(O de no representación)
El videojuego tiene una extraña forma de representar a la gente con sobrepeso. En su gran mayoría, simplemente no lo hacen. Simplemente rechazan nuestra existencia y tanto sus protagonistas como los personajes no jugables del entorno o son delgados o musculosos. El resto, tiende a ponernos de fondo. Nos representan como un chef, quizás el alcalde de un pequeño pueblo o como el matón de mayor nivel que sus colegas delgados. Pero nunca de una manera positiva o, si lo es, es altamente condescendiente y nunca jamás en el rol protagónico.
Es cierto que hay ciertos juegos indie que, para variar, configuran la excepción a la regla. También podemos encontrar hombres gordos en juegos de pelea, pero nunca mujeres, quienes terminan siendo las más afectadas. Llegando a tal punto su nula representación en términos de personajes jugables, que no se me puede ocurrir otro personaje aparte de Mei en Overwatch, siendo quizá la única excepción a esta regla. Aunque viene con la condición de que sigue siendo un personaje atractivo. Mientras Roadhog, un personaje masculino del mismo juego que también tiene sobrepeso, puede mostrar su panza prominente con su hernia umbilical expuesta y usar ropa de cualquier tipo, Mei, por otro lado, no tiene más opción sino mantenerse lo más estéticamente atractiva posible.
Pero más allá de la escasa representación, cuando sí somos representados es quizás lo más preocupante de todo el asunto. Generalmente, se nos dan roles de personajes cobardes, que hacen el ridículo, avariciosos, flojos y con una debilidad irrisoria para la comida. En Yakuza 4, por ejemplo, hay una misión secundaria en la que nos encontramos con un justiciero de las calles que combate a los villanos, pero que pierde todas sus fuerzas cuando le da hambre. Entonces nosotros, en nuestro rol protagónico, debemos buscarle ramen para que recupere sus poderes. Le compramos una variante muy picante de esta famosa comida japonesa y, bueno, en la imagen podrán entender que ocurre a continuación.
También, en la misma saga Yakuza y en muchos otros juegos, se usa a los gordos como enemigos más resistentes a las balas o golpes, con barras de salud más grandes y que no admiten ciertos movimientos en su contra, más comúnmente agarres. Como si fuéramos una especie distinta de los humanos, nos hacen absurdamente resistentes al daño, pero lentos, torpes y de poca resistencia física. ¿En cuantos juegos a un boss gordo no hay que esperar que deje de lanzar combos para que se agote y así poder arremeter en su contra, después de todo? E incluso en títulos más “progresistas” como The Last of Us Parte 2 cada vez que vemos a un gordo (de los cuales ninguno tiene nada de peso en la trama, por cierto) significa que es un enemigo que resiste incluso más disparos a la cabeza que su contraparte delgada. Porque claro, la grasa abdominal seguramente nos cubre el cráneo también.
Nos dan una fuerza bestial, una tolerancia al daño inhumana y solemos ser el enemigo intermedio entre ese matón delgado y el musculoso. Se nos antagoniza mucho, se nos usa como el personaje comic relief que acompaña al protagonista en sus aventuras y que suele quedarse atrás ya sea por cobardía o porque nuestra misma condición física no nos permite seguir avanzando.
Muchos pensarán que no es para tanto y, dicha sea la verdad, no sé hasta qué punto sea relevante. Pero la diversidad y la representación siempre serán buenas. Que diferentes tipos de públicos puedan verse reflejados en la pantalla de manera positiva no solo nos ayuda a nosotros mismos a sentirnos válidos, sino para que el resto también sepa que somos tanto como ellos. Y esto no solo aplica para nosotros los gordos, sino también para las minorías raciales y de género. Y, quién sabe, quizás hacer un juego en el que el protagonista no sea el hombre blanco hetero y delgado número quince millones, ayude a que éste mismo, tan solo por representar a un grupo diferente, destaque por sobre el resto. Claro que esto suele causar polémica. Ya lo vimos más que suficiente con The Last of Us Parte 2, donde se criticó y atacó de manera desproporcionada a Naughty Dog por presentar a un par de protagonistas mujeres no tan convencionalmente atractivas y porque una de ellas era lesbiana. Pero debemos de dejar de escuchar a esa bulliciosa minoría que siempre se sentirán atacados cuando un personaje se salga por lo más leve que sea de la norma tanto prensa como desarrolladoras de videojuegos.
La diversidad como norma
Si hacemos la norma poner a más gordos, más mujeres, más personas no blancas y de diversas identidades de género en el videojuego lo único que estamos haciendo es abrirle la puerta a más gente a que se sienta representada y, a diferencia de lo que creen quienes se ofendieron por el físico de Abby, por la protagonista de Returnal o por el supuesto cambio físico de Aloy en Horizon Forbidden West, no les estaremos cerrando las puertas a nadie. Ser gordo, ser mujer, ser latino no es una postura política; es ser un ser humano tan válido como los que nos venden por toneladas al día de hoy. Y quienes sean muy cobardes para darnos aunque sea unos minutos bajo los reflectores por miedo a qué dirán estos seres ofendidos por todo no merecen tener la voz para decidir quienes entran y quienes no al escenario para un momento de representación.