Las vacaciones están para disfrutarlas
Salen cientos de juegos constantemente. Y series, películas, libros, manga, cómics… Un sinfín de contenido que, no sé vosotros, pero a mí me abruma. Es absolutamente imposible estar al día en todo (más aún si tenemos en cuenta el componente económico), por lo que solo nos queda resignarnos al hecho de que no todo podrá ser consumido. Por ello, en vez de hacer justo eso, consumirlo, siempre podemos abogar por disfrutarlo, por no sucumbir al FOMO (aunque a veces cueste y todos los aquí presentes tengamos libros sin tocar, juegos sin abrir y suscripciones que no usamos). En una época donde la premura y la inmediatez imperan sobre todo lo demás, nunca imaginé que la paz mental vendría de la mano de un personaje que me acompañó en la infancia. Y menos aún, que sería en concreto el mamarracho de Shin-chan.
Hace un tiempo pudimos disfrutar de Shin chan: Mi verano con el profesor — La semana infinita, título que salió originalmente en Japón y que, tras un tiempo y mucho hype por parte de los fans de Shinnosuke, acabaron trasladando a otras regiones. Y es que el pequeño cabezón de Kasukabe tiene mucho tirón aquí en España, donde muchos hemos crecido con sus peripecias en formato de serie animada, además de un buen porrón de películas. Pues bien, esta nueva entrega sigue la estela de aquel título, puliendo detalles aquí y allá para proporcionar una experiencia que, a mi juicio, supera a su predecesor acercándose mucho más a los ideales del iyashikei. Este concepto, por si no os pilla demasiado puestos en el tema, refiere a los proyectos slice of life (literalmente: cachitos de vida diaria) que, concretamente, están pensado para sanar, para despejarse. Los japoneses saben mucho de esto y, no en vano, tienen numerosas obras impregnadas de un aura de pura tranquilidad en la que los momentos de tensión se resuelven pronto para que el espectador/lector/jugador simplemente disfrute, exista, viva, descanse.
En esta ocasión los Nohara llegan a una casita de campo en Akita con los abuelos, donde pasan un tiempo indeterminado (algo bastante importante para el espíritu del juego) en el que Shinnosuke aprovecha para trastear con todo lo que está a su alcance. Shin chan: Nevado en Carbónpolis es una entrega que apuesta por el coleccionismo sosegado. No se pretende que consigas rellenar el diario de coleccionables el primer día, sino que goces de cada momento en el que uno de los insectos capturados no lo tenías en la lista. El pueblito se presta a la calma: los caminos tienen como banda sonora alguna que otra rana croando o el fluir de un riachuelo y el tren pasa lentamente entre los campos de arroz, todo de manera muy contemplativa.
Los primeros días veremos cómo Nevado (Shiro en japonés) aparece con su característico blanco pelaje manchado de hollín. Seguirlo llevará a Shin-chan a un lugar secreto que acaba derivando en encontrar Carbónpolis, una ciudad minera que rezuma fantasía. Al más puro estilo de las películas clásicas de Shin-chan (o incluso, algunas de Doraemon, de las que otros tantos tendrán bonitos recuerdos) nos adentramos en las calles de la bulliciosa ciudad sin tener muy claro si existe de verdad o es la ensoñación de un niño tremendamente imaginativo. Pero claro ¿qué mas da?
Shin-chan y Nevado son el único puente entre estas dos realidades, viajando de una a otra constantemente. Siempre habremos de acabar el día en casa, pero al día siguiente podremos volver a ir a Carbónpolis para seguir con la trama principal, más asociada a los acontecimientos de aquel lugar. Pero el pueblo no queda exento de tareas: tenemos que echar una mano a los habitantes con sus quehaceres, cultivaremos plantas, nos dedicaremos a la recolecta de setas, captura de bichos, cangrejos, peces, etcétera. En general, un montón de actividades secundarias que sirven para ir rellenando el diario además de ganar algún dinerillo extra completando tareas. En Carbónpolis, por su parte, la recolección se centra más en los minerales desperdigados por la ciudad.
Pero lo interesante es que tendremos que utilizar bien nuestros recursos. Tenemos un par de tablones, uno por cada localización, donde los habitantes colocan anuncios para intercambio de objetos. Así, podemos ir a Carbónpolis con un buen montón de peces que se necesitan allí y recibir minerales a cambio. Completar las misiones que nos piden recoger un número determinado de elementos tiene, por tanto, varias opciones disponibles: recolectar, comprar a un vendedor si dispone de existencias o realizar intercambios que proporcionen el objeto deseado. Esto agiliza mucho algunas misiones secundarias (e incluso puede ayudar con la principal) para no tener que echar demasiadas horas intentando, por ejemplo, que nos salgan todos los peces del catálogo en las diferentes masas de agua.
En Carbónpolis, de hecho, tendremos un restaurante en el que echar una mano con ingredientes exóticos (al menos allí lo son). La idea es revitalizar un poco los menús, ayudar en la ciudad que anda de capa caída, etcétera. Para ello, más allá de ayudar a una inventora capaz de diseñar soluciones para los vecinos, haremos pequeños favores a los habitantes e incluso nos apuntaremos a participar en las carreras de vagonetas, el principal minijuego del título. El resto contienen mecánicas simples, pero con las vagonetas tenemos un sistema de equipamiento, debemos acelerar y frenar correctametne para trazar el circuito con los mayores puntos posibles y hasta armamento con el que quitar puntos al rival.
Quizás el mejor aspecto en relación a las mejoras frente a la entrega anterior es el asunto del bucle jugable. Shin-chan va corriendo a todos lados porque es un cafre, no porque el tiempo apremie. Sí, el día avanza y a la noche tendremos que ir a dormir, pero la temporalidad es rutinaria y no da esa sensación de premura que instaba el primer título, más contradictorio con las bases del iyashikei que mencionábamos antes. Aquí nos levantaremos por la mañana y podremos decidir que vamos a dedicar el día a la pesca sin siquiera pasar por Carbónpolis. Y estará todo bien.
Es verano, déjame tumbarme a no hacer absolutamente nada y jugar con Shin-chan.
Shin chan: Nevado en Carbónpolis es, en líneas generales, un título que se acerca mucho a la perfección de su formato. El mimo detrás de él es más que notable en el uso del lenguaje, modismos y demás elementos traducidos al español. Nada fácil para una localización proveniente del japonés que, además, ya tiene un nivel de exigencia aquí por existir anime localizado. La entrevista que Víctor Martínez realizó a Akira Nagashima y a Ryūji Kanbe es solo una muestra del alto nivel de cuidado que se le proporcionó a esta aventura del chaval de Kasukabe. Solo me llena de interés por probar, en cuanto pueda sacar un rato, Natsu-Mon, que también vio la luz este año y que rememora de igual manera a Boku no Natsuyasumi. Excusas para jugar a esta clase de títulos no faltan. Si queréis una, aprovechad para disfrutar de él una tarde del invierno tardío para comenzar a insuflaros ganas de buen tiempo y aspirar a esa sensación de no hacer nada, simplemente existir echando una siesta en mitad de la nada.
Esta crítica ha sido realizada mediante una clave de descarga digital para Steam cedida por JF Games PR.