En busca de momentos retro
Cada vez tengo menos tiempo para jugar a videojuegos. Y curiosamente, las franjas que le dedico al videojuego, a menudo, se centran en la nostalgia. Todos los años salen infinidad de juegos nuevos. No en serio, basta con echar un vistazo a los lanzamientos mensuales que publicamos aquí, en HyperHype, para darse cuenta de la insana cuantía de obras que surgen y pasan sin pena ni gloria frente a nuestros ojos o, en ocasiones, sin que lleguemos a verlos.
Ayer, Marcos publicaba un texto sobre esa afección mental que surge con nuestros juegos de la infancia, que poco o nada puede solventar y, pese a los remakes, seguiremos poniéndolo por encima de todo. Es en la línea de la accesibilidad a estas obras, tanto originales como a sus versiones actualizadas, donde me gustaría hacer hincapié. Esto proviene de ideas que me rondan la cabeza desde hace meses, principalmente dada mi incapacidad para acceder a algunas obras sin otra forma que recurrir a emuladores, pues a lo largo de mi vida me he tenido que deshacer de algunas de mis consolas con la colección que la acompañaba.
El mejor ejemplo que puedo poner en esta línea es la Nintendo DS, de cuyos títulos me desprendí hace años y es ahora que ando reviviendo obras de aquella época en mi 3DS, como ya expresé en estas líneas sobre Zelda: Spirit Tracks. Lo cierto es que me encantaría disfrutar de más títulos, pero aquí llega el principal problema: el acceso. Algunas obras desaparecen del mercado una vez descatalogadas y llega a imposibilitar su compra de segunda mano. No en vano he recorrido cada cesta de “seminuevos” de cada GAME por el que paso en busca de alguna copia de The World Ends With You. Existe una versión remasterizada para Switch, sí, pero la imposibilidad de jugar a la obra original en mi 3DS, sabiendo de la existencia de la consola virtual en la misma y de la posibilidad de aprovechar la eShop para facilitar ese acceso me remueve por dentro. La sencillez con la que podemos acceder al Pokémon Cristal, Plata u Oro originales a través de la eShop de la 3DS es increíble y, si comparamos el trato de algunas sagas con otras, no queda sino resignarse.
Por si fuera poco, estos títulos tan alejados de “lo comercial” que se encuentran fuera de todo catálogo tienen otro problema: su precio. Es algo similar a lo que ocurre con las piezas de coleccionismo: ¿Cuánto vale algo? Simple, lo máximo que alguien quiera pagar por ello. No en vano he encontrado copias de segunda mano de Pokémon Oro Heartgold y Plata Soulsilver a más de cincuenta euros cada uno. Más de lo que valen muchos de los juegos de Switch, varias generaciones después. Y si hablamos de compra por internet, los precios de las importaciones se nos van de las manos.
Echo de menos poder jugar a Spyro porque a día de hoy no poseo mi PlayStation original. Por suerte, el remake de la trilogía original ha posibilitado mi disfrute, así como lo ha hecho Crash Bandicoot. Personalmente, sigo esperando un remake de la trilogía Sly. Con su ligera presencia a modo de easter eggs en Ghost of Tsushima las esperanzas de muchos se han alzado. Pero no todo tiene por qué implicar el rehacer una obra. Incluso el formato remaster, más simple en su concepción, es sumamente de agradecer. Con él hemos podido disfrutar de un más que decente Final Fantasy IX en PC, así como, por ejemplo, de la saga Bioshock con mejor rendimiento y con graves problemas solucionados. Al final, la cuestión es adaptar el acceso para que las obras no se queden atrás con el paso del tiempo y que, pese a la imposibilidad de hacer maravillas técnicas sin recurrir a un remake, a rehacerlo todo desde cero, siempre se pueden solucionar cuestiones relativamente simples que hacen difícil o imposible jugarlo si no se posee la plataforma original (y a veces, ni por esas).
Soy consciente de la fluctuación de derechos que se produce entre compañías. Incluso las adaptaciones de hardware no son nada sencillas, como sucede con los títulos de la DS, a los que hay que retirarle la función táctil para llevarlos a la Switch y transformar por completo su configuración. Pero la retrocompatibilidad empieza a convertirse en algo casi necesario. Eso sí, en ocasiones se recurre a otra técnica que, sinceramente, me ha sorprendido por su sencillez: el remake de las consolas. Exacto, me refiero a las adaptaciones mini–classic que han surgido estos últimos años, que emulan a las propias plataformas y que traen un catálogo seleccionado de su análoga. La pega es que tienden al coleccionismo y dada la ausencia de obras más selectas (así como de algunas míticas, en según qué casos) no terminan de ser funcionales.
Siempre queremos recurrir a las obras con las que crecimos o entramos en el mundo del videojuego. En algunos casos esto se dificulta por esta accesibilidad de la nostalgia, que además tiene otra capa, más conceptual: las imágenes que tenemos en nuestra cabeza de dichas obras que están completamente idealizadas y que, al disfrutarlas de nuevo, no son lo mismo, se encuentran mejor en la memoria. Pero sería interesante poder comprobarlo por nosotros mismos y que las nuevas generaciones de jugadores tengan acceso a las obras que conformaron el medio como lo que es a día de hoy.
Con todo esto surge una nueva reflexión, que va desde términos puramente lúdicos hasta otros más bien históricos y relacionados con la propia conservación del videojuego como obra cultural (en ludotecas o por vías digitales). Las obras que hemos mencionado en este artículo tienen formato físico, ya sea de CD, DVD, cartuchos, etcétera. Incluso las que no lo tienen, suelen ser una imagen digital que podemos conservar para el futuro de una forma u otra. Pero a día de hoy, con DLCs cada vez más anticipados al lanzamiento, actualizaciones constantes a lo largo de los años, instalaciones en varios tiempos, paquetes “deluxe”, “premium”… Solo queda esperar para comprobar hasta qué punto esta fragmentación dificultará que dentro de veinte o treinta años queramos jugar a nuestros juegos favoritos.