Simbiosis
NOTA: Este artículo es la continuación para nada directa del “Quiero más videojuegos basados en películas” que publiqué hace unas semanas. Como ya os adelanto, no tienen absolutamente nada que ver, pero lo cierto es que me quedó bastante apañao’, así que os recomiendo echarle un ojo. No os arrepentiréis. O no mucho, al menos. Y si no, siempre podéis ponerme a parir en los comentarios.
Es curioso. A lo largo de toda mi vida, estoy seguro de que he visto muchas películas basadas en videojuegos. No obstante, he disfrutado de la gran mayoría de ellas a través de televisión o internet, por lo que únicamente he pagado por ellas de manera directa en muy contadas ocasiones. Lo hice con Prince of Persia: Las Arenas del Tiempo, lo hice en alguna ocasión con la franquicia Resident Evil y repetí, más recientemente, con las cintas de Assassin’s Creed y Ratchet and Clank. Y, lejos de menospreciar el trabajo que se esconde detrás de dichos largometrajes, siempre he acabado haciéndome la misma pregunta: ¿por qué he entrado a esta sala aún a sabiendas de que, muy probablemente, iba a salir rageando del cine?
Soy un cabezón. Un testarudo, un terco. Por desgracia, siempre lo he sido, y reconozco que, tanto en los temas relativos a la vida cotidiana como en aquellos que se alejan de lo habitual, el hecho de serlo siempre me ha dado más calentamientos de cabeza que satisfacciones. Con el cine, así como con los videojuegos, siempre me ha ocurrido algo parecido. En ocasiones me empeño en que las cosas salgan bien; en que cada producto lanzado cumpla las expectativas del consumidor, y en que cada usuario sienta que su dinero ha sido bien invertido tras disfrutar de una producción audiovisual del citado calibre. No suele ser así; de hecho, en la industra del cine, y especialmente en lo que a adaptaciones respecta, lo más frecuente es que ocurra, precisamente, todo lo contrario. Pueden confirmároslo aquellos que, en su día, disfrutaron, por ejemplo, de Mortal Kombat: Aniquilación, de Street Fighter: La última batalla o, Dios me libre, de Need for Speed, cuyo presupuesto se volcó completamente, al parecer, en pagar al actor protagonista (Aaron Paul).
Se trata de un error muy habitual en el sector. Que a nadie le quepa la menor duda de que el hecho de tener un actor reconocido interpretando uno de los personajes de tu cinta te abre muchas puertas, asegurando al equipo una base de ingresos notable y permitiendo a casi cualquier director llamar a las puertas de cientos de productoras. Sin embargo, no todo reside en el reparto. Tener entre tus filas unos buenos responsables de fotografía, un cualificado equipo de guionistas y un gran compositor puede no ser, a priori, una herramienta tan potente; el riesgo, desde luego, es mayor. Pese a ello, el prestigio, bien ganado, puede hacer de cualquier corto un blockbuster en términos de audiencia. Y entiendo que, para un estudio pequeño, la idea de saltar al vacío sin la red que te puede proporcionar un reparto conocido (que no por ello mejor) puede asustar, y mucho. No obstante, al estar hablando de películas basadas en obras como Hitman o Doom, creo que el salto dista mucho de ser tan arriesgado como podría parecer, dado que un cierto nicho de mercado, el público más fiel de la franquicia, está asegurado. Con él, desde luego, no da para cubrir todos los costes de producción, pero el batacazo, en el peor de los casos, sería mucho menor.
También os digo: los conceptos de contar con un reparto relativamente famoso y de, además, hacer una buena película, para sorpresa de muchos, no son incompatibles. A la hora de hablar de cine sobre videojuegos, me resulta muy fácil despotricar de prácticamente cualquier película que se me ponga delante, aunque en ningún momento estoy diciendo que todos los film que configuran dicho grupo sean especialmente malos. Sí es verdad que obras maestras hay poquitas (casualmente, ahora mismo no se me viene ninguna a la cabeza), pero Silent Hill y Warcraft: El Origen – no la he visto, aunque dicen que está bastante bien – son dos ejemplos que tratan de reivindicar el derecho (y el deber) al buen hacer, al mimo y al cuidado, especialmente con aquellas franquicias que tienen auténticas legiones de seguidores a sus espaldas. Por su parte, ciertas películas que se alejan de la adaptación clásica para basar su premisa argumental en la industria del videojuego, como es el caso de Rompe Ralph, nos han sorprendido muy gratamente durante los últimos años.
En este sentido, no todas las producciones se acercan a nuestro ocio digital con el mismo atino.
Recuerdo cómo Gamer, la propuesta de acción protagonizada por el inexpresivo Gerard Butler, me pareció, hace unos años, un insulto palomitero que anteponía la espectacularidad al respeto por el medio, tratando al público jugón desde un punto de vista muy poochie, con un desprecio notable. Cerca de este enfoque nos encontramos con Pixels y Ready Player One, dos películas que, pese a contar con la virtud del entretenimiento, recurrían una y otra vez a los mismos cameos y gracietas; a esas apariciones que todo el mundo espera, y que buscan sorprender y agradar al espectador menos metido en el mundillo, anteponiendo el goce de este al del jugador más hardcore. Eso sí, dicho síntoma era mucho más fuerte en la primera producción citada que en la segunda, donde sí que había algún que otro guiño currado. Al César lo que es del César.
Por último, una vertiente cuya mención veo imprescindible en un artículo de estas características es la de los documentales. Si bien el panorama del que he hablado anteriormente nunca ha llegado a brillar con luz propia, los estrenos en este género, más allá de su obvio interés para una gran parte de la comunidad, siempre han contando con una calidad más que reseñable, como bien nos demostró en 2012 Indie Game: The Movie, y como siguieron enseñándonos Free To Play y Atari: Game Over. Son estos estrenos, junto a muchos otros, los que, en mitad de la tormenta, me hacen dislumbrar ciertos rayos de esperanza, y me instan a seguir insistiendo una y otra vez. A seguir siendo un cabezota; a seguir suplicando una fecha para las adaptaciones de The Last of Us y de Uncharted, y a pedir una y otra vez un mayor número de apuestas por este ocio, que traigan de vuelta historias clásicas, y que tampoco duden en enseñarnos más y mejor sobre una industria que, desde luego, todavía tiene mucho que ofrecernos.