clase media. Digo todavía porque en estos años el concepto de clase quedaría muy debilitado gracias a los esfuerzos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, como primera ministra de Reino Unido y Presidente de Estados Unidos Respectivamente.
Pero siguiendo con nuestro fontanero, llegaría su éxito de masas con la primera aventura puramente de plataformas, Super Mario Bros (Nintendo, 1985), y en ella podemos ver una descriptiva metáfora de la supervivencia, consciente o no, y de como esta está estrechamente unida a la capacidad económica, lo que en el juego se representa mediante la consecución de monedas, gracias al trabajo y los minuciosos saltos de Mario a través de los mandos del jugador. Por cada cien monedas que recolectemos obtendremos una nueva vida, algo así como lo que sucede en el día a día de muchos, cada moneda cuenta, y aunque cueste reconocerlo a más monedas más y mejor calidad de vida. En todo caso si equiparamos las aventuras de Mario a un trabajo, conseguir más monedas en el juego nos reporta más vidas, con lo que así podemos en el caso de morir volver a empezar para seguir trabajando, y así hasta terminar nuestro cometido y descansar brevemente hasta que llegue un nuevo encargo, en este caso en forma de juego. La vida misma.
A su vez en la serie de televisión y en la terrible película de imagen real Mario y Luigi se nos presentan como Italianos residentes en Brooklyn, Nueva York; inmigrantes que deben de nuevo superar sus dificultades, en este caso representadas en forma de Goombas, Lakitus y Koopas, gracias al trabajo incansable, algo así como el Rocky Balboa de Rocky (John G. Avildsen, 1976), otro héroe de la clase trabajadora de origen italiano y otro ejemplo de hombre común que alcanza el éxito sin que le regalen nada, con esfuerzo y tesón.
A si que por lo que vemos, Mario es un trabajador incansable, siempre a la espera de un nuevo cometido, normalmente relacionado con el secuestro de Peach, gobernante del bucólico pero convulso y extraño reino champiñón. Cada vez que hay un problema acude diligente y no duda en correr, saltar, nadar, transformarse o visitar el espacio exterior para resolver el entuerto. Pero, ¿son las motivaciones de Mario realmente tan nobles? ¿Son sus incontables aventuras fruto de esa férrea voluntad de mantener la paz y la democracia en el reino champiñón?
Quizá todo esto pueda verse desde otra óptica, y podemos simplemente enmarcar el “hombre corriente salva princesa” de Super Mario dentro de una iteración más del viaje del héroe del que hablaba Joseph Campbell, y quizá Mario no sea más que un traidor de clase que lo único que busca es colmar sus aspiraciones de movilidad social y mezclarse con la realeza. Puede que su creación como hombre humilde tuviera el único fin de explotar la querencia que todos tenemos por los “underdogs” y se deba simplemente a una estratagema de mercadotecnia, culminando todo con un final feliz que no es más que otra representación en pantalla del otrora posible sueño americano. “Empezó como fontanero, pero gracias a su trabajo incansable ahora se mezcla con princesas, y cuando éstas no están en apuros dedica su tiempo libre a jugar al tenis o al golf y también estudia medicina, qué chico este Mario”.
Mario somos todos
Sea como sea, y humor aparte, de lo que no cabe duda es de la voluntaria concepción de Mario como una persona común y corriente, como nosotros, sin un físico portentoso y sin poderes sobrehumanos de base, cosa que enlaza, creo, con su enorme éxito y con el que se haya convertido en una de las figuras más reconocibles de la cultura popular, al nivel de gigantes como Mickey Mouse. Mario ha sido y es el espejo de muchos, que hemos soñado con cruzar una tubería y vivir aventuras en ese reino tan mágico, y en transformarnos, aunque sea por un rato, en un mapache o en alguien con la capacidad de volar, para salvar todo aquello que nos importa de la tiranía y la opresión y gracias a ello construir un mundo mejor. En definitiva, Mario somos todos (o casi todos) y eso es lo que ha hecho que un personaje que en tantos años ha pronunciado tan pocas palabras siga tan presente hoy como lo estuvo en los años ochenta.
Gracias.