Viaje de furia por ciudades colapsadas
Muchos recordaran con cariño la primera vez que Streets of Rage llegó a su Mega Drive; SEGA lanzaba su propuesta dentro de un género muy de moda en los años 90, el beat’em up con una estética marcadamente urbana, dando una respuesta al lanzamiento por parte de Capcom de Final Fight en Super Nintendo. Si algo llamaba la atención a primera vista era su representación de la ciudad, que nos atrapa directamente en la primera pantalla, y que quedará en permanente unión con la fantástica banda sonora de Yuzo Koshiro, una genial mezcla de neones y música techno house que recreaba un ambiente ideal para el inicio del viaje de redención de Wood Oak City a manos de Adam, Axel y Blaze.
Como es muy común en los juegos de los 90, especialmente en beat’em ups y juegos de lucha, la influencia del mundo del cine es muy palpable. Debemos ponernos en la situación de un medio aún joven, y en busca todavía de referentes propios, que miraba a otras formas de expresión como fuente de inspiración. En el primer caso, y de Double Dragon, Streets of Rage y Final Fight en particular (en este último es algo bastante obvio y reconocido por los desarrolladores) hay varias cintas que ejercieron una fuerte influencia estética y argumental, siendo una de ellas Calles de Fuego (1984, Walter Hill), un filme de culto de un director que en estado de gracia había dado a luz anteriormente Hard Times (1975, protagonizada por Charles Bronson e influencia reconocida por Akira Yasuda para Street Fighter II) y The Warriors (1979), otra de las obras de culto en la que también se han fijado los beat’em ups de estética urbana y que tuvo su adaptación a videojuego por parte de Rockstar en el año 2005.
Calles de Fuego aúna muchos de los elementos que han caracterizado a los beat’em up: Un héroe un tanto despreocupado sabedor de sus habilidades (al que todos llaman por su apellido, Cody) su ex novia secuestrada y un carismático villano (aquí encarnado por Willem Dafoe), con una enorme horda de psicópatas y desarraigados a sus órdenes, sin nada que perder. Un argumento que hemos visto mil veces.
La cinta de Hill se enmarca en un mundo imaginario que mezcla una estética años 50 con western y años 80, sustituyendo country por rock’n roll y caballos por motocicletas, con ese toque de videoclip tan de moda cuando se estrenó. Vemos ejes comunes con lo que será el trasfondo de Streets of Rage y Final Fight, como una ciudad en la que las bandas callejeras tienen más poder que la policía, y una rampante pérdida de valores debida por un lado a la miseria económica, que obliga a los ciudadanos a delinquir, y por otro al abandono de los mismos por parte de unos gobiernos más centrados en enriquecerse que en el bien común.
Estas distopías son el marco ideal para unos justicieros que saltan a las calles a imponer su ley y “salvar” sus respectivas ciudades del caos, acabando por el camino con todo tipo de practicantes de artes marciales, dominatrices, punks y navajeros que irremediablemente acaban mordiendo el polvo ante nuestros puños para finalmente llegar al gran clímax, enfrentándonos al jefe de la organización. Todo un “tour de force” de furia contra una sociedad que ha devenido corrupta y violenta a causa de la extrema precariedad, el desempleo y la acumulación de riqueza por las mega corporaciones.
Si en Final Fight tenemos “Mad Gear”, en Streets of Rage tenemos “El Sindicato”, una asociación dirigida por Mr. X, que, a base de dinero, se ha hecho con el control de Wood Oak City a través de sobornos al gobierno y con una policía o comprada o demasiado asustada para enfrentarse a ellos. Ambas organizaciones comparten medios y fines.
Las filas del sindicato se nutren de personajes tan variados como García, Signal, Haku-Ro o Jack, toda una amalgama de esbirros de estética punk, rocker o callejera en general, algo similar a lo que podemos ver en la mencionada anteriormente The Warriors. Aunque la cinta del 79 tuviera su propia incursión en el género con firma de Rockstar en 2005, ya supuso una influencia enorme en todos los medios de la época, sobre todo desde un punto de vista estilístico, y la variedad de bandas que pueblan esa especie de neo Nueva York se ven reflejadas de una u otra manera en Streets of Rage con sus psicópatas con chalecos, bates y ropa de cuero. Asimismo, se ven reflejadas localizaciones tan icónicas y que han sido escenario de tantas batallas como son bares de mala muerte, calles de neón o el metro.
