Gol de Señor
La semana pasada, mi compañero de redacción Ignacio Ory tuvo la oportunidad de asistir a un evento showroom en Madrid celebrado por los chicos de Nintendo. En él, Nacho tuvo la oportunidad de descubrir lo nuevo de Eclipse Games, Legendary Eleven, tratándose de una propuesta futbolística de corte extremadamente arcade que, tras su paso por el Acceso Anticipado de Steam, acabó llegando a Switch hace tan solo unos días. Una vez finalizada la presentación, el equipo nos cedió muy amablemente, de forma previa a su estreno, un código para review, que Nacho no tardó en reenviar a mi correo personal bajo un asunto tal como ‘Te va a gustar’. Fue al canjear el código, en el preciso instante en el que pude comprobar que la key de la que me iba a encargar se trataba de un título de fútbol, cuando comencé a fruncir el ceño más de lo previsto.
Conociendo mi escasa afición por dicho deporte, así como por los juegos que basan sus mecánicas en el mismo, ¿qué podría encontrar de mi agrado en un proyecto como Legendary Eleven?
Es ahora, días después de recibir dicho correo, cuando me paro a escribir frente a la misma pantalla que de costumbre, y cuando al fin creo saber a qué se refería Nacho días atrás. En un mercado monopolizado por titanes como FIFA y Pro Evolution Soccer, los estudios independientes o aquellos que, en su defecto, observan el panorama desde la segunda fila tienen, de una forma u otra, la necesidad de destacar por sus méritos propios, diferenciándose, gracias a sus mecánicas o planteamiento, de sus grandes oponentes, y llamando la atención, al menos, de la comunidad más especializada. Legendary Eleven, así, deja atrás el realismo y la simulación para ofrecernos una experiencia puramente arcade, que engancha desde el minuto uno y que se muestra divertido incluso para aquellos que nunca se han bajado al parque a jugar con la pelota.
Este logro, ciertamente, se puede adjudicar a una amplia cantidad de factores. El principal culpable de que nos encontremos ante un producto que funciona y al que siempre apetece volver es, me atrevería a decir, la magnífica ambientación ochentera en la que se enmarca. Una vez nos adentramos en el universo creado por Eclipse Games, resulta necesario -a la par que excesivamente sencillo- dejar atrás las licencias y las recreaciones de las plantillas actuales para perdernos en un mar de jugadores ficticios, todos ellos divididos en un total de 36 equipos, que ilustran la época dorada del fútbol a la perfección (comprendiendo alineaciones propias de los 70, 80 y 90). De hecho, el juego únicamente nos permite escoger selecciones nacionales, cada una con sus propios MVP ficticios.
Independientemente de nuestra elección predilecta, podremos llevar a nuestra selección a la gloria en dos modos de juego diferentes. El primero de ellos, Partido Amistoso, permite jugar contra la IA o contra un jugador en modo local, de una forma rápida y sencilla, y permitiéndonos modificar parámetros básicos tales como las condiciones del partido o aquellas relacionadas con el clima. Se trata de una modalidad clásica, funcional, pero que difícilmente llega a ser apetecible durante más de tres, cuatro o cinco horas dado el irregular y errático comportamiento de la inteligencia artificial, el cual, sumado a la ausencia de una vertiente online, acaba frustrando y tediando al jugador más de lo que nos gustaría. Por otra parte, podemos plantarle cara a un modo Campeonato, igualmente mítico, que sacrifica la libertad de elección previa al partido en pos de ofrecernos una serie de torneos de condiciones aleatorias. Así, podremos hacernos, por ejemplo, con la Copa América o con la Copa de Europa, aunque más allá de dicho incentivo no encontraremos grandes razones para volver a la modalidad periódicamente. De esta manera, la escasez de modos de juego se alza como una de las grandes lacras de la propuesta, que acaba cayendo en la repetición antes de poder tan siquiera mostrar todas sus virtudes.
Por fortuna, no todo es negativo. Podemos encontrar mejores noticias, por ejemplo, en un apartado jugable con claras reminiscencias a propuestas como Super Sidekicks, que aprovecha su gran concepción para, a través de un sencillo esquema jugable, mostrarse accesible a la par que divertido. Nuestros personajes, clónicos en cuanto a moveset, presentan una variedad de movimientos considerablemente reducida en comparación con otras grandes propuestas del género, aunque cuentan con una serie de parámetros, tales como el cansancio o la moral, que les impiden caer en la simpleza más absoluta. Asimismo, a lo largo del partido podremos emplear una amplia gama de cartas que conseguiremos a modo de recompensa, y que nos darán acceso a una serie de habilidades especiales considerablemente interesantes, las cuales aportan un plus de carga estratégica al conjunto. De la misma manera, podremos realizar Supertiros a puerta, tratándose de una habilidad que no veremos con demasiada frecuencia, pero que prácticamente sumará, de manera instantánea, un tanto a nuestro marcador en la gran mayoría de los casos.
Por último, no me gustaría acabar este pequeño artículo sin antes realizar una mención al apartado técnico. En lo respectivo a su estética, tal y como he dicho al comienzo del análisis, no tengo ni una sola queja. Sin embargo, los aspectos más técnicos, como el nivel de los modelados, el detalle del graderío o las animaciones de los futbolistas, no esconden la naturaleza humilde de la propuesta, presentando un acabado que meramente podemos calificar como potable. Para la recreación de este deporte, el equipo ha hecho uso de un innecesario motor 3D que, además de consumir muchos recursos, no se exhibe ni aprovecha en ningún momento, sacrificando así el rendimiento general en pos de una carga gráfica que nunca llega a sorprender. Algo similar pasa en el apartado sonoro, que, si bien dista mucho de tener un mal nivel, se conforma con un protagonismo mínimo, desempeñando un papel muy, muy secundario que hace de la banda sonora una completa anécdota.
Diversión arcade con margen de mejora
Legendary Eleven parte de una gran concepción. Tiene las ideas claras, un control accesible; tiene actitud, y es complemente consciente del público al que está dirigido. Es por ello que, pese a sus numerosas y consistentes lacras, se trata de una propuesta capaz de entretener de buena manera durante unas cuantas horas, que se desmarca de lo clásico y que no tiene miedo a la hora de restarle importancia, por ejemplo, a su mediocre acabado gráfico. Un conglomerado en el que, desde luego, nos hubiese gustado perdernos muchas horas más, pero cuya escasez de contenidos y de modos de juego acaba siendo tan obvia que nos impide dedicarle todo el tiempo que nos gustaría. No esperéis una aventura memorable, ni siquiera una producción cercana -ni en cuanto a calidad ni en cuanto a cantidad- a las grandes producciones del sector, pero sí un título que, si sabéis a lo que vais, os puede llegar a dejar un buen sabor de boca.
Este análisis se ha realizado con una clave para Nintendo Switch cedida por Eclipse Games.