La solución fácil y práctica
La época navideña se reconoce con la llegada de los anuncios de perfume, las películas familiares como Un Padre en Apuros o La Gran Familia, la lotería, la comida copiosa y las recopilaciones de todo el año. Sin embargo, la post-navidad se hace más cuesta arriba con los propósitos de nuevo año y la vuelta a clase o al trabajo. No obstante, en estas fechas no puede faltar la típica y tendenciosa noticia: “Los juguetes que más se han pedido a los Reyes Magos han sido las videoconsolas y los patinetes eléctricos…” Redactada en un tono casi tecnófobo que acaba aludiendo al dogma de que cualquier tiempo pasado fue mejor, cuando los niños jugaban en la calle y disfrutaban de la vida. ¿Los videojuegos tienen la culpa de que los niños no jueguen con otros en la calle? Si eres padre o vas a serlo, le recomiendo encarecidamente que se quede conmigo y reflexionemos juntos sobre este tema que nos ayudará a tomar una perspectiva diferente a ambos.
Hablando con vecinos y conocidos, uno puede escuchar ese “truquito” de poner la televisión mientras le damos de comer a nuestro hijo para que esté distraído y asimile mejor la comida. Es sencillo e inmediato. Pero utilizar esta “solución” para sustituir la inquietud o los tiempos muertos es una mala práctica. Imaginemos que estamos sentados en un bar o restaurante, tal vez llevarse una tablet o una Nintendo Switch pueda poner fin a cualquier rebeldía o rabieta. Hacer un trayecto largo en coche puede ser un auténtico calvario pero se “soluciona” igual. No hace falta pensar qué podría hacer que se calmase o le fuera más llevadero el viaje, el carácter adictivo del videojuego puede suplir eso. Sí, los videojuegos son adictivos, hasta el punto de obviar o retrasar necesidades básicas como comer o ir al baño. Pero no tendría esa oportunidad de no habérsela ofrecido en primer lugar, o si no fuera algo que hubiese aprendido previamente.
Aburrirse es bueno y necesario
Como dice el dicho, puede que la paciencia sea la madre de la ciencia pero el aburrimiento es el verdadero motor del ingenio y la creatividad. Si conocéis la pirámide de necesidades de Maslow veréis que una vez cubiertas las necesidades básicas, el reconocimiento y la autorrealización ponderan la cúspide de la pirámide. Algo que a lo largo de la historia ha conllevado a que sólo las clases más pudientes pudieran dedicar tiempo a la introspección y a la investigación de lo que nos rodea, motivado en buena parte por el aburrimiento. Si uno está sumergido en la densa rutina de un trabajo precario, del estrés y la ansiedad diaria por sobrevivir, se dice que no hay margen para el aburrimiento pero tampoco lo habría para evolucionar.
A una edad temprana, si uno está tremendamente aburrido, enseguida llega la inventiva propia para ponerle remedio. En un trayecto en coche, uno debe pensar qué hacer y puede que contar el número de coches blancos que se adelantan ya sea suficiente. Al igual que comprender que no siempre que uno llora debe recibir toda la atención o llevar la razón, no siempre que uno se aburra debe satisfacer esa necesidad. Dejar que el propio niño o niña “gamifique” su vida tiene efectos muy positivos. De la misma forma que escribir un diario ayuda en sintetizar y estructurar los eventos del día, o los juegos con piezas de construcción en la perspectiva espacial y en el sentido de la física. En este sentido, preguntad siempre cómo se ha dado el día porque luego en un futuro lamentará no saber hacer resúmenes para los apuntes de clase. Si nuestro hijo es capaz de inventar un juego, con un poco de nuestra ayuda si hace falta, y además somos partícipes de él entonces se verá recompensado por su creatividad y no se acordará de la frustración que le ha llevado el aburrimiento. Entenderá que puede contar contigo para jugar y que si se aburre no pasará nada porque después podría haber tiempo para jugar. Si siempre que se aburre recibe algo para jugar de forma inmediata, entonces verá como algo terrible estar aburrido o, en los peores casos, tu nula atención por él al no responderle. El verdadero problema de los videojuegos es que pueden ser muy solitarios. Y el hecho de que sean tan inmediatos y no requieran tu participación, lo hace demasiado cómodo y tentador.
Es difícil competir contra todo el colectivo de internet que suple el rol social de tu amigo o amiga.
