Aprender jugando
Hacerse viejo es una mierda. Así de claro. Y lo dice alguien que jugó a los Carmen Sandiego originales, fascinado por la serie de televisión (o viceversa). Por esa razón esperaba con auténtico anhelo el título que acaba de sacar Gameloft con Netflix, tras el reflote de la saga por estos últimos hace unos años. La verdad es que la serie no me pareció gran cosa, pero tampoco lo bastante mala como para desmotivar mis ganas del juego, y más tras echar un vistazo a la serie original (si tenéis un buen recuerdo no la reviséis, no os hagáis daño). Quizás simplemente es que yo ya estoy viejo para estas cosas.
Sin embargo, llega el día de lanzamiento y la nueva obra de la IP se queda corta en muchos aspectos. No quiero sentar cátedra porque no lo he probado más de un par de horas y, como os podéis imaginar, ese es parte del problema; si hubiera sido un juegazo me habrían tenido que separar del mando con agua caliente. Por los ojos no me entró; sé que esto es algo cien por cien subjetivo y que además el desarrollo ha tenido la carga de mantener la dirección artística de la serie actual pero, a mi parecer, el conjunto (estética, animaciones, sonido…) acaba perdiendo en carisma y personalidad. Echando un vistazo a los antiguos Carmen Sandiego, no me puedo dejar de preguntar si la propia limitación del medio entonces cumplió un papel decisivo en hacer uso de fotografías fuertemente comprimidas, haciendo que envejezcan mucho mejor que el juego que salió hace solo unos días, que parece ya caduco. Bueno, y eso y que el pixel art es atemporal.
Donde realmente creo que radican los agujeros bajo la línea de flotación del título es en ciertas decisiones de diseño que involucran las mecánicas y el bucle jugable. Solventar la (hipotética) necesidad de acción con quick time events ya deja que desear, y los puzles se me hicieron simplones y mal planteados. La mecánica de gestión del tiempo en plan Persona, personalmente no me aporta nada, y a nivel macro me parece que desfavorece una exploración que ya de por sí es pobre (siendo benévolos). Esta consta de escenarios pequeños y con no más de tres o cuatro puntos de interés, uno de ellos habitualmente la solución de alguno de los enigmas que el juego propone y los demás los que aportan información cultural, que si bien algunos pueden ser más o menos interesantes, en todo caso son insuficientes para justificar esa etiqueta. Este es uno de los quid de la razón de ser de este texto: la saga ha llevado la educación por bandera y, en mi opinión, falla en esta categoría. Por acabar con un punto positivo, el juego (que conmemora los cuarenta años) incluye una revisión de aventuras clásicas en el modo Archivos de ACME, lo que puede ser un aliciente suficiente aunque sea para pegarles un tiento.
Pero si una cosa tiene de buena la edad, es que te da una perspectiva mejor de lo que es la vida, y te quita (o debería) de tonterías como intentar ser quien uno no es para encajar en un grupo. Si hay algo absoluto es que nuestro tiempo en este mundo es finito y no merece la pena desperdiciarlo en cuestiones que no nos llenan, dejando de lado (o rechazando) lo que de verdad queremos; y esto se aplica a aficiones, gustos, actividades… ¡hasta a colores! Y por supuesto, a personas. No debemos permitir que una etiqueta, ni nadie que la esgrima, nos defina quién y cómo hemos de disfrutar de algo.
Dicho esto, el elitismo en los videojuegos es el nuevo fumar para hacerse el guay; y de aquí no me bajo.
Seguro que habéis leído el título y deberéis estar pensando que chocheo, y probablemente tengáis razón, pero en mi cabeza tiene sentido. En los videojuegos se usan muchas veces las etiquetas infantil y educativo, de forma prácticamente intercambiable. Como si un adulto no pudiera o necesitara aprender, pero ese es otro melón que abrir. He probado unas buenas pocas de aficiones para adultos. Y no, no me refiero a cosas PEGI-18, no va por ahí. El cuidado de la barba, el arte de hacer café, la cata de cerveza artesanal… todas son cosas que disfruto (unas más que otras), pero ni de cerca llegan a lo que me hace sentir jugar a un buen juego.

El modo Descubrimiento de los últimos Assassin’s Creed permite visitar lugares y momentos de la historia sin tener que echarle plutonio al condensador de fluzo…
Esto es notable sobre todo debido a que es una actividad que tradicionalmente se ha considerado como infantil, incluso cuando no creo que ninguna de las que he mencionado antes pueda (ni quedarse cerca siquiera) abarcar la complejidad, la capacidad de emocionar y el aprendizaje que este medio contiene. Vuelve a aparecer el concepto de aprender, y es que quizás en lugar de asociarlo a una demografía sea, por el contrario, inherente al videojuego en sí; sin perjuicio por supuesto de su idoneidad como herramienta educativa, que si bien dependen de medios materiales de los que muchas instituciones carecen, a menudo caen en casos de intención tangencial, siendo usados en este contexto títulos como Minecraft, Scribblenauts, Baba is You o el modo Descubrimiento de los Assassins Creed más actuales (Origins, Odyssey y Valhalla).

… Pero en el lado más indie tenemos Baba is You, un juegazo de lógica que se ha aplicado en iniciativas educativas tan chulas como Baba is Cool, en el que los chavales pueden crear sus propios niveles en el editor que incluye.
El problema es que, en algún momento del desarrollo de los medios actuales, se ha optado por asumir que los productos orientados a niños no tienen por qué alcanzar los estándares de calidad que le exigimos a cualquier obra, tratándolos como un público fácil de contentar. Y esto toma especial relevancia cuando retomamos la reflexión de que, en los videojuegos, educativo equivale a infantil, con la consecuencia de que esas obras destinadas a establecer las bases de aprendizaje acaban siendo, al igual que hacerse viejo, una mierda. De hecho me atrevería a decir que ni siquiera sirven para ser malos juegos; un mal juego puede tener carisma y acabar convertido en uno de culto, o en un meme, si eres de los que (todavía) no se pone en la calle a mirar las obras. No, el destino de esos intentos de material educativo es el olvido de la mediocridad; y no creo que mediocre sea una cualidad que queramos asociar con ningún tipo de formación.
Exponentes como los Zelda: Breath of the Wild y Tears of the Kingdom, El Escudero Valiente o, el que podría ser considerado como un nuevo patrón oro, Astro Bot, aportan una medida de lo capacitada que está la industria (y sin siquiera entrar en la escena más independiente) de ofrecer productos de calidad ya no solo aptos para un público infantil, sino capaces de hacer que un viejo vuelva a jugar, a sentirse, como un niño.
Hacedle caso a este viejo y pasad el tiempo haciendo lo que os hace feliz, con la gente que os hace feliz. Jugad a lo que os hace feliz (aunque sea redundante). Jugad.