Dos lobos
Todos hemos pirateado alguna vez en la vida. Da igual que sea un videojuego, una película o una canción. La piratería es una práctica habitual y, por desgracia, absurdamente fácil de realizar. En mi experiencia personal, la piratería ha ido ligada a mi vida desde prácticamente cuando nací. Mi padre llevaba pirateando juegos de Mega Drive desde el 91 y, cuando yo llegué, casi todas las cintas de vídeos que teníamos en casa eran copias ilícitas. Esto, por supuesto, no lo hacía con mala intención, sino para que yo pudiera entretenerme de pequeño. Lo mismo ocurrió cuando empecé a interesarme por los juegos que jugaba mi padre en aquel ordenador pordiosero, que en su momento era lo más del mercado. Un erizo azul que surcaba la pantalla a toda velocidad, todo esto manejado gracias a mi… emulador.
Mi madre, en cambio, esto de los videojuegos no le terminaba de gustar. Para cuando cumplí siete años, ella era completamente opuesta a la causa. “¡En mi casa no entra una consola en la vida!”, decía. No obstante, era totalmente comprensible: las consolas eran caras, los juegos también y este nuevo hobbie podría distraerme de mis estudios. Pero un día, llegó a casa mi tía con lo que se suponía que era una consola para hacer ejercicio. La nueva y flamante Nintendo Wii con la Wii Balance Board y el Wii Fit (sí, mi primera consola fue una Wii y mi primer videojuego legal el Wii Fit, y no me avergüenzo de ello). Con la excusa de utilizarla para ponerme en forma, mi madre la acepto a regañadientes. Sin embargo, eso no significó que pudiera disfrutar de los fantásticos (y caros) juegos de la consola. Uno para Navidades y otro para mi cumpleaños como mucho. Y lo peor de todo: tenía que hacer ejercicio (aunque guardo un buen recuerdo del Wii Fit)
Al principio me conformaba con lo que tenía. Pero poco duraría. La combinación del tiempo casi ilimitado de un niño de doce años junto a una conexión ADSL generaría que, en algún momento de mi vida, se me ocurriera buscar en internet alguna forma de conseguir videojuegos de forma gratuita. Unos días después conseguí piratear la Wii. Y así, prácticamente hasta el día de hoy, casi todas las consolas que han pasado por mis manos han sido pirateadas. Y antes de que me juzguéis y digáis que soy el anticristo de los videojuegos, dejadme que me explique. Me gustaría aclarar algunos conceptos antes de seguir.
Piratear una consola y piratear juegos no es lo mismo. Se puede aprovechar la vulnerabilidad de una consola para muchas cosas más, además de para jugar copias no legales de juegos. La escena de la piratería de consolas, o los “hackers” son (la mayoría) personas muy respetables, que hacen un gran trabajo y, por lo general, forma altruista y sin beneficio a cambio. Y por supuesto, el objetivo final de muchos de estos no es jugar videojuegos de manera ilegal, sino repartir conocimiento y “jugar” con la ingeniería de una consola. Y digo jugar, porque muchos de estos procesos son hasta entretenidos de realizar, como si de montar un LEGO se tratase. El término técnico de está práctica se denomina homebrew y consiste en romper la seguridad de una consola con el fin de ser capaces de ejecutar sus propias aplicaciones en ella.
Por otro lado, distribuir o descargar copias de videojuegos o de cualquier otro contenido audiovisual es otra cosa. A pesar de que estas prácticas sean ilegales, seamos sinceros: no lo parecen. O por lo menos no en España. Nadie hace nada por evitar la piratería porque es algo que no puede controlar. Vale, te has comprado una consola de forma legal. Ahora, ¿quién te impide descargar todo su catálogo? ¿y qué diferencia hay entre hacer eso y robar los juegos directamente de la tienda? Ninguna, desde luego.
No obstante, la piratería no solo trae cosas negativas al sector. La preservación de videojuegos es la primera que se me viene a la mente. Es un objetivo más que respetable y del que se podría sacar un artículo entero hablando de ello, por no hablar de que es imposible seguir apoyando a los creadores de estos títulos. Pero más allá de conservar digitalmente aquellos títulos que por el paso del tiempo se han hecho menos accesibles, la piratería sigue activa hoy en día en plataformas actuales, como el PC o la Nintendo Switch. Esto no me parece necesariamente malo y pienso que bajarte un juego ilegalmente no es una compra menos. Yo he pirateado muchísimos títulos que, de no ser porque tenía la opción de acceder a ellos de forma gratuita, jamás los hubiera jugado. Con una economía limitada lo más seguro es que quieras adquirir aquellos productos que más te interesan. En cambio, hay bastantes juegos que he acabado comprándome por el hecho de haberlos probado antes pirateándolos.
Pienso que la piratería es un mal necesario, como si fuera una balanza perfectamente equilibrada. Y esto es aplicable con todos los medios audiovisuales. ¿Cuántos grupos musicales no hubiéramos descubierto de no ser por la piratería? ¿Cuántas películas habríamos pasado por alto porque no nos interesan lo suficiente como para pagar por ellas? El conocimiento y la cultura adquirida por métodos no lícitos no son menos válidas que la adquirida de forma legal. Por suerte, hoy en día hay formas más económicas de consumir estos contenidos legalmente hablando. Los servicios por suscripción como Netflix o Game Pass, los juegos gratis de Epic o los precios de risa de páginas de claves (aunque según afirman algunos es mejor la piratería) , están haciendo que piratear sea cada vez menos necesario. Y eso también es positivo.
@AndresLeay Just pirate it. If you still like it when you can afford it in the future, buy it then. Also don’t forget to feel bad. 😉
— Notch (@notch) January 12, 2012
Me gustaría terminar citando a Notch, el conocido (y ahora censurado) creador de Minecraft. En enero del 2012, un usuario de Twitter mencionó a Notch en un tuit pidiéndole (con respeto) una cuenta de Minecraft. Este quería jugarlo, pero no tenía dinero suficiente para permitírselo. Notch simplemente le respondió que lo pirateara. Que si le gustaba lo podría comprar más adelante, en un futuro. Esto es exactamente lo que me pasó a mí con este y con muchos más títulos. Y probablemente, de no ser por el hecho de que pirateé (más de lo que admito reconocer), hoy no estaría aquí, escribiendo sobre mi pasión. ¿Qué hubiera sido de mi si mi padre no hubiera descargado todas esas roms de Mega Drive? ¿Hubiera acabado sintiendo esta terrible pasión por los videojuegos? Nunca lo sabré, pero sí sé que podría haber sido peor. Podría haberme gustado el futbol.