Cómo esta mecánica puede moldearse para crear experiencias completamente distintas
En los videojuegos, actualmente, creo que no es descabellado afirmar que podemos ser lo que queramos. ¿Quieres vivir en una isla desierta? Elige el pack de aventuras Far Cry 3 o una idílica experiencia con Animal Crossing: New Horizons. ¿Prefieres conocer mundo? ¿Qué tal la Londres victoriana de Assassin’s Creed Syndicate, la Tokyo americanizada de Phoenix Wright o una vueltecita por la rambla con The Wheelman? No importa lo que quieras ser, solo imagina serlo por un momento: asesino, veterinario, jardinero, maestro y… por supuesto, cocinero.
Quizá de por sí esta no es la profesión más prolífica dentro del medio, pero si es cierto que el rol de la comida ocupa una pieza importante en gran parte de los videojuegos, sobre todo en los de mundo abierto. Comer es al final una parte importante de nuestras vidas, pues necesitamos alimentarnos para mantener nuestro metabolismo funcionando, por lo que no es de extrañar que la comida, y su preparación, formen parte de gran cantidad de títulos. Comemos en Skyrim, cocinamos en Breath of the Wild, e incluso la vendemos en Papa’s Pizzeria, pero, por un momento, vamos a pensar, ¿qué es lo que podemos hacer con los alimentos dentro de los videojuegos? ¿Pueden servir para algo más que para simplemente alimentar a uno o varios personajes?
En los videojuegos podemos ver la cocina, por ejemplo, como una forma de diversión. Juegos como Overcooked nos muestran el placer loco de un género donde cocinar es solo una forma de lograr un objetivo: superar un nivel. Los fogones se encienden para que nosotros preparemos las comandas de manera caótica, pero intentando en todo momento ser disciplinados, sin realmente plantearnos qué es lo que hacemos pues las acciones son casi automáticas una vez llegamos al puesto. Juegos donde estar con amigos brindan experiencias para el recuerdo, que nos permiten centrar nuestra atención en cómo gestionarnos y en pasar un rato divertido sin más afán que el jugar y reír. Similares son, aunque de manera menos completa al no centrar el núcleo del juego en ello, los minijuegos de Mario Party donde debemos cocinar unas salchichas o jugar con tartas decorándolas. La cocina como espacio de juego y diversión.
Por otro lado, la cocina puede ser tomada de una manera más lógica. Los puzles son una forma de, por ejemplo, gestionar un negocio. Cook, Serve, Delicious! o el ya mencionado Papa’s Pizzeria nos ponen en la piel de trabajadores que, mediante la gestión del cocinado en forma de puzles ordenados, debemos completar retos y misiones para avanzar en nuestro día a día como cocineros. Aquí la cocina se ve más de cerca al poder observar los ingredientes y, de manera simple aunque más compleja que en Overcooked, cocinarlos para crear un plato. Eliminando la gestión y manteniendo el puzle tenemos cositas como Inbento o Pokémon Cafe Mix, que centran su experiencia en la preparación de un cierto tipo de platos siguiendo las reglas que se nos establecen. Incluso tenemos casos que llevan la mecánica de cocinar como puzle un paso más allá como el curioso Stephen’s Sausage Roll, un juego donde debemos avanzar pantallas cocinando salchichas en una barbacoa… pero de manera muy curiosa. La cocina como mecánica lógica y reto.
Otra forma de enfocar la cocina es como motivación personal de nuestro avatar. En Battle Chef Brigade somos una cocinera que busca alzarse con el trofeo de ser la mejor chef del reino. Aquí no solo cocinamos haciendo uso de mecánicas de puzle sino además se entremezcla con un combate de acción lateral para acabar con monstruos ý así conseguir los elementos para nuestros platos. Es, en esencia, una cocina de puzle, pero no está vacía de todo el sentido y tenemos una historia detrás que nos ha llevado hasta este momento. Cocinamos porque nos gusta, el cómo no es más que una forma de transmitirlo por parte del desarrollador a los jugadores. Somos, al final, una chef con cara, nombre e historia, no un mero avatar sin rostro. La cocina como motivación y núcleo del personaje.
Además, los juegos pueden ser algo más. En Hot Pot For One no cocinamos más que para nosotros mismos para sentirnos más cerca de los nuestros en una solitaria nochebuena. Aquí la comida es una forma de unión, un memento para recordar nuestras raíces en un lugar extranjero mientras pensamos y sentimos aquello que el juego busca, como también hace Venba. Aquí también somos inmigrantes, pero no estamos solos, pues tenemos un esposo e hijos, tenemos una familia a la que cuidar y, a través de la comida, de nuestras elaboraciones, contamos nuestra historia, reforzamos nuestras raíces indias mientras vivimos en Canadá y compartimos un tiempo en familia. Un tiempo que también comparten, en este caso, los personajes de Final Fantasy XV al reunirse alrededor de una hoguera a disfrutar las comidas de Ignis mientras, todos juntos, charlamos sobre nuestras inquietudes y el día que acaba. La cocina como narración.
Existen muchas formas de interpretar la cocina. Más ligeras, donde solo es una mecánica más o menos desarrollada, con un enfoque más divertido o más lógico, o con una mayor carga en la jugabilidad, ya sea construyendo el mundo alrededor de ella o convertirla en vehículo narrativo de lo que el desarrollador desea contarnos. Claro, también existe la cocina en Minecraft, Breath of the Wild o similares, pero es algo banal; una parte de un sistema mayor, como es el de estamina. Ver cómo podemos coger un elemento y moldearlo a nuestro antojo es la gran virtud del medio videolúdico, donde una idea puede exprimirse desde diferentes ángulos y mostrar un mundo nuevo al jugador. Y si no, siempre podemos recuperar nuestra Nintendo DS, desempolvar ese cartucho que todos conocemos, y darle un poco de caña a Cocina Conmigo.
Así aprendí yo, que conste.