La compañía nipona ha demostrado que solo le importan los números
La avaricia y el control son dos adjetivos que tienen que ir de la mano a la hora de hablar del capitalismo. Pero creo que hay otro adjetivo que deberíamos añadir a los anteriores. Una palabra que define a la perfección la falta de empatía por parte de una empresa cuando esta decide tirar por la borda a varios de sus trabajadores con tal de obtener beneficios: la obsesión. Así es como define Jason Schreier en su artículo de Bloomberg las decisiones que ha tomado Sony estos últimos años. En este, Schreier saca a la luz los trapos sucios de la compañía nipona, desvelando varios bombazos, entre ellos que The Last of Us tendrá un remake para PS5, que está en proceso un nuevo juego de Uncharted y que no habrá secuela de Days Gone. Sin contexto alguno, esto no deberían ser malas noticias: The Last of Us es uno de los mejores juegos de la década pasada, Uncharted es una franquicia muy querida y lo de Days Gone era de esperar, al fin y al cabo, tampoco era tan bueno.
Desgraciadamente, somos personas críticas, y tenemos el suficiente contexto como para tachar de imprudentes estas decisiones. The Last of Us Remastered fue lanzado el mercado hace menos de siete años, tiempo que, para muchas personas, es suficiente para hacerle un lavado de cara. Sin embargo, The Last of Us Remastered sigue luciendo espectacular, tanto en PS4 como en PS5, y no creo que nadie haya pedido un remake (además de que se incluye con el PS Plus Collection). Uncharted, por otro lado, es una franquicia que hace unos años que no vemos, y que seguro que más de uno se alegra de su regreso. Eso sí, como salga el maldito Nathan Drake con un bastón y una hernia discal tendremos un problema. Y lo de Days Gone… bueno, tampoco me parece tan mala decisión. No obstante, Days Gone nos sirve como punto de inflexión para hablar de qué es lo que la malévola compañía nipona esta tratando de hacer.
Sony cuenta con unos doce estudios en todo el mundo con el sello de PlayStation Studios, pero estos últimos años ha estado dando prioridad a los juegos de sus desarrolladores más exitosos. Days Gone era uno de estos juegos, creado por Sony Bend, una filial de Sony en Oregón. La desarrolladora tenía pensada una secuela para el título, sin embargo, y a pesar de haber vendido el juego como churros, para Sony una segunda entrega no sería viable por su accidentado desarrollo y su dudosa recepción. En cambio, lo que se le ocurrió a Sony fue designar a dos equipos del estudio para ayudar a Naughty Dog: uno con un juego multijugador y otro a trabajar en el nuevo juego de Uncharted.
Lo mismo ocurrió con el remake de The Last of Us: un pequeño estudio dentro de una filial de San Diego, encargada de pulir los grandes juegos de Sony decidió empezar a trabajar en una nueva versión del título de acción y zombies por antonomasia. En un giro de los acontecimientos, la propiedad del remake fue transferida a Naughty Dog, sin llegar a reconocer el trabajo de este pequeño estudio. Pero no solo de pequeños estudios estamos hablando. Recientemente ha salido a la luz que es probable que Hideo Kojima firme con Microsoft para el próximo juego de su estudio. Recordemos que el último juego de Kojima fue Death Stranding y que, al contrario de Days Gone, este recibió una crítica notable, pero unas ventas regulares. Según el insider Shpeshal_Ed, Kojima acudió a Sony para presentarles su próximo juego exclusivo y estos rechazaron el proyecto.
Triste. Ese es el adjetivo que utilizaría para definir estas odiosas prácticas que no hacen mas que dañar la industria. Nintendo y Microsoft (sin ser santo de nadie) les están dando promoción e incluso financiación a los juegos que las necesitan sin dejar de lado sus propias producciones, con proyectos como los Indie World o el Xbox Game Pass. Mientras tanto, Sony se centra en cerrar estudios pequeños o que no le reportan suficientes beneficios y se obsesiona con su gallina de los huevos de oro para que le hagan ganar cuanto más dinero mejor (aunque se haga uso del crunch).
En este tipo de noticias se puede apreciar cómo muchas veces las empresas no entienden la presión por la que tienen que pasar los desarrolladores. La creación de un videojuego es un proceso catastrófico y, cuantas más trabas se impongan desde arriba, peor saldrá el proyecto. Jason Schreier cuenta en su libro Sangre, sudor y píxeles una cena que tuvo con un desarrollador anónimo. Después de que el desarrollador le contase todo el Crunch y el miedo por el que tuvieron que pasar para lanzar el título, Schreier dijo: “Parece que terminar el juego ha sido un milagro”, a lo que el desarrollador respondió: “Ay, Jason. Es un milagro que se haga cualquier juego”.