La sensibilidad del videojuego
Muchas veces las historias nos transmiten más a través de la emocionalidad que por cualquier otra vía, lo hemos visto en muchas disciplinas. En la poesía encontramos una muestra de esto, son palabras que no obedecen más que a los sentimientos, que suelen evitar dar rodeos y que buscan despertar en el lector las sensaciones que embargan al autor a la hora de concebir la obra. Durante la última década el videojuego ha explorado distintas fórmulas tratando de innovar y alejarse de las recetas tradicionales, y los títulos indie han impulsado esta conducta enormemente. Sin los recursos de que disponen las grandes desarrolladoras para hacer brillar sus juegos en el apartado técnico, los pequeños desarrolladores han aprendido a marcar la diferencia en otros terrenos, como el apartado artístico o la narrativa. De esto último tratará este artículo, de la narrativa emocional de los títulos independientes. Antes de seguir, si no has leído los dos artículos que preceden a este, te recomiendo que les eches un vistazo.
La puesta en práctica de este estilo narrativo viene acompañada del deseo de los creadores de convertir al videojuego en un producto cultural más rico y variado, que explore las inquietudes y dilemas humanos, como lo hacen otras artes. Tomando como primer ejemplo al título patrio RiME, es fácil entender que los creativos se inclinen hacia estas recetas, ya que consiguen potenciar el carisma de los personajes y la facilidad para que el jugador se identifique con ellos y empatice. RiME es un título en el que prima, por encima de todo, la exploración de la psique humana, pero con carácter inductivo, ya que es al final de la aventura cuando hilamos todo lo vivido y le podemos dar un sentido. Sin entrar en spoilers, RiME atesora un profundo mensaje sentimental sobre el amor paternal, los lazos familiares y el valor de la vida, todo ello vestido de aventura. En el desarrollo de este juego se aplican las mecánicas de la aventuras clásicas de los videojuegos al funcionamiento de los procesos psicológicos y emocionales del ser humano, así como a los vínculos con los seres queridos. Exploramos templos y cavernas, y nos enfrentamos a violentas criaturas, pero en realidad estamos recorriendo experiencias vitales y nos enfrentamos a traumas y miedos.
El juego hace un ejercicio magistral de la metáfora y el simbolismo, y a pesar de la relativa sencillez de su mensaje, una vez que lo comprendemos es profundo y contundente, y es difícil que no deje marca en el jugador. RiME esconde una historia dramática y adulta tras una apariencia inicialmente amigable y colorida. Por otro lado, ya que mencionamos la metáfora como recurso narrativo, cabe destacar que RiME, al igual que otros títulos, utiliza casi todas las herramientas visuales y sonoras a su alcance para potenciar el mensaje. Tanto la paleta de colores, como la composición paisajística y arquitectónica o incluso la fauna de cada uno de los entornos que visitamos están al servicio de la narrativa y la emocionalidad. A medida que el tono del mensaje o sentimiento que busca transmitir cambia, los entornos y el clima cambian con ellos. Cuando se nos quiere transmitir una idea triste o incluso cargada de ira nos moveremos por tierras grises y oscuras, mientras arrecia la lluvia y somos atacados por furiosas criaturas. Y hasta esas criaturas son una metáfora directa de un sentimiento o vivencia, un reflejo.
Otros títulos, como Gris o Journey son también muestras de estos canales alternativos para contar historias, y sobre todo, para transmitir sentimientos. En el caso de Gris la mayor parte del peso artístico y narrativo recae sobre el uso del color, de hecho las mecánicas del juego se basan en el uso y desbloqueo de distintos colores para progresar a lo largo de la aventura. Los colores son nuestra herramienta principal, y a medida que los coleccionamos y dominamos el mensaje del juego se va desvelando. Además, la cantidad e intensidad de colores presentes es, una vez más, una metáfora emocional, ya que la obra está destinada a tratar problemas emocionales como la depresión o la ansiedad. Podemos tomar otro ejemplo más reciente como es Sea of Solitude, en el que ya no es uno o varios elementos los que obedecen a este símil entre mecánicas y mensaje, sino en el que toda la obra es una metáfora del concepto que se busca transmitir. Tanto es así que todo lo que ocurre en el juego, desde la aparición de perturbadoras criaturas hasta la inundación de ciudades enteras, es una representación de los cambios y procesos emocionales del ser humano. De hecho, Sea of Solitude es tan personal, sensible y humano porque se basa directamente en las vivencias emocionales de su creadora.
Tanto RiME como Sea of Solitude dejan, en boca del jugador, ese sabor a juego puramente de autor, un sabor similar al que nos dejan las obras de Fumito Ueda, por ejemplo. Y es que, en esas obras de autor podemos encontrar algo así como el germen de los títulos indie tan personales que llegarían después. Las obras de Ueda, las de Kojima o las de Miyazaki, cada una a su manera, son obras que se han atrevido a explorar e innovar, a salirse de los marcos, a pesar de estar constreñidas por las limitaciones impuestas por la industria. Quizás sea por el poder que dan los grandes nombres como Kojima o Ueda, aunque en algún momento tuvieron que hacerse valer, antes de tener ese prestigio. O quizás, como en el caso de Miyazaki, todo haya sido fruto de construir una montaña cimentada sobre grandes ideas hasta lograr encabezar sus proyectos para así dejar su impronta personal.
En el caso de Ueda, su obra se centra en explorar vínculos emocionales, como ya comenté en otro artículo. Miyazaki, por otra parte, apuesta por convertir al jugador en un co-creador de la historia que vive, y Kojima ha intentado acercar el videojuego a la crítica política y al lenguaje cinematográfico. Todos estos modelos dejan entrever un rasgo común: el videojuego es una poderosa herramienta cultural, narrativa, comunicativa y artística, tan sensible como cualquier arte. Ahora son los indies los que, principalmente, han tomado el testigo de autores como Ueda, y apuestan por un contenido tan personal, humano y emocional que se hace dificil de pasar por alto, incluso para aquellos que no son jugadores habituales. En conclusión, todos estos modelos narrativos y artísticos son una de las pruebas más claras para cimentar la consolidación del videojuego como un medio cultural y artístico que va mucho más allá de machacar botones.
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