Una vida a través del videojuego
Sabes que algo ha sido importante en tu vida cuando está presente siempre que echas la vista atrás, cuando sabes que ha estado ahí desde que tienes uso de memoria. Quizás, muchas personas de cierta edad, de generaciones anteriores, se arruguen al hablar de videojuegos como algo más que mero entretenimiento vacío. Bueno, quizás no, es algo que pasa con toda seguridad. Realmente no es algo tan reprochable, creo, es una mera cuestión generacional. Para esas personas los videojuegos no llegaron a calar tanto, y pasaron más como un entretenimiento pasajero. Y ya no hablo tanto de que entraran o no en su abanico de aficiones personales, sino de que en el momento que los conocieron estaban (socialmente) conceptuados como ocio sin más y no como cultura. Pero, de verdad, prometo que este artículo no va sobre el debate de si son cultura o no. Lo prometo.
A lo que voy es que la concepción del videojuego depende principalmente del componente generacional y de tu acercamiento personal con él. Por supuesto hay otros muchos factores que pueden determinar la relación de un usuario con el medio (económicos, geográficos…) pero vamos, que me enrollo, que estas líneas no van por ahí. Esto va sobre cómo algo como un videojuego (o muchos) puede convertirse en parte casi integral en la vida de una persona. Y ojo, sin que eso signifique que te hayas convertido en un ermitaño que no tiene otra conexión con el mundo. Como le pasaba a Ichiban Kasuga de adolescente con su obsesión con Dragon Quest. Este será un artículo tremendamente personal, más bien una reflexión que me gustaría compartir y que he estado mascando al rejugar algunos títulos de la infancia y adolescencia. Una reflexión que Final Fantasy IX me ha empujado a escupir por fin.
Sabes que los videojuegos han sido un pilar fundamental en tu vida cuando al recordar una etapa del pasado, casi automáticamente, aparece un título asociado a dicha época. O también al contrario, cuando pensar en un juego concreto te hace rememorar días o situaciones concretas de tu vida. Como puede serlo la práctica de un deporte, vivir en un lugar u otro, o relacionarte con X o Y personas, si han sido suficientemente importantes en tu vida, los videojuegos pueden conformar una suerte de calendario en tus recuerdos. Pueden ser casi marcapáginas que indican y marcan distintos momentos de tu vida. El avance generacional de consolas, o el salto entre distintas entregas de una misma saga de videojuegos pueden ser indicativos del tiempo que ha pasado desde algún momento de tu vida hasta ahora. Son referencias, del mismo modo que para un aficionado al deporte lo son hitos o momentos críticos del equipo al que apoyan. No creo que sea raro que alguien piense: “2011…, de aquellas estábamos celebrando X partido”. En mi caso, 2011 siempre será el año de Skyrim, y de salir de clase junto a un amigo para ir directos a comprarlo el mismo día del lanzamiento. Al igual que Resident Evil 4 siempre será sinónimo de compartir la afición de los videojuegos con toda mi familia.
Y con Resident Evil 4 el caso es curioso. Se trata de un juego que adoro no solo por la diversión a los mandos, sino por todos los recuerdos asociados. Podrá sonar exagerado, pero en mi casa Resident Evil 4 es un nexo, un interés común, y un juego que sigue generando conversaciones varias veces al año, durante la cena. Porque todos jugamos el juego en casa, varias veces además, y lo jugábamos no solo en nuestras propias partidas, sino que también éramos partícipes de las partidas de los demás, como copilotos. No es raro reírnos durante una cena reproduciendo sus diálogos absurdos, y de ahí saltamos a otros tantos juegos de los que compartimos recuerdos: Silent Hill 2, Super Mario 64, The Legend of Zelda: Ocarina of Time, Project Zero, Onimusha o Dino Crisis, entre muchos otros. Sí, algunos de esos títulos, con más de 20 años de historia, siguen siendo un elemento común entre familia o amigos, como podría serlo un viaje de vacaciones.
Y lo mismo ocurre, en otros tantos casos, con los amigos. Juegos que casi disfrutaste más por la compañía que por la calidad del título en sí. Para mi, World of Warcraft, Guild Wars o World of Tanks son ejemplos de ello. Juegos que no me hubieran atraído ni la mitad de lo que lo hicieron si no hubieran supuesto un elemento común para varios amigos, algo que compartimos mientras jugábamos, y de lo que hablábamos luego cuando nos encontrábamos en el instituto o cualquier otra parte. Y esto no ocurre solo con los títulos multijugador al uso, también con otros tantos que ni siquiera tenían modo multijugador, pero que se compartían de igual manera. El mismo Resident Evil 4 y su modo mercenarios fue protagonista de largas tardes de turnarnos el mando entre varios amigos para desbloquear todos los extras. Y ahora, 17 años después, esperamos con ilusión el lanzamiento de su remake. Un amigo que a estas alturas apenas comparte intereses comunes dentro de los videojuegos conmigo y yo volvemos a comentar un juego en común. Y volvemos a quedar para jugar a un juego que descubrimos juntos.
Como ya escribí en su momento, los videojuegos también desempeñaron un rol de salvavidas para mí. No me importa que suene a tópico manido o a exageración sensiblera, porque es verdad. Porque lo siento así. Pero durante la adolescencia, o al menos durante la etapa más dura de la misma, los videojuegos constituyeron un refugio frente al bullying. Una vía de escape mediante la que evadirme a otros mundos y dejar de sentir la impotencia e insignificancia del mundo real. Me conectaron a otros amigos de instituto que pasaban por problemas similares, jugando en el recreo al Final Fantasy Tactics de GBA, conectados mediante cable Link, en esa media hora que se traducía en un punto de alivio y apoyo para soportar el resto del día. Y con pensamientos como este, con este tipo de recuerdos, te das cuenta de que los videojuegos no han sido solo un entretenimiento o una afición pasajera, sino que se han quedado grabados, y asociados a momentos y sentimientos importantes. Y en muchos casos, siguen siéndolo a día de hoy, siguen generando momentos que guardaremos. En mi caso, en una etapa más “reciente”, me han llevado a conocer nuevas amistades, por ejemplo, al dedicar parte de mi tiempo a escribir sobre ellos, y relacionarme con otras personas que también lo hacen.
Pero no todo es feliz y bonito, la verdad. También tiene su parte nostálgica y triste, cuando ves que muchas de esas personas, con las que compartiste esa afición tan marcada durante años, empiezan a desligarse de ella. Pierden el interés total o parcialmente, y empiezan a escasear los juegos compartidos y en común, las conversaciones sobre ello y las comparativas de experiencias. Pero las experiencias pasadas no caducan, las conversaciones sobre Pokémon Verde Hoja, Jak and Daxter o El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey siempre regresan. Incluso recuerdas cuál era el personaje favorito de cada uno de tus amigos en ese fighting game, y cómo solía jugarlo. Recuerdas cuál era la clase predilecta de un amigo en el WoW, de qué armaduras le gustaban, o de cuál era su personaje principal en League of Legends. Incluso puedes recortar esa partida concreta en la que hubo algún grito de más o una broma especialmente memorable.
Al final, independientemente de lo que sea como producto o como ocio, independientemente de que sea o no cultura, o de que tenga más o menos valor artístico, el videojuego es un viaje. Son momentos, sentimientos y recuerdos que se quedan ahí, asociados a una pantalla de título, a un esquema de controles o jefazo final memorable. En mi caso, puedo decir que se ha tratado de una vida entera (o casi) a través de videojuegos. Y, por el momento, no tengo intención de dejarlos a un lado. Seguiré pulsando el “Yes” en cada pantalla de “Continue?”.