En mis sueños más inquietos veo esa ciudad
Silent Hill 2 es uno de esos grandes clásicos de terror por antonomasia que todo el mundo recuerda. Es un juego que marcó una época y que dejó huella, y eso se nota cuando se pueden seguir leyendo y oyendo alabanzas hacia él más de quince años después de su publicación. Precisamente, quince años después de su lanzamiento, yo, humilde servidor, tuve ocasión de jugarlo por primera vez en mi vida. Mi primer acercamiento a tan emblemática saga que nunca había catado seriamente —hasta entonces tan solo una breve demo de la cuarta entrega, y el popular P.T. de Kojima, si es que podemos contarlo—.
¿De verdad merece esta obra su puesto entre los grandes clásicos?
Adentrándonos en el terror
Con una carta de su esposa fallecida da inicio la búsqueda de James Sunderland, y con él, la historia de Silent Hill 2. Y a pesar de tener un 2 en su nombre, esto no es una secuela directa —aunque sí se desarrolla en la inquietante ciudad de Silent Hill—, es una historia independiente. Como buen juego de terror y suspense posee un desarrollo lineal. A lo largo de la aventura, en la que encarnamos a James, nos adentraremos en la famosa ciudad para desentrañar el misterio de la carta, y no tendrán que pasar muchos minutos hasta que nos percatemos de que esta no es una ciudad cualquiera.
Team Silent, de la mano de Konami, publicó en septiembre de 2001 esta obra que resultó ser un poderoso juego adelantado a su tiempo en muchos aspectos. Es sorprendente, incluso a día de hoy, comprobar el potencial que consiguieron exprimir en cuanto al apartado gráfico, que está muy conseguido, y apoyado además por un trabajo en el diseño de arte soberbio —con influencias de cineastas como David Cronenberg y David Lynch, o pintores como Rembrandt y Francis Bacon—. Todo conjura en favor de crear una atmósfera opresiva, oxidada, carcomida y delirante, que siempre busca la fascinación del jugador. Las calles están cubiertas muy inteligentemente por una niebla que ayuda a ocultar carencias. Los enemigos, a pesar de ser pocos, tienen un intenso acabado hecho para que sean imposibles de olvidar —especial mención a Pyramid Head—. La introducción de cinemáticas ayuda a contar mejor algunos tramos de la historia. Cada escenario y nivel es memorable a su manera.
Por si esto no fuese suficiente para sumergirnos en el ambiente de la obra, Silent Hill 2 cuenta con una de las bandas sonoras más siniestras y bellas que he tenido el placer de oír, a cargo de Akira Yamaoka. La música da en la diana por completo; sintetizadores, pianos, metales, guitarras… Es perfecta para cada situación, incluso en los momentos en los que sabe que debe quedarse en silencio. No solo eso, si no que también el diseño de sonido roza un nivel enfermizo. Los japoneses supieron muy bien dar el valor que se merecía a ambos casos, puesto que en un juego de terror, la música y los sonidos son una parte fundamental de la experiencia. Recuerdo que en mis sesiones intentaba jugarlo a oscuras y con cascos, y no exagero al decir que a veces me resultaba muy complicado seguir adelante de esa forma.
¿Cualquier tiempo pasado siempre fue mejor?
Por desgracia, quizá el apartado que más se ha resentido con el paso de los años es, obviamente, el jugable. El título resulta tosco. Sobre todo de entrada. Cuesta un poco adaptarse a los controles en modo tanque de James, pero es un obstáculo que merece la pena aguantar para disfrutar del resto de cosas. Y en realidad no es para tanto, ya que una vez acostumbrado, no supone un grave problema. Sin embargo, sí es cierto que, por ejemplo, en lo relacionado con el combate los controles se resienten. La exploración se lleva a cabo de forma óptima, la cámara además ofrece muchas veces planos geniales —y alguno un tanto incómodo, todo hay que decirlo—, pero es en el enfrentamiento contra enemigos donde encuentro la mayor pega. Especialmente cuando usas el arma cuerpo a cuerpo, que es limitarse a golpear repetidamente hasta que la amenaza ya no se levanta del suelo. En este aspecto, es mucho más disfrutable el uso de armas de fuego.
Pese a ello, y por suerte, el juego parece ser consciente de que este no es su punto fuerte y no llega a abrumar demasiado con cientos de enemigos. Casi le da más importancia, y para bien, a la resolución de puzzles y pistas que avanzan la trama. Y la historia, por supuesto, es su otra gran baza. Concebida por Takayoshi Sato, basada en la novela Crimen y castigo, de Fiódor Dostoievski, se sigue con mucho interés y explora recovecos que hasta ese momento los videojuegos casi ni habían conocido. Es un juego adulto. No tiene miedo de ser profundo ni de resultar perverso. Se atreve a tratar ciertos tabús, a excavar en la psicología oscura de los personajes y a usar metáforas. En ese sentido, estamos ante una historia muy nutrida que satisface al jugador atento y curioso, y que, para sorpresa, ofrece distintos finales.
Por estos motivos no es de extrañar que Silent Hill 2 se aupase como un éxito instantáneo y una obra de culto por méritos propios. Tiene demasiados componentes brillantes como para no caer en el olvido. Muestra de ello es que muchos lo catalogan como el mejor juego de terror de todos los tiempos. Yo no sabría decir si lo es o no, no me concierne a mí decidirlo. Lo que no me cabe duda es que es uno de esos insólitos títulos que encuentran su lugar en la memoria colectiva, una de esas rarezas con luz propia que llegó en el momento oportuno y que, por desgracia, cada vez vemos menos a menudo.