Mi psicóloga, una tecnófoba declarada en el buen sentido de la palabra, y yo hemos tenido extensas charlas sobre este tema. Ella argumentaba que el individualismo era un mal que nos afectaba a todos, sí, incluido al mundo de los adultos. Si me apetecía hablar con alguien, tenía Whatapps para incordiar en el grupo de turno, si me apetecía mostrar cierta superioridad intelectual, qué bien entrar en Twitter para avasallar cualquier conversación de una cuenta xenófoba, si me apetecía distraerme de las reuniones familiares podría echar un vistazo a los nuevos memes o sí me apetecía tener una cita con alguien tenía Tinder para elegir entre un selecto grupo quién me convenía mejor como si de indulgente mercadillo se tratase. Es difícil no dejarse arrastrar por esa inmediatez cuando acudes a una reunión y ves a tus compañeros con ese resplandor fantasmagórico de la pantalla del móvil sobre sus caras deprimentes. Mostrando leves y fugaces sonrisas por un meme mientras te miran con aprehensión porque le has recordado a esa realidad miserable que no es tan divertida como internet. Es difícil competir contra la mente colectiva que siempre tendrá mejores chistes que tu, que siempre compartirá mejores gustos y que, en definitiva, tendrá mayor afinidad (por los perfiles escogidos) con él/ella de lo que tendrías tú en la realidad.
De esa inmediatez es fácil dejarse llevar por las apetencias, nos vemos claudicados a nuestros “apetitos” y perdemos nuestra resiliencia a hacer pequeños sacrificios por estar con las personas auténticas que están a nuestro lado. De repente, nos volvemos unos ofendidos de no cumplir nuestras apetencias y tomamos nuestro tiempo como valioso únicamente cuando no lo usamos para nosotros mismos. ¿Lo habéis parado a pensar cuántas veces deseamos tener un “rato libre” y una vez llegado, no saber bien qué hacer o no aprovecharlo como debería? Incluso es fácil confundir apetencias con deseos. Debes cumplir tus deseos es una frase poderosa y evocadora, tal vez la determinación más propia del individualismo que existe. Pero querer y desear un deseo no es lo mismo. Es bueno y necesario desear algo para llegarlo a hacer pero hay una gran distancia entre ambos, de hecho, el camino para conseguir algo probablemente sea haciendo cosas que no queremos en ese momento, en definitiva, que no nos apetece. Menudo dilema entonces, ¿no?
Querer y desear un deseo no es lo mismo. El camino para conseguir algo probablemente sea haciendo cosas que no queremos en ese momento.
La atención que ignoramos
Bien, pues como seres imperfectos que somos, también ocurre si somos padres. Como adulto, lo tengo fácil, si nadie me presta atención no lo tendré muy en cuenta y puedo hacer otras cosas. La madurez me ha permitido desarrollar las herramientas emocionales suficientes para que no me afecte. Pero… Imaginad por un momento que somos niños dependientes de recibir atención. ¿Creéis que se demanda atención sólo cuando se exige como si de un Sim o tamagochi se tratase? Los niños deberían venir con unas opciones de notificaciones para que los móviles nos avisen cuándo y qué necesita en ese momento. ¿Es ideal, no? Por favor, no me roben la idea, podría hacerme millonario y quiero comprarme una avioneta. No, en serio, los niños son esponjas que absorben a cada minuto y segundo de tu vida lo que haces, y eso incluye tus apetencias de móvil/ordenador cuando ellos perciben tu aburrimiento. “Los adultos no se aburren”, bueno, es una mentira como una catedral pero eso viene de tiempos de post-guerra cuando estaba mal visto aburrirse porque si no eras rico (recuerden la pirámide de Maslow) entonces eras un vago. Si a eso le añadimos esa percepción del aburrimiento podrían asociar que ellos producen tu aburrimiento tan malo. Es curioso que la mejor forma en la que aprendemos las cosas sea por asociación y sea como menos se aprende así en las escuelas. Si, los niños tienen la molesta manía de creerse el centro del mundo, pero qué le vamos a hacer si desde ese punto de vista es de dónde mejor se aprenden las cosas. Con el paso de los días percibir esa indiferencia del progenitor y la falta de control sobre lo que le rodea, pueden ser “detalles” que acabe minando su autoestima.
