Aventuras y desventuras en el PEGI

Mi abuela fue una mujer increíble, tanto en lo insólito como en lo extraordinario. Una amalgama entre Bernarda Alba y Carmen Polo, fuerte como el acero; fraguada al fuego del conflicto y templada por la posguerra. Tengo la enorme suerte de haber podido compartir mucho de mi tiempo junto a ella; ya fuese escuchándola canturrear Angelitos Negros mientras planchaba, sentado en una sillita de enea mirando absorto cómo cocinaba (tenía un don para ello aunque no le gustaba nada), o pasar las mañanas que no tenía que ir al colegio viendo juntos El Equipo A o Walker, Ranger de Texas en la tele; pero, siendo hija de su tiempo, nunca pude compartir ningún videojuego con ella. Me tocó, como supongo que a muchos, vivir los comienzos de mi afición al medio en el PC del despacho o con la NES en una pantalla de 9” y con poca o ninguna interacción con el resto de mi familia.

Sin embargo, lo que sí pude disfrutar fueron unas pocas tardes de verano en la casa de la playa, cuando ya se calmaba un poco el calor infernal, y si no me había echado a la calle a que me asalvajara con otros niños, sentarnos a jugar a algún juego de cartas. A la escoba, al burro o a las siete y media, usando garbanzos como fichas; la verdad es que ahora mismo no sería capaz de poner en pie cómo se juega a ninguno, aunque probablemente pudiera rellenar los ciento cincuenta y un Pokémon de la primera generación; la memoria es una cosa curiosa. Lo que sí puedo recordar es la calidez de su sonrisa, que era parca regalando, y la fuerza y determinación con que, aunque siendo mayor ya, había hollado el camino de su vida, y con las que siguió haciéndolo hasta el final.

Ficha de platino de Fallout: New VegasSupongo que este escrito os habrá traído algún que otro recuerdo o reflexión, espero que positivo, ya sea por nostalgia, paralelismo con vuestra infancia o porque haya sido capaz transmitir el cariño que sentí, y siento, por esos momentos; a todas luces hermosos y amables.

Pero estamos todos equivocados. 

Claramente el acto que os he narrado es pernicioso para cualquier infante, totalmente inadecuado para una mente maleable y corrompible como la de un niño. Podría decirse que tuve suerte de no acabar peor de lo que estoy, que ya es decir. Y no, no lo digo por Walker.

El problema es que mi abuela me estaba exponiendo, sin saberlo la pobre mujer, a las terribles garras de algo que contiene un prominente imaginario de apuestas y material que instruye en apostar; y no es que lo haya dicho el ranger Trivette, sino el PEGI (siglas de Pan-European Game Information), el sistema de clasificación por edades europeo bajo el que se rigen los videojuegos que se publican en el continente.

Por supuesto, no me refiero a que se hayan pronunciado acerca de los momentos lúdicos abuela-nieto, sino a la calificación de +18 con la que marcaron a fuego a Balatro semana y poco tras su salida y que ha sido rebajada a +12 este 24 de febrero, prácticamente un año después. La editora envió el cuestionario para la catalogación del juego y recibió una clasificación de 3 (todos los públicos) que fue revisada tras el lanzamiento y decidieron aumentarla, con la consecuente retirada de algunas tiendas y su impacto en las ventas. Acerca de esto ya han corrido ríos de tinta, y aquí a la derecha os debe haber salido una tarjeta con el artículo de JP en el que explica lo… pintoresco de la situación, pero creo que tengo algo que aportar más allá del caso específico de Balatro, yendo también al propio sistema, y a los peligros de los que debería proteger (spoiler: falla estrepitosamente).

A colación de esto leí una entrevista a gente de PEGI (original en inglés) y lo primero que me llamó la atención es su estructura interna. No hay un único grupo internacional de personas que realizan las valoraciones, sino dos, según la edad prevista; la NICAM neerlandesa (que se ocuparía de las etiquetas de +3 y +7) y la GRA británica (encargada de revisar los títulos +12, +16 y +18), organizaciones que cuentan con miembros tanto del entorno político como de la industria, y que aplican el sistema Kijkwijzer, basado en criterios como violencia, terror, sexo, lenguaje soez o juego de azar que, en la mayoría de los casos (y mira que he buscado) están pobremente definidos. No os preocupéis que volveremos a esto en un momento.

Después de esta píldora de conocimiento, lo que realmente destila la entrevista es un intento de desmarcarse fuertemente de la imagen de policía de la diversión, posicionándose como una herramienta de ayuda a los padres para poder brindar contenido adecuado para sus hijos. Y no puedo estar más en desacuerdo. Para poder serlo deberían aportar una información veraz, coherente y extrapolable entre casos, y presentarla de una forma inequívoca y fácilmente legible. 

Podríais pensar que la etiquetita de marras cumple de sobra con estos preceptos tan, a priori, evidentes. Un cuadrado de color identificativo y con el número bien visible, acompañado de pictogramas sencillos, para así poder distinguir cuál de los demonios se hará con el alma del pobre infante que tenga la desventura de acceder a este contenido antes de haber soplado el número de velas mandatorio. El problema aparece cuando rascamos la superficie del sello, y podemos ver que esta utilidad somera oculta varios pecados que socavan gravemente la validez del sistema. 

