Reinventando el cartón
Hace unos días Paz Álvarez publicaba en el diario económico Cinco Días un breve artículo sobre la empresa alemana Faber-Castell, la fabricante de lápices más antigua de la historia (fundada en 1761) y una de las firmas más prestigiosas de su sector. En el texto explicaba que el caso de Faber-Castell se estudia en Harvard porque es un ejemplo especialmente significativo de que a veces es importante tomar decisiones aparentemente poco progresistas con tal de aferrarse a la identidad propia, sobre todo en un mundo en el que a menudo las compañías se ven arrastradas por las corrientes de la innovación tecnológica y terminan afrontando un destino fatal fruto de la fe abnegada en cada avance de la técnica. Faber-Castell ha sobrevivido con buena salud porque ha hecho justo lo contrario: cuando sus competidoras se reinventaban al son de las nuevas tecnologías, la empresa alemana esperaba paciente y observaba su entorno siempre convencida de que la demanda de productos de tecnología anticuada quizá se encogería en un principio pero terminaría volviendo a su estado habitual e incluso aumentando con el tiempo. No se equivocaban, y la prueba es que otras empresas como la italiana Moleskine o la suiza Rolex han seguido el mismo camino lleno de éxitos.
Mientras leía el artículo no podía dejar de pensar en una cuarta compañía: Nintendo. La ancestral empresa, fundada en Kyoto en 1889 por Fusajiro Yamauchi, ha pasado por múltiples fases a lo largo de su historia, y en el segmento que corresponde a los videojuegos siempre ha mantenido un brazo puesto en el freno de mano de la innovación. La industria del ocio electrónico tiene un vínculo casi genético con la innovación tecnológica, hasta el punto de que no han sido pocos los momentos en las últimas cuatro décadas en que el videojuego ha necesitado cubrir un cupo de avance técnico para poder sobrevivir comercialmente.
La novedad como concepto es parte esencial de la relación entre los consumidores y las máquinas, y Nintendo no fue ajena a ello: en los noventa el famoso eslogan «el cerebro de la bestia» marcaba una filosofía que daba una gran importancia a la potencia bruta de su Super Nintendo. Aquello fue, no obstante, una excepción. La mayoría de grandes aciertos de Nintendo, desde la Game Boy hasta la Wii, pasando por la 2DS y la actual Switch, son fruto de una inventiva particularmente desarrollada que partía de las propias limitaciones de la maquinaria. Consolas en inferioridad respecto a sus contemporáneas que triunfaron gracias a luchar contra la innovación para apuntalar la identidad y exhibir una habilidad prodigiosa para dar enfoques divertidos a piezas anticuadas.
Mientras la empresas de lápices, de relojería o de libretas de notas han ido improvisando este tipo de decisiones drásticas y en ocasiones incluso contraculturales, Nintendo puede presumir de haberse basado en una filosofía concreta, en un principio firme. El concepto específico tiene por nombre Kareta Gijutsu no Suihei Shikō, y fue acuñado por el diseñador y legendario empleado de Nintendo Gunpei Yokoi. La frase significa algo así como «pensamiento lateral con tecnología anticuada» y viene a describir esa aproximación tan japonesa que lleva a cabo Nintendo con sus proyectos más importantes: un jugueteo meditabundo y reflexivo con el material del que se dispone, un exprimir las posibilidades de todo aparato o construcción antes de sustituirlo por la siguiente iteración más potente o más rápida. Es un enfoque que se ve claro en multitud de lanzamientos de Nintendo, y que ha vuelto a quedar a la vista en su invento más reciente: los Nintendo Labo. La compañía nipona, abriendo una línea de negocio nueva que mantiene a pies juntillas el mismo dictado filosófico y de diseño, ha logrado algo difícil de asimilar a estas alturas: ha reinventado el cartón en pleno siglo XXI.
Queda por ver cómo se asienta Labo en un mercado que los expertos ni siquiera se atreven a señalar o delimitar con seguridad, un producto tan radicalmente nuevo y a la vez tan obcecadamente anticuado que se vuelve imposible hacer predicciones, pero lo cierto es que con cada nuevo vídeo hay más gente hablando de él y echándose las manos a la cabeza ante el despliegue de ingenio y determinación que supone poner algo así a la venta.
Creo que Nintendo no solo tiene un sitio reservado en ese club de las compañías inadaptadas que hicieron del inmovilismo una virtud y de lo pretérito una identidad, sino que podría incluso presidirlo. Y es que esa actitud contestataria, esa convicción férrea que le ha permitido no dejarse arrastrar por letales riadas de urgencia técnica y efervescencia innovadora, no deriva en su caso del miedo a diluirse entre la multitud sino en la seguridad de quien toma una decisión basada en una idea sólida, de largo recorrido y, sobre todo, sostenible.