El cocodrilo que se enamoró de la aventura
¿En qué pensáis cuando imagináis a un héroe? No sé vosotros, pero difícilmente veo mejor competidor que nuestro queridísimo Link de cara a presentarse al título de héroe más puro. The Legend of Zelda nos ha planteado siempre a un protagonista valeroso y determinado, una cualidad que, a menudo, nos hace mucha falta y con la que es fácil identificarse. Porque, queramos o no, todo el mundo necesita esa determinación en algún momento, ya sea para tomar decisiones trascendentales o bien para afrontar una imposición social para la que no está todo lo preparado — si es que puede estarse alguna vez — que le gustaría. The Legend of Zelda es una de las sagas favoritas de millones de jugadores en todo el mundo. No es de extrañar, entonces, las numerosas referencias a la misma que hemos presenciado en infinidad de títulos, algunos tan inspirados como Tunic y otros que expresan su amor a la misma de otra forma, como es el caso que nos atañe: Lil Gator Game.
Lil Gator Game es un juego que ama la aventura y las historias. A todos nos gustan las historias. Ya sean leídas, oídas, vistas o jugadas (entre otros formatos experimentales), las historias son, posiblemente, el mejor invento de la humanidad. Hay quien piensa que, por no tratarse de algo material o cuantificable, una historia no tiene un aporte mucho más allá del mero entretenimiento. Pero claro, me gustaría saber qué interés puede tener entonces la vida si no podemos entretenernos. Pensadlo: de poco serviría todo si no pudiésemos contarnos las cosas entre nosotros, sean o no fantasiosas. Sin comunicación, sin poder narrar algo a otra persona, ya sea un público amplio o un solo individuo, no tendría mucho sentido nada de lo que hacemos. Y no, no todo es leer o jugar a videojuegos, las historias están en todas partes. Desde que el humano desarrolla un intelecto suficiente para emplear su memoria de forma colectiva se cuentan historias, como ya se contaban en esas pinturas rupestres que nos legaron las primeras comunidades. Las historias nos permiten relatar, conectando con otras personas a las que se las narramos (o con las que disfrutamos compartiendo algo). Y esto no solo sucedía cuando no había palabra escrita, sino también a día de hoy, con cualquier chismorreo, hazaña o recuerdo que queremos transmitir a un amigo o familiar.
Toda nuestra vida está llena de historias, algunas más interesantes, otras más mundanas, incluso algunas de ficción. Estas últimas, en particular, nos suelen gustar mucho. Tal vez sea por el carácter metafórico que podemos insuflarles, que emula situaciones o sensaciones de nuestra propia realidad y transmiten anhelos y emociones de todo tipo. En particular, las historias de héroes nos han acompañado a lo largo de nuestra existencia. Desde, supongamos, un individuo que salvó su pueblo de un ataque hace varios miles de años y cuya hazaña fue objeto de halagos por sus congéneres, hasta el último videojuego de ficción; nuestra existencia está llena de figuras heroicas que acogemos como modelos a seguir frente a la adversidad.
El pequeño cocodrilo que protagoniza Lil Gator Game — no pienso entrar a debatir sobre a qué familia del orden Crocodilia pertenece, vamos a dejarlo en cocodrilo y punto — es verde y, como tal, solo tenía un apodo posible (al menos para mí), más aún teniendo en cuenta su pasión e inspiraciones: Link. Su hermana ha sido siempre una gran compañera de juegos. Han recorrido las islas de arriba a abajo haciendo cualquier locura con tal de pasarlo en grande, siempre bajo su cuidado. Hoy, sus ocupaciones la tienen más atareada. La vida de adulto llegó para ella y, aunque siempre prometieron no mezclar cosas de adultos con el juego, ella está obligada a terminar proyectos. ¡Pero no hay de qué preocuparse, nuestro escamoso colega tiene un plan! ¿Y si reunimos a nuestros amigos y hacemos el mayor juego jamás visto? Una aventura de verdad, con misiones, recompensas y, por supuesto, numerosos enemigos. Una aventura que nuestra querida hermana no pueda ignorar.
