Una brizna de naturaleza debajo de un cielo de metal
La ciudad de Midgar, conforme han pasado los años, se ha convertido en uno de los lugares más reconocibles de la historia del videojuego. La versión de la obra original – aunque de forma menos explícita que en el remake – escondía una clara crítica social hacia la desigualdad, y es que, en un principio, Final Fantasy VII iba a desarrollarse en una utópica Nueva York, lo que refuerza esta idea (al estar esta localizada en Estados Unidos, país que emplea un sistema económico capitalista con poca intervención por parte del estado). Prueba fehaciente de ello es que, sin ir más lejos, la ciudad se divide en estratos (en dos secciones, una encima de otra), acogiendo una a la población adinerada y otra a los barrios marginales. Aún así, la capacidad adquisitiva no es lo único que los diferencia, ya que solo son los que viven en la parte superior tienen el derecho de ver el cielo, las nubes, o hasta el sol.
La falta de luz solar es otra consecuencia negativa de la diferencia de clases en Midgar, ya que esto dificulta el crecimiento de la naturaleza en las barriadas. Si bien se pueden observar algunas plantas en estos lugares, las aglomeraciones brillan por su ausencia, además de encontrarse individualmente poco desarrolladas; ocasionalmente secas, en contraposición al avance tecnológico que representa la ciudad en sí misma, pero muy en la línea de una barriada del sector 5 que casi parece pertenecer a otro plano de la existencia.
Cuando llegué la primera vez a casa de Aeris en Final Fantasy VII Remake, teniendo en consideración que he jugado al de la primera PlayStation (aunque en su edición para Switch), me sobrecogió un sentimiento de nostalgia que no había sentido nunca – al menos, no como hasta ahora – con ningún videojuego. Después de pasear y completar misiones, tanto principales como secundarias, durante la primera quincena de horas por lugares llenos – en mayor o menor medida – de gente y tecnología, ver el jardín lleno de flores, una cascada de agua, un pequeño río, y, por supuesto, la estructura hecha de madera alzarse entre la excelente paleta de colores que conforman su estampa me maravilló como no lo había hecho antes el título, y como a posteriori no lo pudo hacer.
Si algo hemos aprendido de la manera de contar historias de FromSoftware, es que, en los videojuegos, un lugar puede ser más que el espacio físico que ocupa. El Templo Desolado en Sekiro: Shadows Die Twice, por poner un ejemplo, desprende un aura de violencia; no es algo que se presente de una forma evidente, sino que es una recompensa por el tiempo dedicado a interpretar el escenario e intentar sacar una conclusión de nuestros hallazgos. Y aunque es cierto que desde Square Enix no han conseguido transmitir a través del enviromental storytelling la importancia del lugar tan bien como el estudio capitaneado por Hidetaka Miyazaki, después de descubrir la historia detrás de los dos personajes que lo habitan – tanto la madre que la acogió como la propia Aeris – es, a mi parecer, una obviedad que su localización y apariencia no son frutos de la casualidad, sino de un minucioso diseño centrado en representarlas a través de su hogar. Porque en este mundo hay pocas cosas que digan más de nosotros que nuestras casas.
Esta no es la única razón por la que este lugar es tan especial dentro del universo de Final Fantasy VII. También envía un mensaje muy importante en relación a la trama (más en la versión de 2020 que en la de 1997). La casa de Aeris no solo es una brizna de naturaleza debajo de un cielo de metal de forma literal; no solo es la prueba de que las flores, los árboles y la hierba han conseguido sobrevivir en una ciudad tan industrializada y artificial como la de Midgar, sino que en ella transcurren algunos de los momentos más emotivos y esperanzadores de todo el videojuego.
Creo que todas estas situaciones son la prueba de que este lugar tiene un significado tanto literal como metafórico muy importante. Su representación de la superación y la esperanza transcienden la forma de contar historias a través de recursos mundanos para utilizarlos solo como complemento de una base que es lo suficientemente solida por si misma como para depender de nada más. Aunque con esto no quiero decir que no sean bienvenidos, ya que la base está tan difuminada con todos los elementos que forman el mundo de esta obra que pude llegar a ser difícil darse cuenta sin una ayuda que nos permita disfrutar al completo de este lugar.