¿Por qué le damos ese valor al coleccionismo?
A veces no puedo sino sorprenderme cuando leo los titulares sobre los precios que pueden alcanzar ciertos objetos de coleccionista dentro del mundillo, sobre todo cuando miramos cosas retro. Quizá recordéis hace poco más de unos meses cuando, en plena pandemia, Super Mario fue noticia por haber sido subastada una copia original precintada al irrisorio precio de ciento catorce mil dólares. Récord absoluto de cantidad desembolsada por un videojuego, o al menos lo era hasta que el pasado viernes se lo arrebató su hermano pequeño. Nada más y nada menos que ciento cincuenta y seis mil dólares por un ejemplar en perfecto estado precintado de Super Mario Bros. 3 con la palabra Bros. a la izquierda en lugar de centrada. Todo un hito del cual no puedo llegar a preguntarme… ¿De verdad vale eso?
Sin entrar en chapuzeos capitalistas podemos confirmar que sí, evidentemente lo vale. Un producto tiene un valor correspondiente al precio máximo que una persona esté dispuesto a pagar por él, y en este caso la cima es esa. Sin embargo, mi pregunta va por otro camino: ¿merece la pena pagar por eso? Adoro el coleccionismo retro porque me encanta jugar a mis consolas antiguas, cuidarlas y tenerlas en mi estante para, de tanto en tanto, disfrutar del juego que me apetezca. Pero si el producto está precintado – es decir, es nuevo – y no vas a jugarlo… ¿A qué posición relega eso al juego? ¿No es acaso este un producto destinado al consumo y disfrute del usuario? Nos quejamos cuando Nintendo decidió sacar Super Mario 3D All-Stars como una edición limitada, pero al final es culpa nuestra. Pagamos por ediciones coleccionistas limitadas que al final incluyen unas cuantas cosas más que se relegan a un estante como exposición. Si un cartucho de Super Mario Bros. 3 puede llegar a costar esas barbaridades, el hecho de limitar el número de unidades desde dentro de la empresa ya le está dando ese valor, además de crearle una necesidad al usuario: “si no lo compras ahora, lo perderás”.
Muchas veces nos olvidamos de que el videojuego, pese a su universalidad como producto debido a lo extendido del medio, no es más que un objeto de ocio prescindible. Podemos vivir sin videojuegos, pero no nos lo planteamos en muchas ocasiones gracias a nuestra posición privilegiada. Estatus que tanto tú, lector, como yo, poseemos dentro de esta sociedad y que permite que podamos disfrutar primero del tiempo libre que se da por hecho que debemos tener para dedicarlo a nuestro hobby y segundo de la capacidad económica necesaria para desembolsar cantidades de dinero en un producto de ocio tan caro como es el videojuego. Ya lo comentó mi compañero Antonio cuando saltó la polémica de Kotaku sobre la PlayStation 5. Un artículo el de Kotaku donde, al final de una review técnica, el redactor apuntaba a que no debíamos sentirnos mal por no poder tener una consola de salida pues existen muchas circunstancias personales y el mundo es un lugar muy complicado ahora mismo. Comparto completamente esa tesis.
Nos olvidamos en muchas ocasiones de lo que ocurre más allá de nuestro entorno personal. Recordemos una cosa: las ediciones coleccionista de los videojuegos nacen como respuesta capitalista al hecho de que las elites sociales buscan más que los simples jugadores para mostrar su estatus. “¿Por qué yo, que tengo más prestigio económico que tú, debo conformarme con tener el mismo producto?”. De ahí locuras como la venta de una edición coleccionista de Grid 2 en la que por ciento ochenta mil dólares podíamos comprarnos el juego… y de paso un mono de piloto, unos guantes, casco y el coche que salía en portada. Es un negocio al final: si tienes la pasta, puedes gastarla, es así de simple. De ahí mi pregunta inicial: ¿merece la pena pagar esas ingentes cantidades de dinero o es solo un despliegue de capital para demostrar algo? Sentirte más “gamer”, más fan de un producto, ¿es equivalente a desembolsar más dinero?
Al final, sabes que acabará en la estantería (o en el garaje) como el resto de ediciones especiales, juegos y demás parafernalia que adorna nuestra habitación. Porque todos somos culpables de esta situación, pero sobre todo, porque vivimos bajo esta situación. La de un capitalismo que nos ha comido, que nos ha amoldado a su imagen y semejanza, que nos incita a consumir productos estéticos, usando trucos para atacar a nuestro corazón sin permitirnos tiempo para reflexionar el porqué. Es el sistema, amigos, y yo soy el primero metido en él, aunque creo que podemos pararnos un momento y, como usuarios, aprender a valorar que objetos de coleccionista nos merecen la pena y, sobre todo, si de verdad podemos permitirnos pagar ese dinero o en un futuro a corto plazo será necesario para cubrir una autentica necesidad vital.