Lo que queda más allá del juego
El olor de algo dulce viniendo de la cocina, el calor de la manta y la compañía, un abrazo, una despedida. Nuestros recuerdos son los que nos conforman; un ovillo que acumula todas nuestras vivencias y del que surgen todas nuestras historias. Hablar con añoranza de otra persona que antaño estaba a nuestro lado, apretar los puños por las injusticias que hemos vivido o tensar la boca al sentir, una vez más, la alegría de un beso. Somos recuerdos, y juegos como Unravel así lo demuestran.
A la hora de crear un juego de puzles, el diseño de estos mismos es crucial, siempre bajo el planteamiento de crear un muro el cual tendremos que superar para poder avanzar en la historia. Unravel va más allá, haciéndonos sentir como si estuviéramos dando un paseo por un laberinto que no tiene monstruos, pero se les asemejan. No todo en esta vida es bello ni sale tal y como lo tenemos planeado. Repartidos por cada mapa hallaremos pequeños recuerdos que irán completando las vivencias que una vez sufrió nuestra creadora, los cuales conseguiremos deslizándonos a través de tuberías, muros o ventanas, visitando los lugares donde años atrás transcurrió todo, sintiendo en estos el paso de un tiempo indiferente. Los escenarios varían, viviremos desde el más cálido verano en la playa hasta el frío de una despedida, la cual cala en lo más hondo de nuestro pequeño y de nosotros.
Unravel fue un viaje tremendamente doloroso, pero necesario.
Al igual que los recuerdos, donde nuestro deber es devolverle el color a la vida, revivir los hilos que nos unen con otras personas y cómo se tejieron. Es todo aquello que fuimos y el legado que inevitablemente dejaremos. Estas reminiscencias que vamos recogiendo y coleccionando pasarán a ser nuestros propios recuerdos, el cómo hemos sentido el juego, cómo hemos vivido las historias que intentan transmitir, todo eso pasará a ser nuestro, y es ahí donde entran todas las memorias que creamos cuando jugamos. No todos los juegos tienen el mismo impacto en nosotros ni en todas las personas que los disfrutan, pero rara vez si decidimos lanzarnos a probar a alguno nos deja completamente indiferente sin apenas recordarlo lo más mínimo.
Mi experiencia con Vanquish fue un paseo sin sobresaltos, fue una experiencia entretenida, pero sin ningún tipo de contenido o giro brusco que provocara una exaltada reacción por mi parte. Disfruté de una buena jugabilidad y una historia cuanto menos cómica debido a su paralelismo con el mítico cine estadounidense, pero a pesar de que de primeras me podría parecer irrelevante, destinado a ser consumido por el tiempo, a día de hoy recuerdo con bastante lucidez algunos fragmentos, tanto de la historia como en las batallas. Recuerdo el frenesí, los nervios y las ganas por conseguir la máxima puntuación en cada pantalla que me pasaba, la decepción al no conseguirlo para posteriormente alcanzar algo un poco mejor.
No podemos negar que algunos pueden pasar más desapercibidos y poco a poco desaparezca de nuestra memoria, en especial si de por sí no fue uno que nos cautivó. Aún así hay juegos que a pesar de todas las excusas logran ganarse su hueco a base de calidad, de momentos memorables, de una banda sonora excelente que nos cala o por el simple hecho de ser lo que buscábamos, y es ahí donde entra Journey. Admito que tardé, pues no fue hasta este año, 2019, cuando pude lanzarme a por él en su versión de PS4. Una tarde duró mi peregrinación e instantáneamente se convirtió en mi piedra de hogar, esa pequeña obra que en los mejores y peores momentos me reconforta, me llena y saca a relucir los recuerdos que tengo de mis pasados viajes en su mundo. No puedo olvidarme de la sensación que tuve al contemplar el mundo, ver las dunas de arena alzarse y después desmoronarse en intermitentes cascadas, no puedo olvidarme de la música que acompañaba mis pasos y deslices, ni tampoco pude olvidarme de todos los jugadores que me acompañaron.
Tras un total de 7 años desde su lanzamiento jamás me esperé que en esta versión quedara la más mínima presencia de alguna persona disfrutando el título a la vez que yo, pero fue así. Llegar a la primera zona no fue difícil, tocaba recoger fragmentos para abrir la siguiente puerta y con ello me puse, cual fue mi sorpresa cuando vi una gran bufanda revoloteando en la otra punta. Lo cierto es que no hizo mucho caso de mis saltos y saludos, intenté ayudarlo en nuestra misión, pero a la más mínima desapareció, he de admitir que algo decepcionante fue. Durante el resto de la travesía otras dos personas aparecieron y compartieron mi entusiasmo, yendo prácticamente de la mano hasta el final, donde cruzamos juntos al otro lado.
Hasta ahora, habiendo jugado a muchos títulos que incluían diversas formas de interactuar entre jugadores, jamás me había sentido tan lleno, tan suertudo de haber encontrado a mis compañeros de viaje. Atesoro y guardaré a bien recaudo estas memorias como lo vengo haciendo desde entonces, y siempre a la hora de recomendar el juego me ciño a mi experiencia con estos dos seres que cooperaron conmigo para llegar a la más alta de las montañas, y creo que ese debe de ser el espíritu de los juegos, el recuerdo. Muchas veces nos enfocamos en que un título debe de tener una excelente jugabilidad, gráficos que alegren la vista, una brillante banda sonora que nos erice todos los pelos, que tengan un multijugador que nos mantenga enganchados y que dure lo que no ha durado un juego hasta este momento, pero si no cumple con estas expectativas no se tarda en tacharlo de fracaso. El tiempo pasará y esa jugabilidad que en su momento nos parecía increíble habrá resultado más ortopédica de lo que creíamos, esos gráficos nos parecerán de antaño, siendo incapaces de adaptarse a las nuevas tecnologías; esa banda sonora nos sacará de quicio cuando las hayamos escuchado varias veces y han cerrado los servers que alojaban el multijugador, ¿es el fin del juego en cuestión? No.
A día de hoy la industria parece haber entrado en una espiral de añoranza, remakes, remasters. Estas nuevas versiones de juegos pasados invaden actualmente muchos de los tops anuales, siendo decenas de entregas todos los años las que se intentan adaptar a las consolas de nuestro tiempo, alguna que otra con decepcionante resultado. Este nuevo nicho de mercado se aprovecha de una cosa, y son los recuerdos. La forma en la que nos transmitieron experiencias estos juegos y las memorias que tenemos de esos momentos han provocado la aparición de títulos que no esperábamos ver en este siglo, de relanzamientos de aquellos que tiempo atrás fueron reyes en su campo.
Rescatemos las reminiscencias de tiempos pasados y guardemos las que creamos día a día, hagamos de los juegos que nos gustan pequeñas parcelas donde almacenar los sentimientos que nos provocan y, sobre todo, disfrutemos del camino que hemos decidido andar.