La edad no es un condicionante para disfrutar de tu pasión
Muchos de nosotros empezamos a jugar a videojuegos cuando éramos pequeños. Yo, de hecho, aprendí antes a manejar la PlayStation 2 que a montar en bicicleta, y con tan solo 4 años. Desde entonces mi vida ha estado ligada a los videojuegos. En la adolescencia, una época de cambios súbitos, vorágine hormonal y aficiones pasajeras, mi amor por el mundillo se intensificó sobremanera, afianzándose como una de las pasiones de mi vida. Pero durante esta época siempre escuché críticas a los videojuegos: que si es una pérdida de tiempo, que si es cosa de la edad, que si no te aportan nada. Aunque nunca llegué a dejar de jugar a videojuegos, lo cierto es que escuchar repetidamente estas afirmaciones hicieron mella en mi relación con el medio. Disfrutaba jugando a videojuegos, pero si no sirven para nada, ¿por qué seguir?
Hace unos diez años, cuando mi amor por el medio germinó, pensaba que jugar a videojuegos era algo minoritario. En toda mi clase solo dos amigos míos y yo sentíamos verdadera pasión por los píxeles. Poco a poco, estos dos colegas fueron despegándose de los videojuegos y al final acabé solo con una afición que no compartía con nadie. Junto con las constantes descalificaciones que escuchaba de personas cercanas, hubo un tiempo en el que llegué a repudiar los videojuegos. ¿Tan mal visto estaba? Todo cambiaba cuando iba a una tienda del desaparecido GameStop y me pasaba largos ratos hablando con la dependienta. Charlando sobre juegos que habíamos jugado o futuros lanzamientos. Contándonos anécdotas y cotilleando los estantes del local. No os preocupéis, porque el drama de película estadounidense sobre la historia de un pobre friki termina aquí. GameStop cerró y me volví a quedar solo con mi afición. Pero ya tenía una edad, y simplemente empecé a disfrutar de los videojuegos sin importar lo que dijera la gente.
Ayer leí una noticia que me recordó las falacias que he escuchado durante toda mi adolescencia sobre los videojuegos: un hombre de 93 años al que le encantan los simuladores de conducción. A este japonés la afición por los videojuegos le llegó tras toda una vida como conductor de vehículos. La edad no le ha impedido disfrutar de uno de sus principales hobbies, junto con ser youtuber. Me siento reflejado en la historia de este hombre. Mi mayor pasión es, con permiso de los videojuegos, el automovilismo. Desgraciadamente la única opción que tengo para disfrutar de él es preparar mi volante y recorrer los circuitos más famosos del mundo en mi ordenador. El disfrute que me proporcionan los simuladores de conducción es inmenso. Aunque, dejando a un lado el simracing, los videojuegos en general son para mí mucho más que un mero entretenimiento: me proporcionan una vía de escape de la agobiante realidad, una oportunidad de socializar junto con mis amigos, y una ventana hacia experiencias inigualables.
Con el tiempo comprendí que las personas que me espetaban cosas negativas acerca de los videojuegos realmente no tenían idea alguna de lo que hablaban. Criticaban desde el desconocimiento. Desde la visión negativa que transmitían (y transmiten) los medios de comunicación. Desde el rechazo a lo nuevo y a lo desconocido. Una ignorancia dañina que les impedía ver las bondades de un mundo que, aleluya, cada vez está menos estigmatizado. Ahora es difícil no toparte con alguien que juegue a videojuegos, o los consuma mediante plataformas de vídeo. Gracias a la expansión de internet difícilmente puedo sentirme un bicho raro, un friki solitario.
Aunque ya tengo sobradamente superados los complejos y las dudas que me habían infundido sobre los videojuegos, noticias como esta no hacen sino reafirmar mi convicción de que no hay edad para disfrutar jugando, de que no es una fase de la adolescencia, o de que haría mejor invirtiendo mi tiempo en otras cosas. No me arrepiento de haber pasado infinidad de horas blandiendo la Espada Maestra, descubriendo historias increíbles, y explorando mundos de ensueño. Con los años he podido disfrutar más de los videojuegos, y sobre todo lo he podido hacer en comunidad. Lugares como esta página me recuerdan que los videojuegos van mucho más allá del propio producto. Son arte. Son escuela. Son protesta. Quedarse en la cáscara no es reprochable, pero abrirla y descubrir los entresijos del medio es pasión. Para mí los videojuegos no son una fase, son para toda la vida.