Antes de proseguir, os sugiero echar un vistazo a este acertado artículo de Sergio Ruiz en nuestra web. Os acordáis de la pirámide de Maslow, si, ya la he citado tres veces pero este es un número mágico en los videojuegos. Para cualquier niño que viva en un país del Primer Mundo las necesidades de fisiología, seguridad y afiliación están cubiertas y el reconocimiento cobra importancia. Los videojuegos no serán la razón por la que tu hijo o hija pueda estar distante de ti. Una persona afectada por la autoestima puede necesitar de estímulos que le ayuden a reafirmar su autoestima o le permitan afrontar la realidad con otra perspectiva. Todo ello es una respuesta natural de nuestro cerebro que puede llegar a ser satisfecha por los videojuegos gracias a su versatilidad en múltiples géneros y/o experiencias. Esto sólo se convierte en un problema cuando la única forma que conoce de afrontar los problemas sea a través de los videojuegos, ya sea porque es lo único aprendido o por una cuestión de hábitos adquiridos por imitación. Esto no quiere decir que siempre que alguien juegue lo haga por falta de autoestima, ya puede estar simplemente lidiando con el aburrimiento de forma casual. Pero hay que entender que el videojuego puede ser un refugio emocional que puede condicionar la propia vida. Si a todo ello se le suma una percepción negativa del videojuego es fácil achacar al videojuego toda la responsabilidad de lo que sucede.
El videojuego siempre nos apremia
El carácter adictivo de los videojuegos es indiscutible. Si no nos condiciona la vida y disfrutamos saludablemente con ellos, no debería ser un problema. Hay momentos en los que acudimos a ellos con una necesidad imperante, pero no por una falta de autoestima sino más bien por ese premio que nos elogia: la puntuación alta de un ránking, el panel de victoria, el logro más difícil del juego o el progreso de 101% iluminado en dorado y con una carita sonriente. No se aleja mucho del aplauso fácil en las redes sociales o los comentarios de ánimo que recibimos con satisfacción. En ocasiones la vida es poco agradecida en todo el término de la palabra y necesitamos que nos reconozcan. ¿Cuántas veces después en duro y largo esfuerzo acabamos decepcionados con la recompensa? Sinceramente, demasiadas veces. Quizás fruto de que magnificamos nuestro propio esfuerzo en esa desdicha permanente que nos transmite nuestro propio individualismo. Quizás debamos agradecer más a los demás y la falta de apoyo puede ser un desencadenante para encontrar en los videojuegos esa palmadita en la espalda. Hay que ser consecuente y tener la empatía para comprender que si para ti no supone un esfuerzo tal vez para la otra persona sí lo es. En el rol de un padre, se halla también la disposición a reconocer los aciertos tanto como la de castigar los errores.
El valor pedagógico del videojuego
Hay algo que se pierde muchísimo con ese individualismo del que hablábamos: la inteligencia emocional. No es algo que pueda desarrollarse fácilmente en la escuela y esa dependencia con la tecnología no ayuda. No valoramos lo enriquecedor que sería aportar parte de nuestro tiempo a los demás, así como tampoco el que los demás nos aportan a nosotros. Hoy en día, si me apetece charlar con alguien, tengo la inmediatez de Whatapps. Si suelto cualquier bordería, apenas seré consciente de sus consecuencias porque es difícil de medir o es fácil de subsanar con un “xD” al final. Se ha llegado al punto de cortarse relaciones mediante mensajes de Whatapps o haciendo un ghosting (desapareciendo de las redes de esa persona). Cuando no existía Whatapps, romper con alguien podía ser sustancialmente doloroso porque tenía un impacto emocional directo que se reflejaba en la cara de la otra persona y nos retornaba como si de un boomerang se tratase. No podría existir mejor “feedback” que ese. Podría haber “peleas” de no hablarse durante semanas y acabar haciendo las paces con si nada hubiera pasado. Todos esos ires y venires se pierden, y a veces sólo se encuentra un reflejo de ello en los dramas de la televisión o en los juegos que tienen un gran componente social. Ahí tiene un aporte social los videojuegos multijugador, especialmente aquellos que requieren colaboración como los MMORPGs. Y, en lo personal, es un valor pedagógico que se ha perdido con el auge del multijugador competitivo que predomina actualmente. Los juegos sociales pueden ser un problema cuando son la única actividad social existente, fruto de la necesidad de aprender de esos dramas como parte de la propia vida.