No son las cintas de Hill las únicas que han tenido una gran influencia en el beat’em up urbano, por nombrar otras dos tenemos también 1997: Rescate en Nueva York (1981, John Carpenter) y Robocop (1987, Paul Verhoeven). Tanto el film de Carpenter como el de Verhoeven, desde su imaginería de películas cercanas a la serie B, albergan también un mensaje político, dos distopías que a pesar de tener unos protagonistas muy marcados nos hablan de ciudades, jaulas de rascacielos, cristal y luces que encierran una sociedad colapsada. Ambas también tienen un enorme impacto estético que hoy podríamos ver como retro futurista y sus dibujos de las calles de Nueva York, por un lado, y Detroit por el otro sirven para inspirar lo que vemos en Wood Oak City, que no deja de ser la típica ficticia Nueva York. Aquí encontramos más bandas, punks, suburbios, callejones y bares de mala muerte.
Y, hablando de bares o mejor dicho de discotecas, es inseparable de Streets of Rage la música de Yuzo Kosiro, una de las bandas sonoras (refiriéndome a las tres entregas) más importantes de la historia de este medio. Las composiciones fueron evolucionando a través de las entregas a la par que la música club se desarrollaba en las pistas de baile y con ello su influencia en el creador japonés. Hablamos de unas composiciones nunca escuchadas en el mundo de los videojuegos, pues la música techno y house nunca había sido trasladada al chiptune. Es muy mencionada por Koshiro la influencia del “breakbeat”, y especialmente del “groundbeat” en la primera entrega, que podemos escuchar en la pista de título, y son también claras las influencias del techno, el funk, la música étnica o el trance. Sin duda un aventajado a su tiempo que creó unas bandas sonoras idóneas para acompañar nuestro periplo de furia por las calles.
No quiero finalizar el artículo sin hablar de otros exponentes del beat’em up más recientes. The Takeover, juego que abandonó su estado de early access el pasado noviembre podría considerarse un homenaje a la franquicia de Sega, pero un homenaje muy bien hecho, que incluso cuenta con una pista de Koshiro para la primera pantalla. Fijándose como lo hace en Streets of Rage, podemos observar grandes similitudes tanto en protagonistas, enemigos, escenarios urbanos, y por tanto una influencia, más bien indirecta en este caso pero esta ahí, de los filmes que he mencionado con anterioridad.
Fight’n Rage, uno de los más grandes exponentes del género de los últimos años, opta por una estética más “suave”, super deformed y con animales antropomórficos mutantes como enemigos, pero sigue recibiendo una fuerte influencia de los arcades de los años 90 y en él seguimos viendo látigos, cadenas, porteros de discoteca a los que hay que sobornar a golpes para que nos dejen pasar y un despótico líder que derrotar.
Por último, y con una estética más transgresora que los dos anteriores, tenemos Mother Russia Bleeds, una obra irreverente y ultraviolenta que bebe (no en cuanto a estética) de una fuente más reciente pero que también ha sido extremadamente influyente, como es Drive (2011, Nicolas Winding Refn), cinta culpable del revival de los años ochenta que vivimos en la actualidad, y una oda a la violencia como recurso estético, al igual que el juego independiente desarrollado por Le Cartel Studio. Mother Russia Bleeds se sitúa en 1986 en una Rusia alternativa y nos pone en la piel de cuatro refugiados que han servido de cobayas para una droga conocida como Nekro y, adictos y furiosos, logran escapar del laboratorio y emprenden un viaje de venganza contra la mafia y el gobierno que los ha convertido en despojos sociales, viaje en el que el título no escatima en sangre, vómitos y ejecuciones de lo mas diverso y excesivo.
Muchas referencias e influencias son las que recibió el género de los beat’em up, que conformaron títulos que ahora son referentes por si mismos, tanto en lo jugable como en lo estético. Un género que ahora vive una segunda juventud con juegos como los tres últimos que he mencionado y otros con ambientaciones diferentes a la urbana como pueden ser Dragon’s Crown o Castle Crashers. Hoy, y casi veintiséis años después de la última entrega, llega Streets of Rage 4, y, como tantos otros jugadores, estoy deseando averiguar si está a la altura; desde luego lo visto hasta ahora y el cuidado que parece se ha puesto en su desarrollo prometen mucho.