Vivimos en una simulación
Algo que siempre me llamó la atención de la fotografía antes de interesarme y acercarme y sumergirme y fundirme con ella fueron las mil y un definiciones que existían y existen sobre la cámara, el ojo, la imagen, y cómo estas cohabitan blogs, vídeos, diccionarios online. Para muchos, la fotografía es el arte de la observación; un lenguaje universal, que facilita la emisión y recepción de mensajes aboliendo las barreras idiomáticas del mensaje oral o textual. Para algunos otros, se trata de una forma de mutar la realidad a través de su enfoque; una denuncia desgarradora, una oniria perturbadora, un vistazo a lo de más allá. Y es que casi parece que la naturaleza evocadora de la disciplina, una vez se tiene un cierto bagaje y perspectiva, obliga a sus amantes a dar una definición propia, un porqué, tan poético como sea posible. Para mí, si preguntáis, la fotografía es luz y es tiempo; un ejercicio interpretativo en el que la gestión y optimización de los recursos lumínicos juega un rol vital, pero al que también se le deben buenas dosis de paciencia, de estudio y de prueba y error, para su buen hacer.
No sé si se puede decir lo mismo del resto de descripciones, pero hay bastante de esto último en New Pokémon Snap. La herencia de HAL Laboratory y Pax Softnica, ahora en manos de Bandai Namco Studios, materializa la distensión como parte de su propuesta, haciendo de ella una obra que pierde sentido y significado cuando trata de consumirse intensamente. Es imposible pasarse New Pokémon Snap, porque, pese al delgado hilo narrativo que une los variados biomas presentes y a la insistente presencia de una Fotodex a completar, no hay cabida para desafíos que haya que superar, o para sendas que finalizar. Solo la hay para puntos a los que volver, sitios que redescubrir, ideas sobre los que pivotar.
No todo lo que implica esta calma a nivel jugable, sin embargo, conlleva impactos positivos en la experiencia de juego, y es que gran parte de sus colateralidades gozan de una mejor salud teórica que práctica. El ritmo de la aventura – obviamente alejada de la simulación, lo que lo hace injustificable – es deliberadamente lento, pues se decanta por dosificar sus contenidos de una manera lineal y demasiado ordenada (se descubre un nuevo bioma diurno ➝ se desbloquea su vertiente nocturna ➝ se desbloquea su vertiente Lúmini ➝ vuelta a empezar), siempre usando la iteración como pastilla de freno.
Pese a ello, no es su disposición lo que hace que cada uno de estos escenarios, en su plenitud bien construidos, ofrezcan una sensación de repetición y tedio que se corona como el mayor contrapunto de la obra, sino que es la anticuada inteligencia artificial de las criaturas que los pueblan, casi inexistente, la que hacen que cada uno de estos niveles se sienta más que como un tren de la bruja confeccionado artificialmente que como un ecosistema real y orgánico a descubrir. Que el comportamiento de los Pokémon no comprenda de algoritmos de posicionamiento, de reacciones físicas y de emersión narrativa jugable, y solo se limite a la reproducción exacta de animaciones pregrabadas que se repiten hasta la saciedad, provoca una ruptura constante en la inmersión. Un valle de lo inquietante que, más allá del impacto visual, resta protagonismo a la aplicación de la fotografía al gameplay, limitando su rol al del espectador pasivo en lugar de hacerla partícipe de él, y que en parte hacen justificables esas quejas por el precio del lanzamiento, explicitando su naturaleza como juego menor dentro de la serie Pokémon.
