Quejío
En un alarde de originalidad, tenía pensado que esta crítica fuese exactamente la misma que la del Let’s Sing 2023, solo que cambiando el año, las canciones mencionadas y las imágenes. Es innegable que el juego en sí mismo es el mismo, con una capa de pintura por encima algunos añadidos más, así que este año no voy a dar la brasa de por qué la existencia de un juego así me es desconcertante. Esta vez lo quiero enfocar de otra forma, contándoos una pequeña historia.
Corría el año 2024, concretamente el mes de marzo, cuando pude por fin empezar este juego. Las distintas obligaciones que impone la vida me habían impedido jugarlo durante un tiempo considerable, retrasando esta crítica e incrementando un leve sentimiento de culpa día a día. Tampoco podía poner mucha más excusa; me había comprometido a ello, así que lo mínimo era tomárselo en serio. Con la cabeza un poco adormilada por la fiebre, releí una última vez el email que adjuntaba la clave. Echando a un lado los prejuicios generados por la anterior entrega y mitigando mis expectativas, encendí la Nintendo Switch y me preparé para el asalto.
Nada más abrirse el juego, lo primero fue hacerse un personaje. Uno de los puntos que critiqué de la edición anterior fue la pobre personalización, que era minúscula y parecía metida con calzador. Esta vez, el editor estaba mucho más poblado, pudiendo elegir una gran cantidad de accesorios para mi avatar: una cabeza y dos manos flotantes. Había un montón de opciones a desbloquear entre gorros, pendientes, pulseras, pelos y abalorios varios, genial en ese sentido. Sin embargo, cuanto intenté crearme a mí mismo, fui completamente incapaz. Sí, había varios tipos de cara, barbillas y demás, pero nada que encajase conmigo. Así que desistí y creé a Geriberto. Saludad a Geriberto. En fin.
Tras aparecer el menú principal, lo primero que me sorprendió fue lo diminuta que era la letra. Para un miope como yo, navegar por el juego se me ha hecho bastante incómodo, teniendo que acercarme bastante a la pantalla para poder entender algo. Había tres modos de juego: Carrera, el modo para Un jugador; Karaoke; el multijugador local; y LS Fest, una suerte de competición online. Con todo, mis ojos no paraban de deslizarse a un botón rosa gigante dedicado a la suscripción mensual de canciones, de la cual hablaré más adelante. Me bajé la aplicación para usar el móvil como micrófono (distinta a la del año pasado) y, con intriga, seleccioné el modo Carrera, y lo que me encontré definitivamente no cuadraba con mis expectativas.
El modo Carrera era un modo Historia encubierto, o al menos en apariencia. Encarnaba a un cantante novel (en nuestro caso, Geriberto) dispuesto a subir al estrellato endulzando con su voz al mundo entero. Partía de una escuela de canto en la que conocemos a las que serán nuestras mentoras, y aquí viene el primer girito: el juego tenía líneas dobladas al español. Aparte, tenía que manejar una suerte de red social seleccionando entre varias opciones de mensajes, hacer colabos con otros personajes (a cada cual más histriónico e insoportable que el anterior) y seguir esa suerte de camino a la cumbre. La historia era un churro como una catedral, todo el mundo hablaba y vestía rarísimo y me sentía atrapado en OT. Todo el mundo diciendo que lo hacía espectacular, otros poniéndose tristes porque no cantaba con ellos… Un mundo tan de plástico y happyflower que me hacía sentir completamente ajeno a la realidad, alejado de ese sueño de ser el mejor cantante del planeta y más cercano a una pesadilla.
Con la garganta fastidiada por un presumible catarro, bebí agua y decidí echar un vistazo al conjunto de canciones. El juego traía 35 de base, 15 de ellas seleccionadas para España. Esta iniciativa me gustó: tener un grupo de canciones para cada región o país puede ser más costoso por temas de licencias, pero asegura que siempre haya algo de sabor local. En nuestro caso, la mayoría eran más de bailar que otra cosa, mucho reggaeton y electro. Quitando El Fin del Mundo, no había mucho que rascar ahí. Por otro lado, me di cuenta que un par de detalles curiosos.
El primero era que la inmensa mayoría de canciones pertenecían a los últimos 15 años, cosa que a priori está bien pero que deja muy de lado al resto de décadas. El segundo fue que se podía filtrar por las canciones disponibles, y pese a ser 35, la disposición en dos filas del menú las hacían aparentemente escasas. El tercero, y el que desvelaba la “trampa”, es que da igual como te movieses por el menú de selección, que siempre ibas a caer en una de las canciones de la suscripción por accidente. Navegar por las canciones de los 90 era criminal. No había escapatoria.
