Cuento de Navidad
La Navidad es una época maravillosa por muchos motivos; todos ellos tan válidos como los que pueden llevar a una persona a odiarla completamente. Vivencias personales de índole familiar, social y material han arrastrado a un servidor hasta un limbo inundado por sentimientos encontrados, mas muchas de ellas seguro que son compartidas por muchos de vosotros. Una de las emociones más destacables, oportunas e infantiles que caracterizaron la Navidad de mi niñez fue la decepción: por no encontrar sentado a la mesa a un familiar ocupado, por no recibir ese regalo tan pedido, por no poder invertir ese tiempo libre vacacional como se desea. Porque, dejando a un lado las más melancólicas y aciagas experiencias que han caracterizado a algunos de mis inviernos, no hay nada más amargo para un niño ilusionado que recibir un agasajo que no quiere, que no necesita, o que simplemente no se corresponde completamente con su expectativa. Creo que, a día de hoy, tengo la suerte de conservar un poco de esa caprichosa niñez.
Entre turrones, mantecados y unas visitas al gimnasio cada vez menos frecuentes, estos últimos días del año, incentivado por alguna que otra inesperada paga extra, he meditado la compra de un sistema PlayStation 5, el cual inicialmente no pensaba adquirir hasta bien entrada la generación. Llegó a mis manos antes de lo previsto, y desde entonces – mientras constataba cómo, efectivamente, The Pathless es uno de los mejores títulos que configuran el catálogo de la consola – he podido experimentar de primera mano todas esas bondades de las que se hablan en los principales canales de difusión: de esa respuesta háptica y de esos gatillos adaptativos que convierten a Astro’s Playroom en una experiencia de auténtica nueva generación, sí, pero también de su fantástica retrocompatibilidad con PS4 y de otras mejoras menores que hacen que jugar en PS5 sea definitivamente un paso al frente. Todo eso está ahí; todo eso es verdad, y, principalmente por su capacidad para sorprender incluso en un año como el que nos ha tocado vivir, es genial que lo sea. Pero, sin querer desanimar a los más interesados en su compra ni agriar la ilusión de los que ya la poseen al más puro estilo Ebenezer Scrooge, hay ciertas imperfecciones relativas a su interfaz que, considero, merecen ser destacadas; no tanto por las deformaciones visuales que provocan, sino por las connotaciones tan irrespetuosas que cargan sobre sus espaldas.
Yendo al grano (que ya toca), he de reconocer que mi problema principal con la interfaz del sistema no viene tanto por la biblioteca per se (con pocas posibilidades de filtrado, desordenada e inclasificable dada la ausencia de carpetas, entre otros defectos), sino que está más relacionado a los odiosos candaditos que afloran de ella, y que en la mayoría de los casos bañan una mayoría abrumadora de los juegos que poseemos se muestran en la misma. Esto era algo que ya estaba muy presente en PS4, y que a buen seguro os resultará familiar a todos los que hayáis probado, por ejemplo, a prestar vuestra cuenta a un amigo, o a comprar juegos a medias con algún conocido. No obstante, casi como si quisiese replicar el resto de sus características, PS5 lleva esto a un nuevo nivel; a un nivel cercano al absurdo, en el que la interfaz se empeña en mostrar todos los títulos de los que detecta datos guardados, pero los bloquea visualmente si estos no han sido adquiridos de manera digital. ¿El resultado? Un coleccionista – o un simple aficionado al formato físico -, que usualmente habrá pagado cien euros más por su PlayStation 5 con lector, encontrará, al traspasar sus datos guardados, cómo todos los videojuegos físicos a los que haya jugado en PS4 aparecerán bloqueados de manera permanente en su biblioteca, sin forma posible de esconderlos o evitarlos.
Esto es antiestético, feo, por supuesto. Pero, ante todo, me parece algo inmoral. ¿Qué llevaría a Sony a mostrar a sus usuarios, aquellos que tanto han esperado, aguantado y pagado por una de sus máquinas de nueva generación, a torturarlos con la presencia de decenas o cientos de videojuegos bloqueados en su biblioteca? ¿A mostrarles cada día, como una gota china, cómo no pueden acceder instantáneamente a toda esa gran, gran colección de la que disponen porque fueron tan bobos de no adquirirla digitalmente? No sé qué motivos podría llevar a la compañía a tomar una decisión de diseño así, pero, desde luego, el hecho de que seleccionar en la biblioteca uno de nuestros juegos físicos no instalados nos redirija a su página de PlayStation Store debería de servirnos como toda una declaración de intenciones.