Si esto se me antoja especialmente triste es porque la base jugable de la propuesta, en su mínima expresión lúdica, sigue funcionando como un tiro aún después de veintidós años. Hacer fotos sigue siendo un ejercicio divertido, y una forma única – y mucho más coherente, si me preguntáis – de comprender el universo orquestado por Game Freak. Además, a las valoraciones de nuestro trabajo realizadas por el Profesor Espejo (siempre fundamentadas sobre unos criterios sólidos, como la pose de la captura, su tamaño, orientación o encuadre) se le suman, ahora, valoraciones realizadas por usuarios de todo el globo, pudiendo otorgar y recibir medallas manzana del resto de entrenadores de manera muy satisfactoria. En general, la fórmula, aunque exenta de unas novedades que se acaban echando en falta pasadas las cinco o diez primeras horas, sabe mantener el tipo, y da unos pequeños pasos en la dirección correcta (modernizando el concepto del Pokémon Snap de 1999 hasta instagramearlo) que ojalá hubiesen sido más largos o abundantes.
Es de justicia admitir, eso sí, que no son estas las únicas implementaciones que hacen que la experiencia se mantenga siempre agradable y directa, incluso en partidas extremadamente cortas. Ahí está la extremadamente agradecida compatibilidad con el giroscopio, ahí está esa fluidísima interfaz minimalista. Nuevamente, a la hora de optar por sesiones más largas, y dado el componente creativo inherente a la subsaga, es muy fácil acabar pidiendo algo de más ambición; echar de menos razones ludonarrativas para no poder soltar el mando, soñar con una compatibilidad con Nintendo Labo que le aporte una segunda juventud a ese cacharro de cartón que tenemos en la estantería desde hace ya algo más de un par de años y que lo habría erguido como un producto aún útil por el que realmente mereció la pena pasar por caja. Entiendo que no debemos de tomarlo como oportunidades perdidas; al fin y al cabo, nadie nos prometió eso, porque el juego probablemente nunca barajó tales desvaríos entre sus pretensiones, por más que se las apañe para bombardearnos con esos pensamientos y arrojarnos vistazos de lo que podría haber sido de manera recurrente.
Habrá parte del público, aun así, que se las ingenie para esquivar estas misivas, esos rechazos. Cuando nos ponemos a los mandos de un título con un gran presupuesto detrás, solemos olvidar el hecho de que no todos los videojuegos son para nosotros. No todas las obras se han hecho con nosotros en mente; no tienen por qué gustarnos, o hacernos disfrutar. Y, en este sentido, New Pokémon Snap es un título que se desprende rápidamente de sus problemas y complejos cuando es contemplado desde los inocentes ojos de un niño; ya no solo por lo atractivos que visualmente resultan los monstruillos que desfilan por pantalla y que la llenan de aparente vida, sino por la forma tan diferente que tiene de entenderse a sí mismo como videojuego. Puede que su estructura nos frustre, que le veamos el cartón al comportamiento de los Pokémon o que su argumento no nos atraiga ni lo más mínimo, pero hay una edad en la que nada de eso importaba. Ojalá disfrutar de esto tras esos ojos.
New Trumon Show
Desde la partícula que encabeza su nombre hasta sus últimas consecuencias, New Pokémon Snap es una secuela fiel y continuista para aquella obra que nos permitió entender el universo Pokémon de otra forma. Es, ante todo pronóstico, otro Pokémon Snap, y actúa como tal; como si el tiempo no hubiese pasado por él, o como si el tiempo no hubiese pasado por nosotros. Y aunque encuentra bajo su apabullante coraza técnica ciertos motivos para redescubrir el enfoque propuesto (ya sea por rememorar desde la distancia una obra mítica de Nintendo 64, encontrando ahí cierto valor histórico, como por la diversión instantánea que ofrece en el corto alcance), no tiene problema en admitir su inmadurez. Ya no busca entretener a la cuartilla de entrenadores Pokémon con la que se crió, sino que se siente cómodo cancelando su evolución en pro de acompañar a una nueva generación. Si eso es un motivo de tristeza o felicidad, me temo, es algo que en algún momento tendréis que resolver con vuestros hijos.
Esta crítica ha sido realizada con un código de descarga para Nintendo Switch cedido por Nintendo.