Un manual de ecuaciones diferenciales con la etiqueta de PEGI 3Para empezar, y como ellos mismos admiten, se limitan a valorar el contenido del juego, pero no su idoneidad (por mucho que en el mismo texto aclaratorio digan que sí), ya que no tienen en cuenta la dificultad o complejidad de sus mecánicas. Que se aparten los libros del Barco de Vapor, según PEGI un manual de cálculo diferencial es mucho más adecuado para niños de tres años. Probablemente esto de por sí ya sea muestra suficiente para tener dudas de la validez del sistema para alguno de vosotros. Agarraos, que vienen curvas. 

Este tipo de catalogaciones siempre me han suscitado dudas, más aún cuando tienen consecuencias legales (la clasificación PEGI es usada por varios países para cimentar sus leyes). Es un tema demasiado complejo, que se sobresimplifica para poder encajarlo en un hatillo de fácil presentación (en este caso, las etiquetas de edad y contenido). Partimos de la base de que estas sensibilidades son extremadamente dependientes de un contexto personal, ideológico y social, conllevando esto que la visión de los evaluadores (recordemos que, para empezar, son neerlandeses para las etiquetas de 3 y 7, y británicos para las demás) pueda diferir diametralmente de aquella con las que los padres quieran criar a sus hijos; en especial en la exposición a temas como la sexualidad, donde existe un rango muy amplio de entendimiento, y en los que ciertas creencias (las religiosas, por ejemplo) son factores a tener en cuenta a la hora de poder tomar una decisión informada. 

 

En un intento de apaciguar esas dudas, he dedicado un buen esfuerzo a buscar unas pautas claras de aplicación de los diferentes baremos; algo que es de especial importancia en un criterio tan subjetivo como es este, y no he sido capaz de hallarlas. Sin embargo, lo que sí que he encontrado es más de un caso que denota una incoherencia flagrante, como es el que me lleva a escribir estas líneas. Aquí tenéis por ejemplo un artículo de hace seis años en el que se explica muy bien (y con las fuentes, que recomiendo revisar) la postura de PEGI respecto a la inclusión de mecánicas de juegos de azar; y dicen, básicamente, que aplicando la norma sobre juegos de azar, consideran que está fatal enseñar a jugar a juegos de cartas que son habitualmente jugados por dinero (aquí en teoría meterían a Balatro), mientras que el que haya directamente tragaperras o ruletas en las que se apueste con dinero real es totalmente adecuado para niños de todas las edades. Se les ha debido quedar la nariz de payaso pegada con el superglue que deben usar para que no se les caiga la cara de vergüenza.

Y es que es aquí, entre esta hierba alta, donde acecha el verdadero peligro.

El que no se aplique una subida en la edad mínima cuando en el juego existen estos elementos no se queda en un tema de incongruencia o de disparidad de opiniones. Como seguramente todos sabréis ya, las empresas hacen un esfuerzo considerable en crear sistemas, incluyendo la participación de psicólogos (usando técnicas que deberían estar para ayudar a las personas) para fomentar la adicción de los jugadores; especialmente de los más vulnerables, como los niños.

Etiqueta mostrada en la página web de PEGI ejemplificando el descriptor de compras en la aplicación (incluyendo cajas de loot) con la etiqueta de PEGI 3

Encima te ponen el ejemplo con la etiqueta de PEGI 3

Se ha escrito mucho de temas como las lootboxes (aquí os recomiendo este vídeo de BaityBait que lo trata) pero al final queda claro que son elementos nocivos, y la única información que PEGI da de lo que seguramente, en mi humilde opinión, es lo más peligroso y potencialmente dañino de los videojuegos, es una anotación de incluye artículos aleatorios al descriptor de compras dentro de la aplicación en letra pequeña. Pero bueno, hay una página específica sobre compras integradas en el juego (siendo el único descriptor que la tiene), se tendrán en cuenta… ¿no? Pues no, ni se nombra.

La entrevista con la que empecé incluye una reflexión sobre este tema en concreto y ahí es donde reside la razón de ser de este texto. Se escudan en que es algo totalmente separado del contenido del propio juego, y afirman que hombre, que no queremos que el FIFA esté en la misma estantería, y con la misma etiqueta roja de +18, que el Call of Duty, porque los padres no tendrían forma de saber si es un juego adecuado o no.

Dejando fuera de la ecuación el tema de la exposición de los niños a la violencia, que da para varios ensayos y una serie en DVD (y este texto ya ha quedado demasiado largo), yo tengo una respuesta clara. Sí, sí quiero que estén en la misma estantería. Pero lo importante no es lo que opine yo. Lo importante es lo que opinen las editoras de esos juegos, con respecto a las consecuencias de estas prácticas y a la bajada en las ventas que conlleven. PEGI no solo debería estar para informar a los padres, debería liderar iniciativas para la protección contra este tipo de amenazas, y falla estrepitosamente en ambas.

Montaje que muestra las clasificaciones PEGI de Astrobot (7, violencia, miedo), Balatro (12, apuestas); EA Sports FC (3, compras en la aplicación, incluye aleatorios) y NBA 2k25 (3, compras en la aplicación, incluye aleatorios)

La coherencia, ni se la ve ni se la espera