No obstante, existen muchos valores pedagógicos importantes. Sin ir más lejos, Minecraft fomenta la creatividad, construcción, cooperación… que afecta a muchos ámbitos como el desarrollo del sentido espacial, la lógica, el conocimiento de materiales, la recolección… En mi caso, debo reconocer que mi pericia al volante es debida, en parte, gracias a Gran Thef Auto San Andreas. Los videojuegos me han ayudado a tener otra perspectiva de lo que me rodeaba y aplicarlos en consecuencia ayudándome a conseguir un pensamiento lateral que difícilmente puede aprenderse en casa o en la escuela. Esa perspectiva me ha ayudado a abstraerme de mí mismo y percibirme desde fuera pudiendo ponerme en el lugar de otras personas más fácilmente, mejorando así la empatía. Hay un ejercicio mental muy sencillo: respondiendo de forma rápida y casi, sin pensar, si te dibujases una R en la frente hacia dónde iría el rabito de la R. ¿Hacia la izquierda o hacia la derecha?
Si respondiste inmediatamente hacia la izquierda, tienes esa perspectiva exterior. Si lo hicistes hacia la derecha, la planteas desde ti mismo pero no es malo ya que podrás conocerte mejor y tomar decisiones más rápidamente. Un juego como Life is Feudal MMO me ayudó a entender la complejidad de hacer construcciones en equipo o gestionar recursos para decenas de personas distintas, con diferentes aptitudes y ambiciones. A día de hoy, esos valores se potenciarán mucho más si se compartieran de padres a hijos, pasando el tiempo juntos tanto si se juega a videojuegos como si se hacen otras actividades.
Por ello, es importante que una vez terminadas las responsabilidades del día a día, pasar un tiempo común con los videojuegos. Existen pequeños “truquitos” como tener el ordenador en un espacio común como el salón, no abusar de portátiles en determinadas circunstancias o llevar ciertos modales a la mesa como nada de móviles durante la comida, así como dar ejemplo de ello. Gracias a la versatilidad de los videojuegos es posible reforzar varias áreas del conocimiento donde uno puede flojear, de manera divertida y sin que suponga una carga adicional a los trabajos de clase.
No todo debe estar escrito
Como decía, lo cómodo y sencillo es prestar una tablet o una Nintendo Switch y no darle la atención que requiere realmente. Tal vez pensaste que sabiendo a qué juega y controlando estrictamente las horas de juego te hace ser mejor padre. No, si el niño exige al videojuego algo más que el simple divertimento por la falta de atención, autoestima o sociabilización que realmente quiere. Incluso, cuando no se sepa lo que quiere, le será más factible la excusa de estar aburrido cuando verdaderamente se está convirtiendo en una necesidad inmediata y paulatinamente en una adicción. No como causa, sino como consecuencia.
Hace unas semanas surgió la polémica sobre el sistema PEGI, una etiqueta que ofrece de manera orientativa la edad recomendada de un videojuego y cuál es el tipo de contenido más susceptible para niños, y que llevó a un interesante debate en las redes sociales. La conclusión generalizada que percibí fue que a edades tempranas lo más recomendable es jugar bajo supervisión y entender bien de qué iba ese videojuego. La violencia en los videojuegos siempre ha estado muy presente pero hay que entender que por mucho que ciertas noticias controvertidas y obcecadas inquieren en los videojuegos como causa de actos violentos, lo cierto es que no hay ningún estudio que refleje una relación directa entre los videojuegos y la violencia real. De hecho, los niños antes de los 7 años aproximadamente tienen un concepto de la muerte distinto a nosotros. No son consciente de ello y a veces pueden llegar a comentarios macabros o sin mucho tacto respecto a ella. Lo ideal para luego subir a Twitter: “Mi hijo le dijo a su abuelita que pronto será feliz con el abuelito…” sin luego prestar la debida atención. No obstante, a partir de esa edad se entiende el concepto de la muerte propia y el sentimiento de morir solos, o el rechazo de los padres, se vuelve visceral. Una especie de aflicción natural que conlleva un entendimiento claro de la vida y la muerte. Eso junto con la propias normas de convivencia ya forman de por sí un conjunto ético y moral bastante sólido como para que se pueda romper simplemente con videojuegos, entendiendo la gravedad de arrebatar la vida a otra persona. Si sentís curiosidad, esa es una de las detestables razones por las que se reclutaban niños soldados siendo tan niños. A partir de los 12 o 13 años empieza a cobrar mucha importancia la imagen de uno mismo y/o la sociabilización con otras personas, aparte de los padres. Si el contacto con su primer videojuego coincide con esta etapa de su vida es fácil achacar la culpa al videojuego, es comprensible. No obstante, la preadolescencia es una época convulsa que requiere cierto distanciamiento para que puedan conformar su propia identidad social.
