Economía colaborativa y distribución de videojuegos
Llevamos ya años escuchando hablar de la desaparición del formato físico, un formato que se resiste a decir adiós por causas variadas, como el aguante de una tienda que se niega a reconvertirse en un mero expositor de tarjetas de colores y unos jugadores, quizá sobre todo los de la vieja escuela, que siguen valorando el objeto, lo material, que, aunque cada vez más mermado, nos sigue permitiendo lucir nuestros títulos favoritos en las estanterías y sentir que hemos comprado algo.
No se trata este de un artículo vacuo ensalzando que tener una caja es mejor que no tener nada (o sí, no lo sé) y sin duda soy consciente de algunas de las ventajas que tiene la distribución digital, sobre todo en plataformas como PC, en el que cuando adquirimos un nuevo hardware tenemos nuestra colección inmediatamente disponible, o en consolas como Nintendo Switch, en las que una colección digital favorece la portabilidad. De hecho soy usuario habitual de Steam y consumo juegos digitales a la par que físicos en todas las plataformas, por lo que no quiero que se tome este texto como un clásico “old man yells at cloud”. Además, soy consciente de los beneficios que ha traído la distribución digital a la industria que tanto defiendo de los juegos independientes, eliminando costes y barreras de distribución antes insalvables. Pero claro, no es oro todo lo que reluce, y no todos los casos son equiparables.
Mi intención va más en la línea de unir la precariedad general que vivimos los jóvenes con lo que creo que son unos servicios cada vez más empobrecidos, en los que en muchos casos se nos retira la propiedad en favor de derechos de uso, quedando como consumidores a merced de compañías que, y aunque todavía no se ha dado un caso mediático, podrían echar mañana el cierre a sus plataformas dejando a millones de jugadores con su colección a cero. Sí que he vivido alguna situación así cuando un juego comprado en el app store no se actualiza para una determinada versión de iOS y pasa a ese limbo de juegos adquiridos digitalmente que ya no sirven para nada.
No se puede negar que vivimos actualmente, y sobre todo desde la crisis económica de 2008, una situación en la que los jóvenes han salido peor parados, con contratos en los que abunda la temporalidad, una alta tasa de desempleo y una bajada de los salarios que hace que sea muy difícil emprender una vida mínimamente estable. Todo esto está sembrando la desconfianza en una generación que ve cómo se ha roto el contrato social, y que cumplió todas las expectativas para terminar recibiendo nada a cambio. Hablo de la situación de la juventud, pero no es mucho mejor la situación de la población en general, que tampoco voy a relatar aquí, pues ya todos la conocemos.
Parece extraño que como sociedad no nos rebelemos ante situaciones así, en las que gente debidamente formada y con ganas de trabajar se las ve y se las desea para simplemente emanciparse, y es algo que, aunque no creo que sea exclusivo de los jóvenes, me parece que va unido a un capitalismo que se va adaptando a nuestra situación de precariedad, utilizando toda clase de tácticas para que podamos seguir consumiendo y así crear en nosotros esa falsa sensación de que “no estamos tan mal”. Y es que el capitalismo siempre tiene un parche para todo, y si antes al viajar nos hospedábamos en hoteles ahora podemos quedarnos en casas de locales, una experiencia mucho más genuina y auténtica. Para qué tener un coche si podemos desplazarnos compartiendo viaje con alguien; ya no hay necesidad de comprar ropa de calidad si tenemos camisetas a dos euros fabricadas en vete tú a saber qué condiciones, y nada de vivir en una casa, lo suyo es agenciarse un estudio muy mono de treinta metros cuadrados perfectamente decorado con muebles suecos.
Aplica aquí lo que decía unos párrafos atrás en el caso de los juegos digitales; no es que sea un escéptico de la economía colaborativa -no confundir con economía social-, y claro que veo unas ventajas muchas veces beneficiosas para la sostenibilidad y el medio ambiente, así como su viabilidad sustituyendo en algunas ocasiones a sectores que quedarán obsoletos, pero sí que creo que la adopción de estas alternativas debería ser un proceso más orgánico y menos debido a necesidades económicas. Hablando claro, considero que una persona que trabaja debería poder permitirse viajar como le de la gana y no verse forzada a hacerlo compartiendo coche con tres personas que no conoce, opción muy viable y aceptable, pero que no lo es tanto si la persona que opta por ella lo hace simplemente porque su sueldo es muy inferior a lo que debería ser. Pero, seguimos viajando, ¿no? Y estrenando ropa.
