"La magia ninja"
Los ninjas, fuente inagotable de historias de redención y venganza, estuvieron muy de moda en las pantallas de finales de los años ochenta y noventa, protagonizando cintas de calidad irregular y videojuegos como este del que os quiero hablar hoy, que significó para mi una de las primeras experiencias arcade y más tarde una de las primeras conversiones de recreativa en casa. Shinobi vio la luz en 1989 en los salones recreativos de Japón, y gracias a la conjunción de una buena jugabilidad, una temática atractiva para los jóvenes y una dificultad bastante bien medida se convirtió en una de esas máquinas en las que había que hacer cola para jugar.
Recientemente he enchufado mi arcade stick para volver a disfrutar de Shinobi gracias a la colección Sega Ages de la eShop de Nintendo Switch, y me he dado cuenta de que, aunque es cierto que fue superado por las sucesivas entregas, no ha perdido esa frescura que lo caracteriza, y las virtudes que mencionaba siguen intactas. La emulación de un título del año 89 puede parecer algo sencillo a día de hoy, pero muchas veces las compañías encargadas de ello no están a la altura, y, por suerte, de este Sega Ages se encargan los magos de M2, todo un seguro si hablamos de traer al presente títulos clásicos.
Pero hablemos de la concepción de Shinobi, con un trasfondo que parece obvio, y es como decía el del furor del cine de artes marciales que se había desatado con exponentes como Bruce Lee o la serie Kung Fu, que servirían de adelanto a unos asesinos enmascarados que se moverán en los años 80 como pez en el agua. La mítica productora Cannon Films tendrá bastante culpa de esta explotación y occidentalización del Ninja con cintas como La justicia del Ninja (Menahem Golan, 1981), -protagonizada por un Franco Nero que se dio a conocer en su momento con la muy entretenida Django (Sergio Corbucci, 1966)– o la saga que comenzó con American Ninja (Sam Firstemberg, 1985). La fiebre llega hasta nuestros días con películas más recientes como la frenética Ninja Assassin (James McTeigue, 2009) y una mitificada figura de estos asesinos ha pasado al imaginario popular y la vemos en productos como Las Tortugas Ninja, ese comic underground que devino en animación y merchandising de masas, y por supuesto en los videojuegos, con sagas tan populares como la iniciada con este Shinobi del que os hablo hoy, Ninja Gaiden, o exponentes tan recientes como Cyber Shadow (Mechanical Head Studios, 2021).
Queda clara la fascinación que sentíamos los jóvenes de los años noventa por estas figuras y el porqué, ya que se nos presentan como sigilosos, veloces y letales; unas habilidades casi sobrehumanas cuando no directamente sobrehumanas si la ficción así lo requiere, y aquí es donde entra Sega, un nombre de los más prominentes si hablamos de arcades en los ochenta y noventa, para permitirnos controlar a Joe Musashi.
La historia se ambienta en un periodo actual y Musashi es un ninja con la misión de detener a la organización criminal “Zeed”, que está raptando a jóvenes de su clan y que planea sumir a Japón en un estado de guerra civil; un escueto pero efectivo punto de partida para un juego que no necesita mucho más, pues como todo buen arcade el peso recae en lo jugable. En este apartado vemos una clara inspiración en un juego aparecido un año antes como es Rolling Thunder (Namco, 1986), que fue muy innovador en su concepción como juego de disparos y del que Shinobi toma elementos como la acción lateral con toques de plataformas y los dos planos de acción. Mas allá de eso Sega nos trae un juego mucho más accesible que el de Namco pues este peca de una dificultad absurdamente elevada, y además dota a Joe Musashi de una mayor cantidad de movimientos y añade otros ingredientes como los enfrentamientos con jefes finales.
Y es que, aunque la concepción no derroche originalidad si que Sega supo darle al juego mucha personalidad, y eso lo vemos desde la primera pantalla. El juego es una constante mezcla de elementos urbanos de la época con otros del japón más tradicional, y así vemos litografías de Marilin Monroe en algunos y pagodas en otros, pero todos ellos tienen algo en común y son colores que predominan y que los hacen muy característicos. Esta mezcla de lo moderno y lo tradicional la vemos también en unos jefes finales que derrochan originalidad, y así nos enfrentaremos a, por ejemplo, un helicóptero, un samurái con su armadura ritual o a un jefe que se esconde detrás de un montón de estatuas de inspiración budista. No hay que olvidar tampoco unas fases de bonus en primera persona que acaparaban todas las miradas por su espectacularidad y que nos concedían una vida si las superábamos.
En lo jugable los controles son magníficos y nuestro protagonista cambia de altura y lanza shurikens con total destreza, en uno de esos juegos en los que gusta estar a los mandos, y que como casi todo arcade es difícil, pero cierto es que con un poco de práctica podremos superar bastantes niveles. A avanzar nos ayudaran las magias, disponiendo de una por nivel, y todas ellas con un mismo efecto, el de limpiar la pantalla de enemigos. Esto le confiere además un punto estratégico, y es que debemos calcular muy bien en que punto del escenario usarlas para salir airosos, y hace que en conjunto estemos ante un título difícil como decía antes, pero asequible para superar unos cuantos niveles con un solo crédito. Terminar el juego ya es otro cantar, y es de esas gestas que al menos en mi caso tuvo que esperar a las versiones domésticas.
Y es que como todo éxito de los salones recreativos que se precie, Shinobi contó con sus correspondientes conversiones a consolas y ordenadores personales, y así Amiga, Atari ST, Commodore 64, Amstrad CPC y ZX Spectrum recibieron su ración de ninjas, apareciendo también una versión para PC. En general, con los habituales altibajos de los ordenadores personales, tenemos aquí versiones muy recortadas del arcade, que sí correría mejor suerte en consolas, sobre todo en Master System, versión que pude jugar -y mucho- en su día, y que adapta de muy buena manera la obra, con los lógicos recortes visuales al tratarse de una máquina de ocho bits, claro, pero con añadidos como una barra de vida que hace que la experiencia sea mas “de consola”, al eliminarse la necesidad de recaudar monedas.
Pc Engine contaría con una versión más cercana al original si nos fijamos en el apartado gráfico, pero con recortes como eliminar por completo la segunda misión o las fases de bonus, y una experiencia jugable general peor a la de la ocho bits de Sega en mi opinión. Curiosamente tenemos también una versión para NES, que en una de esas piruetas extrañas de derechos que sucedían en la época fue desarrollada por Tengen, subsidiaria de Atari, quien previamente había lanzado también una versión de Rolling Thunder, saliendo ambas sin licencia de Nintendo. Aunque la versión de Tengen se basa en la de Master System queda muy por debajo de esta en todos los aspectos. Es llamativo que, aunque ahí si que podría haberse conseguido una versión prácticamente idéntica a la recreativa, no hubo versión para Mega Drive, a la que si llegaría en exclusiva su secuela, The Revenge of Shinobi (Sega, 1989), de la que os hablaré en otro artículo y que cuenta con unos jefes finales de lo más delirante como Batman o Spider-Man.
Muy disfrutable incluso hoy en día
En cualquier caso y a falta de una aparición en Mega Drive, la conversión para Master System se corona a mi juicio como la versión doméstica de Shinobi definitiva, y sabe hacer justicia a una recreativa que, como decía al inicio, considero que sigue siendo muy disfrutable hoy en día y que os recomiendo probar si no conocéis. Como anécdota, hay un ejemplo que siempre pongo para explicitar como ha evolucionado la industria del videojuego en unos pocos años, y es la sinopsis del juego que podemos leer en la contraportada de Shinobi de Master System: