Ya no quedan números
Aprovecho el momento, y tu demostrado interés (ya que has llegado hasta aquí) para recomendarte encarecidamente que dediques tu tiempo libre a ver Severance. Es una serie reciente, de la cual voy a soltar algún que otro pequeño spoiler en los próximos minutos. Te he avisado. Ya no hay vuelta atrás. Desde hace unos meses, una de mis cuentas favoritas de Twitter es la que tiene por nombre “Liminal Spaces”. En esta, se comparten fotos, tal como su nombre indica, de espacios liminales. Quizás no estés al tanto de lo que esta palabra significa, así que intentaré resolver tu problema.
Un espacio liminal es un entorno, que recuerda en cierta medida a “un lugar de paso”, que de forma natural suele estar lleno de gente, pero se encuentra totalmente vacío. De esta forma un pasillo, la habitación de un hotel, una gasolinera o la cola de un recinto pueden entrar dentro de esta definición. La sensación que provoca observar estos espacios es diferente para cada persona, pero habitualmente hay un cierto disfrute en recrearse en estas observaciones.
La oficina en la que trabajan los “dentris” en Severance, es el mayor ejemplo de un espacio liminal posible, dentro de una producción de cine o televisión. La distribución de pasillos, despachos y oficinas es lo más parecido al resultado esperado al obligar a una entidad, que no entienda la sociedad humana, a recrear este entorno tras haberle enseñado algunas fotos de entornos laborales. Lo mismo sucede en Control, la Casa Inmemorial, en eterno cambio, presenta espacios que abandonan la lógica y la funcionalidad en pos de intentar copiar una realidad que no termina de comprenderse. A lo largo de los capítulos de Severance he sentido el mismo placer que al recorrer los pasillos de esta casa.
Idénticas sensaciones suceden en la oficina de Stanley. Cumple todas y cada una de las características necesarias para ser considerada liminal. No hay nadie en ella, a excepción de Stanley, pudiendo incluso discutir si realmente Stanley existe. La distribución de habitaciones abandona todo sentido de la lógica, con ascensores que no llevan a ninguna parte, caminos con dos puertas que desembocan en el mismo lugar o incontables vueltas sin sentido. Estamos atrapados en la oficina de la misma forma que lo están los constructos laborales de los protagonistas de Severance.
De esta misma forma, recuperando la consciencia “instantes” después de haber subido al ascensor para terminar su jornada, empezando de nuevo el día laboral, empezamos cada vuelta en el título. Una vez todo acaba, vuelve a empezar. Stanley no puede abandonar la oficina. Aunque dirija sus pasos por el camino de la libertad, una vez acaben los créditos, volverá a abrir los ojos en la puerta de su despacho, preguntándose donde diantres está todo el mundo. Este bucle sin fin recuerda a la liminalidad del mundo laboral real. Cientos de miles de personas en el mundo dedican 8 o más horas al día a teclear los mismos parámetros una y otra vez en un entorno similar. Día sí día también, generando grandes ingresos para los peces gordos de arriba, gastando poco a poco todo resquicio de salud mental en un trabajo que vacía el alma. Pero de la misma forma que Stanley tiene que volver a empezar día tras día, tienen que volver al trabajo, un día más, con el mero fin de sobrevivir, económicamente hablando.
Todo esto y más es legible en el periplo de Stanley, un recorrido que pese haber sido ligeramente destripado en este texto, sigue mereciendo la pena el vivirlo de forma personal. Quizás encuentres caminos que yo no. Quizás llegues a conclusiones totalmente contrarias a las mías. Que ames u odies al narrador. Que adores o declares la guerra al cubo. Todo depende de ti. Aunque en el fondo, siento decírtelo, pero ya está determinado.