Volviendo a los videojuegos, las flamantes consolas de Sony y Microsoft ya ofrecen sus respectivas versiones “All Digital”, en un movimiento que aunque ciertamente no es nuevo – si no recuerdo mal la primera en dar ese paso fue Sony con la fallida PSP GO – sí que ahora se nos vende no como algo residual, sino como una de las opciones viables y estrella para dar el salto de generación y además ahorrarnos unos cuantos euros en el proceso. A la compra digital de juegos individuales se unen cada vez más plataformas que prometen ser “el Netflix de los videojuegos”, que operan mediante suscripciones mensuales.
Hilando esto con mis argumentos anteriores, no puedo sino hacer un paralelismo de la economía colaborativa, o quizá no haga falta, pues hablamos de vertientes del mismo fenómeno, con estas suscripciones y juegos digitales, que vienen a definir la que es mi postura última en esta cuestión: Cada vez tenemos menos, o quizá lo matizaría con un “cada vez podemos acceder a más pero tenemos menos”.
Donde antes una persona interesada en la cultura podía tener una colección de libros, películas, discos y juegos, ahora hay varias suscripciones que las sustituyen, que al final podremos acabar centralizando en un solo aparato. Como decía, esto tiene sus ventajas, pero en el caso de juegos digitales se nos restringe el acceso a los juegos de segunda mano y a las ofertas de las tiendas físicas, resultando en muchas ocasiones más caro comprar un juego digital que uno físico y, claro, así no.
Todo ello por no mencionar lo que para mí es algo importante que es apoyar a las tiendas locales, y algo que, para gustos, claro, creo que es insustituible, que es el ir a nuestra tienda habitual, poder echarle un ojo al merchandising, revisar los cajones una y otra vez, ver títulos actuales y antiguos y, al final, acabar llevándonos un juego que para nada es el que teníamos en mente tras una charla con los vendedores sobre los últimos lanzamientos. Experiencias que, como digo, gustarán más o menos en función de la persona, pero que para mí sí que aportan un valor añadido a toda la experiencia que envuelve a los videojuegos.
La experiencia de rebuscar en cajones para encontrar la oferta definitiva se ha sustituido por un insípido, aunque provechoso en términos de catálogo, paseo por el muestrario de Xbox Game Pass, que cada vez cuenta con una librería mayor de títulos y que con su vertiente para jugar en la nube xCloud acabará haciendo que en un futuro previsiblemente cercano no tengamos ni que comprar una consola. Todo ello por una suscripción mensual que supone desde luego menos coste, o más llevadero, que actualizar hardware cada x años y comprar juegos individuales. No puedo evitar, como creo que nos ocurre a muchos en tiempos actuales, vivir en una constante contradicción, y actualmente soy un ávido consumidor de plataformas de streaming de vídeo y música, por lo que correré entusiasmado a abrazar la última novedad en servicios de videojuegos, pero a veces me da por pensar, y creo que todos estos servicios nos vienen con sus pagos mensuales pintados y engalanados para encajar perfectamente en la economía de la precariedad en la que nos han instalado.
La visita a la tienda se ha sustituido por insípidos paseos digitales
En el lado contrario, y quizá como un reflejo de la creciente desigualdad social en que nadamos, tenemos la mayor proliferación vista de unos formatos físicos cada vez más exclusivos, y me refiero a esos que se lanzan en tiradas limitadas, agotadas y especuladas antes de que nos haya dado tiempo a hacer dos clics. Vaya lío. En cualquier caso, no se para que le doy tantas vueltas, si pensándolo mejor -o sin pensarlo mucho- todo esto de lo digital resulta muy conveniente porque, al fin y al cabo, en nuestro estudio de treinta metros tampoco hay espacio para llenarlo con discos, libros, videojuegos o consolas, así que supongo que esta es una de esas situaciones en que todos salimos ganando.
Firmado: “old man yells at cloud”.