El modo online, por otra parte, consistía en una rotación de canciones en un escenario local o global. Varias personas cantábamos a la vez (por suerte, sin escucharnos mutuamente), y no fue complicado dar un par de palizas a mis contrincantes. Conforme completaba canciones, se iban rellenando varias barras de nivel, consiguiendo más objetos y accesorios para personalizar al avatar. La verdad es que no lo he cambiado desde el primer momento, ya que para mí es un ser perfecto. Si además jugaba en el modo online, se rellenaba la barra de temporada, con la cual podría conseguir muchos más objetos. Veía el incentivo de farmear puntos cantando cada día, pero no que fuese a ser suficiente alto como para invertir mucho más tiempo en ello, así que tras destrozar un poco más mi garganta pasé a los modos multijugador.
Qué complicado es cantar sujetando dos teléfonos a la vez, mientras que en uno de ellos estás sacando fotos mientras le pegas berridos. La única prueba gráfica que tengo para atestiguar este hecho es la captura de aquí al lado. No me arrepiento de nada.
El modo multijugador se dividía en una competición por hacerlo mejor o en cantar cada uno una parte. Cada jugador usa un personaje con su avatar propio, así que hay un botón hermosísimo para crear monstruosidades sacadas del averno sin pensar demasiado. Me quedé con la primera que salió, sujeté los móviles como pude para cantar un dueto conmigo mismo y me incorporé. El sudor febril se deslizaba por mi frente mientras procuraba tener un buen ángulo de la pantalla. En una escena dantesca, con dos cabezas flotando y dándolo todo, me veía con una pose digna de estudio anatómico. Mis pensamientos pasaban a toda velocidad en un mínimo intento de seguir agarrándome a la realidad, mientras la voz se me quebraba y me punzaba cada vez más.
No podía dejar de darle vueltas a las mismas preguntas, y todas empezaban con un “por qué”. Por qué todo era tan histriónico. Por qué hay rankings online en un juego que se supone que es para fiestas. Por qué existe un modo Un Jugador tan elaborado, con toma de decisiones e incluso doblaje, pero con una historia tan chorra y sacada de un fanfic. Por qué ningún personaje parecía una persona normal o siquiera real. Por qué el aparente target son las personas que se toman Eurovisión en serio. Por qué las temporadas, por qué las cuentas individuales, por qué el pase de suscripción, por qué la letra era tan minúscula. Por qué, por qué, por qué.
Y en medio de esa confusión febril, pasó fugazmente la idea de que alguien viviera esa vida. Una vida en la que, cada día, dedicase un tiempo de su jornada a pulir sus dotes vocales con este juego, participando en los rankings y competiciones online rascando todos los puntos que pudiese. Una persona que quedase con sus amigos a cantar, cada uno con su cuenta y perfil propios en el juego para seguir registrando sus puntuaciones. Una persona que grindease todo lo posible para conseguir los accesorios deseados para su avatar y pendiente del avance de las temporadas. En el fondo, sería una persona feliz, porque este juego ha sido creado exclusivamente para ella. Esa caricatura imaginaria creada para ocultar que el modelo de negocio es que vengan tus colegas, vean las canciones de la suscripción y decidáis pillaros el pase mensual, “porque total, es una tarde”.
Por supuesto, me alegro por esa persona. Está claro que el juego no está hecho para mí, pero esa persona ha encontrado un lugar en el que reventar de felicidad. Los videojuegos, los juegos en general, están hechos para entretenernos, y al igual que soy un obseso de los sudokus, a esa persona le gusta cantar y meterse en el rollo, y no es menos por eso. Todos merecemos ser felices, encontrar esa motivación o actividad que nos llena y nos hace ser mejores personas y hacer del mundo un lugar mejor.
Todos merecemos ser felices
Y en medio de ese hilo de pensamiento, fui consciente de mi alrededor. La fiebre subiendo, la garganta ardiéndome de dolor, yo en mi bata de Garfield sujetando los móviles como si le estuviera susurrando la peor tonada jamás concebida, mientras entrecerraba los ojos intentando leer la pantalla. Solo en casa, cuyo silencio rompía la televisión y mis quejidos en un esfuerzo por cantar una canción más, bajo la luz tenue de una lámpara de salón mientras una tormenta azotaba las persianas. Dejándome caer en el sofá, sólo una frase fue capaz de salir de mi boca:
“¿Qué estoy haciendo con mi vida?”
Esta crítica se ha realizado con una copia de prensa para Nintendo Switch cedida por PLAION.