El día pinta bastante aburrido por sí mismo, así que habrá que darle algo de emoción. Tras ponerse manos a la obra preparándolo todo, nuestros amigos y otros individuos han dejado las islas que recorremos en esta pequeña experiencia plagadas de enemigos de cartón que apalear como si nos fuera la vida en ello. El combate, por llamarlo de alguna manera, implica aporrear cartones con un palo, que luego podremos sustituir por todo un arsenal de elementos golpeadores tan dispares como entretenidos. No tenemos muy claro qué hacer, más allá de echarle una mano a nuestros amigos para personificar al increíble héroe de las leyendas. Bueno, hasta que encontramos el parque de juegos. ¿Y si lo convertimos en la mayor fortaleza jamás vista? Comienza pues nuestro periplo por la gran isla para hacer amigos e invitarlos a la enorme comunidad que estamos construyendo, donde la principal premisa es divertirse.
Experimentamos el mundo que nos rodea de diferentes formas que nos irán sorprendiendo. Al inicio podemos andar, saltar y golpear con nuestro palo-espada obteniendo basura de cartón para reutilizar como moneda (porque dejar el bosque lleno de basura no sería ecológico y este reptil es, ante todo, respetuoso). Pronto, según vayamos interactuando con nuevos personajes y echándoles una mano, recibiremos otros objetos con los que afrontar el terreno de manera distinta. En lugar de tirar piedras, podemos eliminar algunos de esos monstruosos enemigos de cartón utilizando shurikens de papel, o incluso alguna pistola de pintura. También podremos utilizar una bandana ninja para sustituir nuestro gorro y así correr como solo lo haría un fan de Naruto al que la física le trae sin cuidado.
Lil Gator Game está lleno de referencias. Desde momentos que nos recordarán al mítico Phoenix Wright, hasta situaciones que trastean sutilmente con nuestros recuerdos en todo tipo de aventuras jugables. Todo, además, va de la mano de un humor resultón que acompaña un tono entrañable. Y es que hacer misiones está bien, pero como bien oía a Adrián Suárez comentar en su podcast hace unos meses, el final del viaje y el objetivo de la aventura no es acabar con el dragón, sino volver a casa. En este caso, el pequeño cocodrilo ansía disfrutar de ese parque de juegos, llegando a desesperar en ocasiones cuando otras personas están muy atareadas con sus problemas. Por ello, pondremos todo nuestro esfuerzo en resolverlos, en intentar que puedan dedicar su tiempo a ser niños y dejar de lado su yo más adulto. Esta, por cierto, es una expresión con la que tengo cierta diatriba, porque, como decía al inicio, las historias nos acompañan toda la vida y la reducción de ese ocio a “cosas de niños” nos deja una vida adulta sin más que trabajo y quehaceres. Por tanto, creo imprescindible reivindicar el dedicar tiempo de calidad a nuestro ocio siendo adultos porque es lo que nos llena, no porque simplemente mantengamos vivo nuestro “niño interior”.
That’s enough laying around! I wanna do something fun!
MegaWobble ha creado una aventura divertida y bastante corta donde explorar por doquier, cada vez con mejores herramientas para ello que no dejarán de sorprendernos y sacarnos sonrisas con cada nueva situación extravagante. Su cercanía con A Short Hike es evidente, salvando ciertas distancias: aquí, aunque tenemos gran libertad para ir donde queramos, sí tenemos un patrón más tradicional en la estructura jugable. Pero claro, en lugar de simplemente pasear (y lo que surja) estamos jugando activamente y todo lo que hacemos, aunque sea ayudar, es parte de un juego autoimpuesto con sus misiones y tareas. Una aventura muy simple pero completamente entrañable, más aún para cualquiera que disfrute de buscar tiempo para divertirse y no dé por hecho que ya no podemos entretenernos con nada por el mero hecho de haber crecido.