"¿Y si el auténtico tesoro son los amigos que hacemos en el camino?"
75 plomazos cuesta la edición estándar física para PS4 y Switch de Final Fantasy I-VI Pixel Remaster; 275 la edición coleccionista. “Y poco me parece“, habrá quien diga, pues 75 euros por seis de los mejores RPG que se han confeccionado jamás en la historia del medio no suena, a bote pronto, como un trato tan injusto, especialmente si tenemos en cuenta cómo algunos de ellos siguen vendiéndose sin remozado gráfico alguno por poco menos de 20 euros en tiendas de aplicaciones móviles como Google Play. Pixel Remaster, tal y como su nombre indica, es por su parte un compendio de las seis primeras entregas de una saga mágica, las cuales lucen ahora mejor que nunca gracias a un acabado menos cercano a Live A Live y a Octopath Traveler de lo que al fan le gustaría, pero consistente e innegablemente respetuoso con la obra original. Ya se compre por el afán de coleccionismo o movido por un interés genuino en descubrir una franquicia histórica, reconozco la existencia de motivos suficientes para querer hacerse con dicha pieza. No seré yo quien critique a alguien por reservarla, por comprarla el día uno —aunque siempre conviene recordar aquello de que votamos con la cartera—, al igual que no seré yo quien devalúe el videojuego y exija un precio irrisorio para unas aventuras extremadamente explotadas y rentabilizadas pero no por ello menos valiosas —por más que una parte de mí las vea como un patrominio universal que debería de poder ser accesible por todo el mundo—.
Mi problema no son los 75 euros (eurazos) a los que tiene pensado comercializarse Final Fantasy I-VI Pixel Remaster. Mi problema es que, lejos de justificar dicho valor con importantes añadidos o basándose en la calidad original de sus propuestas, Square Enix esté encontrando tal excusa en el FOMO: en la escasez de unas copias que fabrican ellos mismos, que se niegan a posicionar en los estantes de tiendas como GAME, MediaMarkt o Amazon —al menos, de momento— y que, si bien aún tan siquiera han comenzado su proceso de fabricación, ya describen como “extremadamente limitadas“. Respaldados por una portada bonita y un cartucho cuqui que nos permitirá disfrutar de estas joyas aún tras un factible apocalipsis digital, Square Enix quiere hacernos sentir miedo por perdernos juegos que ya cargan más de 30 años a sus espaldas. Ya hay que tener poca verguenza.
Lo peor de todo esto es que aquellos que irremediablemente profesamos un gran amor a la IP no podamos evitar sentirnos mínimamente afectados emocionalmente por tales acciones, por mucho que nos pongamos una venda en los ojos e intentemos no entrar a un juego del que, sabemos, saldríamos perdiendo una vez más. Creo que hasta cierto punto la compañía nipona está forzando nuestros límites, poniendo a prueba nuestra nostalgia, y colateralmente nos está generando una molestia por incitarnos a participar en una situación que va contra nuestros principios y que nos deja entre la espada y la pared. Por ello, personalmente no pienso soltar un euro por este Final Fantasy I-VI Pixel Remaster, pero no me siento capaz de corregir a aquel que se deje una décima parte de su sueldo en él. Al menos, no si es consciente de lo que Square Enix está intentando hacer. Seamos cómplices si así lo deseamos, pero no las víctimas ilusas que quieren que seamos.