Pues a mí me costó cincuenta
Vamos a quitarnos lo gordo de encima: se ha subastado una copia sellada de Super Mario 64 en perfecto estado por 1’56 millones de dólares americanos, batiendo un record asentado dos días antes por una copia de The Legend of Zelda por 870.000. El mundo del coleccionismo existe desde siempre, pasando por los cromos de La Liga o buscar una edición de un libro concreta a las cartas de Pokémon y la silla en la que J.K. Rowling escribió Harry Potter. Es un espacio en el que se junta la obsesión pura y dura acerca de un objeto o temática y que te bañes en dinero, pero ahí ya cada uno. Personalmente, lo único que he coleccionado han sido cromos de fútbol y poco más, y en videojuegos solo he buscado aquellos cuya venta oficial ha cesado, he probado y quiero tener en mi estantería. Hay muchos factores que influyen a la hora de fijar los precios, y en los últimos meses hemos visto una tendencia más que cuestionable.
Si bien es cierto que el tiempo, la oferta y la demanda revalorizan los precios bastante, también hay otros factores externos que están provocando una subida en el “valor” de, por ejemplo, las cartas de Pokémon. Estas cartas siempre me han parecido bastante caras, pero el coleccionismo de las mismas también va implícitamente ligado al uso que se les puede dar en la parte más competitiva (al igual que con Magic: The Gathering, Yu-Gi-Oh y demás sucedáneos). Las reediciones también suelen condicionar, porque entonces se dividen los objetivos entre el funcionamiento de la propia carta y buscar la primera edición o que tiene un dibujo concreto, y no lo veo como algo malo. Si te sobra pasta y quieres tirarla de esa forma adelante, cada uno tiene sus prioridades; el de los influencers, por ejemplo, es generar contenido, y abrir sobres (al igual que en su día con las cajas del CS:GO) es una forma muy rentable para ello, con el efecto secundario de que se agoten en cuanto salgan. Con los videojuegos antiguos está pasando lo mismo, y si os movéis por los mundillos de la preservación sabréis que se buscan bastante no el juego en sí mismo, que muchas veces ya se tiene gracias al pirateo, sino su contexto.
Hacer un juego es muy difícil, y hacer un buen videojuego es un milagro. La preservación per se no consiste en tener una copia sellada en perfecto estado, sino en una copia accesible, y como eso es demasiado sencillo, también queremos guardar su contexto. Alfas y betas sin terminar, versiones con cambios menores, revistas en las que salió, recortes, entrevistas, anuncios… Todo eso es necesario para dentro de 100 años entender por qué PSP vendió tan poco siendo muy superior a DS, qué significó Breath of the Wild en una industria donde el mundo abierto es el pan de cada día y por qué no salió Half-Life en Dreamcast a pesar de estar prácticamente terminado. Como siempre, acabaremos encontrando una manera de salvar todo esto, ¿pero entonces cuál es el problema? La accesibilidad física, pero no de Super Mario 64, sino del resto. El juego en su día vendió millones y pasará mucho tiempo hasta que se pierda la última copia. El problema está en los juegos no tan conocidos, como Meteos. Lo tuve que comprar en una tienda de segunda mano alemana porque buscase por donde buscase el precio era prohibitivo, y los Phoenix Wright son prácticamente imposibles de encontrar a un precio mínimamente normal, debido a la baja tirada que tuvo. Eso también es contexto. Lo mismo ha pasado con versiones de desarrollo de otros juegos, que han sido compradas por gente anónima que no tiene interés en la preservación o en que otros lo jueguen. Simplemente lo quieren y no van a dejar ni que hagas una copia del software, y esas versiones de desarrollo se pueden dar completamente por perdidas.
Por desgracia, la cosa no queda ahí, porque uno de los pilares fundamentales en el que se basa el coleccionismo es, como no, la especulación, y qué mejor mercado que el de los videojuegos para ello. El crecimiento exponencial de la demanda, las compras masivas durante el confinamiento (que incluso provocaron que fuera imposible durante meses comprarse una PlayStation 2 de segunda mano), los ataques constantes a la nostalgia y el FOMO han provocado que los precios se disparen muchísimo. Cuando estuve mirando el comprarme una Game Boy Advance de segunda mano, ya no digo en perfecto estado, el precio no bajaba de cincuenta euros. Una consola que se vendió como churros. Y sí, saldrá el que diga que puedo jugar con el móvil y tendrá toda la razón del mundo, pero es desviar la atención del problema. Sí, podía emular todos los juegos de la Snes Classic Mini y ponerle una carcasa bonita a la Raspberry, pero eso no quita que producir unidades limitadas en un producto más que solicitado y dejar que el precio subiera a mas de 150 pavos no es normal. La especulación no es un simple “a ver quién tiene la cartera más larga”, sino “hasta cuánto puede pagar este”, y si una cosa sube, ¿por qué no subir el resto? Se está inflando una burbuja colosal que por algún sitio tendrá que explotar, y no me extrañaría nada que ya se estén utilizando técnicas como que lo compre un conocido subir más y más el precio, o que simplemente se esté blanqueando dinero.
No quiero que parezca que estoy llorando porque los precios de un objeto antiguo han subido y soy demasiado pobre como para permitírmelo. Solamente quiero que seamos conscientes de hasta qué puntos se está llegando, que este tren es inmensamente complicado de parar y que lo más seguro es que lo haga estrellándose contra un muro, y como siempre ganarán los mismos. Estoy bastante seguro de que el que ha comprado ese Super Mario 64 no lo ha hecho porque quiera revivir cómo es abrir un juego por Navidad o porque perdió su copia de pequeño y no tiene dónde comprar otra. Lo habrá hecho para revenderla, al igual que ha pasado con el mundo del arte, donde no importa el contenido sino el nombre, el año y los ceros en el cheque.