La autonomía debe ser respetada
Muchas veces, cuando quiero definir un personaje para mis relatos empiezo describiendo sus gustos. Dicen mucho de cómo actuarían ante determinadas situaciones y más adelante acabo conformando su personalidad. Salvando mucho las distancias: si a nuestro hijo le gustan los videojuegos, es importante conocer primero qué tipo de juegos le gustan. Y si también disfrutamos con ellos, sugerirle nuestros favoritos. No se trata de que él juegue por nosotros (que es daría para otro texto) sino que él vaya descubriendo a su manera el mundo de los videojuegos. De la misma forma que le dejaríamos explorar un bosque controlado o le dejaríamos experimentar con cautela en la cocina con los ingredientes. Esta cuestión parece obvia pero no lo es. ¿Cuánto sabemos realmente de los gustos de una persona cercana a nosotros? ¿De nuestro mejor amigo? ¿De nuestra tía, sobrino o hermano? No sé si recordarás cuándo fue la última vez que preguntaste: ¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre? Y tal vez, las primeras citas no valgan porque tiene que ser alguien conocido. Me parece menos intrusiva (no fuerza a estar necesariamente bien) que la pregunta ¿Qué tal? y sin embargo, es mucho más reveladora. Los gustos dicen mucho de cómo somos. Y podrían servirnos para encontrar afinidades en las que compartir tiempo. Y cómo no, acabar quedándose con un pedacito de la otra persona y adquiriendo parte de sus gustos también. En relación con los videojuegos: aún recuerdo a un amigo que me contagió su entusiasmo por la saga de Resident Evil. Si algo no se comparte, no hace falta forzarlo, aunque sí saber cuándo sería idóneo compartir algo de tiempo. Creo que en ese individualismo a veces olvidamos que la otra persona puede no gustarle lo que hacemos y que tal vez estemos abusando de su generoso tiempo a expensas del nuestro. Soy especialmente crítico con este tema porque la falta de empatía nos vuelve más solitarios en un mundo donde supuestamente estamos más conectados. Es cuanto menos irónico, ¿verdad? En resumen, hay que interesarse por los gustos de nuestro hijo, incluyendo influencers o canales a los que sigue, música que escucha, gustos literarios y cómo no, también sobre videojuegos y sus géneros favoritos.
Hace tiempo leí que todo se trata de mantener unas prioridades claras en el día a día. ¡Qué sencillo suena! Cómo si todos supiéramos realmente lo que queremos y pudiéramos ajustarnos tal como lo haría una máquina o un reloj de cuerda. Eso prefiero dejarlo para esos canales de autoayuda tan solicitados últimamente, tal vez síntoma de ese mal que nos asola y por el que inconscientemente acudimos a ellos. Lo percibo más bien como un aprendizaje en el que deberemos elegir una forma de lidiar con los problemas. Es una lucha interna en la que sólo podemos luchar nosotros mismos y sería un tremendo error ignorar las luchas internas de los demás. Por ello, si no somos capaces de entendernos del todo, menos lo seríamos de nuestros hijos como padres. Sólo podemos ofrecer las herramientas que les puedan servir en mayor o menor medida a ellos y esperar a que encuentren su propio camino. Esa búsqueda puede alargarse con los años en sus múltiples formas pero siempre requiere de cierta autonomía que debe ser respetada. Los videojuegos tienen un lado enriquecedor que podemos enseñarles a sacar provecho y quizás se sorprendan que en esas experiencias encuentren en su interior a la persona capaz de hacer sus deseos realidad y autorrealizarse.
Bajo este prisma, he aprendido de mis propias palabras al igual que espero que vosotros os hayáis formulado vuestras propias preguntas y hayáis llegado a vuestras propias conclusiones. A diferencia de una película/serie, sentiros libres de interpretar, analizar y comentar abajo vuestras deliberaciones y experiencias. En este sentido, me ha servido para empatizar con el rol de padre y entender su compleja labor. Confío que, si no sois conocedores de los videojuegos, os ayude a comprender mejor este pasatiempo que apasiona a tantos jugadores cada día.