El viaje cíclico del héroe
Las obras de Miyazaki son como una rosa; bellas, únicas y fáciles de admirar, pero repletas de espinas y peligros. En un primer acercamiento notamos los pinchazos y el rechazo, es habitual sentir que se trata de obras que “no están hechas para nosotros”. Sin embargo, si somos constantes encontraremos una forma de proceder que nos permita disfrutar de su belleza y sortear sus intimidantes barreras iniciales, de perseverar en el reto que nos plantea. Tanto Lordran como Yharnam o el Japón feudal de Sekiro se presentan como auténticas odiseas, que buscan que el jugador haga acopio de constancia y abnegación para sobreponerse al reto que se le presenta en pantalla. El creativo nipón ha sabido crear un tándem entre los conflictos que nos proponen sus obras y las mecánicas que pone a disposición del jugador, una simbiosis perfectamente orquestada para transmitir la totalidad del mensaje y la intención del autor.
La repetición obstinada de un ciclo es una constante en gran parte de los títulos dirigidos por Miyazaki. Sus obras nos cuentan historias de mundos y personajes condenados al fracaso de antemano. Protagonistas obligados a repetir una y otra vez un camino que siempre conduce al mismo resultado; el reinicio de una secuencia. Sin embargo, siempre hay algo que nos empuja a seguir, tanto al jugador como a los protagonistas de las historias. El desafío que plantea un Soulsborne o Sekiro, a pesar de resultar frustrante, al menos a primera vista, posee una carga atractiva que nos llama a intentarlo de nuevo, con más fuerza que en muchos otros juegos. En títulos con dificultades bastante más reducidas, la idea de repetir parte del camino puede resultarnos más tediosa que la dificultad en sí misma. En cambio, en las obras de Miyazaki hay algo que nos empuja a volver a intentarlo, incluso después de habernos levantado del sofá para apagar la consola o cambiar de juego. Hay algo que nos dice “casi lo tenías, a la siguiente cae”. Al igual que la Vieja Sangre de Yharnam impulsa al cazador o el Acervo del Dragón hace posible que Lobo se levante una y otra vez, el desafío que nos plantean estos juegos nos lleva a perseverar; a resistirnos a abandonar mucho más de lo que lo haríamos normalmente.
Tomando como primer ejemplo la última obra de From Software podemos encontrar muchos elementos relacionados con esta idea de la abnegación. La propia naturaleza de nuestro héroe es, en esencia, la negación a rendirse. Lobo se aferra a la vida y a su Código de Hierro con la misma fuerza. El Acervo del Dragón que permite la resurreción del shinobi es un rechazo constante a la idea de morir y de fracasar en el cumplimiento de un deber, en este caso el de proteger a Lord Kuro. Y ya que lo menciono, el propio Kuro es la encarnación de esta idea, el Descendiente Celestial es el último eslabón de una larga cadena, un ser ligado a una inmortalidad impuesta. De hecho, Kuro “obsequia” esa inmortalidad a Lobo, llevándolo a ser parte de ese ciclo por imposición, y liberándose a sí mismo de la condena de la inmortalidad. Las leyendas que el propio juego nos cuenta sobre el dudoso don de la inmortalidad nos dicen que es imposible matar a quien no puede morir, por lo tanto es imposible acabar con la inmortalidad de Kuro, y por extensión es imposible alcanzar el cumplimiento de nuestro objetivo. Sin embargo, una vez más el juego nos lleva a perseverar a través de la senda más difícil para lograr lo “imposible”.
Genichiro Ashina y su relación con Lobo conforman otra representación de esta idea. Poco después de dar nuestros primeros pasos en Ashina nos vemos obligados a enfrentarnos a Genichiro. En un escenario colmado de solemnidad y en un combate que, independientemente de nuestras acciones, solo puede tener un resultado; Lobo caerá derrotado pase lo que pase, a pesar de que el juego nos invita a luchar por nuestra victoria, una vez más, a perseverar. Mucho más adelante volveremos a medir nuestras fuerzas con el temible samurái, y en esta ocasión podremos vencerle y le tocará a él resistirse al fracaso. Tras fracasar por las vías “naturales”, Genichiro recurre a una medida desesperada, aceptado pagar cualquier precio para conseguir sus objetivos. Al encontrarse con la negativa de Lord Kuro de concederle los dones del Acervo del Dragón, Genichiro renuncia incluso a su “humanidad” para seguir sus férreas convicciones. Finalmente, en los compases finales del juego, Genichiro intenta una vez más cumplir sus metas y se interpone ante nosotros sin aceptar su derrota. Durante este enfrentamiento, sus diálogos siguen mostrando ese carácter obstinado que impregna todo el juego, con frases como “Restauraré la gloria de Ashina” o “No permitiré que Ashina sea aplastada”. Es un personaje que condensa, en gran medida, la esencia de las obras de Miyazaki; la negación de lo inevitable. Lord Isshin es otra muestra de esta dinámica. Durante una escena Genichiro pregunta a Lady Emma sobre el estado de salud de Isshin y esta le contesta que es inexplicable que siga vivo, que se trata de un “milagro”. Se trata de un anciano artificialmente longevo que se niega a morir y que acaba reencarnádonse en el cuerpo de su nieto, Genichiro.
Tanto en Bloodborne como en Dark Souls nos enfrentamos a un trasfondo muy similar. La ciudad de Yharnam se encuentra sumida en un ciclo infinito y condenado, en el que independientemente del desenlace de nuestra avenutra, todo volverá a suceder. La maldición y el trasvase de sangre se repiten inevitablemente, sin importar lo que consiga el cazador. Lo mismo ocurre con Dark Souls y el ciclo de la llama. La misma historia nos cuenta que nuestra odisea ya se ha repetido antes, y que estamos destinados a seguir una senda marcada, una y otra vez. Incluso el final de Dark Souls 3, el cierre de la saga, es un recordatorio de todo esto. Al final del tercer juego nos enfrentamos a “nuestro protagonista” del primer juego. Lo encontramos en un estado similar a como encontrábamos a Gwyn en el primer Dark Souls; derrotado y consumido, guardando la llama.
A pesar de sus similitudes, Sekiro rompe algunas de las tradiciones de las obras anteriores de Miyazaki. “Abandono de la inmortalidad” es el nombre de uno de sus finales, y quizás pueda entenderse como un signo de cambio por parte del autor. Un reflejo de su intención de abandonar ese ciclo que le ha caracterizado hasta ahora para buscar nuevas fórmulas.