Un ejercicio oximorónico
Desde hace muchos años ya, quizás desde que comencé a desencantarme del mundo con la separación de mis padres y la asfixiante soledad que sentí durante mis años de temprana adolescencia, que comencé a ver el mundo de una forma más cínica y adopté el humor sardónico como un medio casi de defensa personal para evitar salir lastimado o exponerme demasiado frente a la gente. Es quizás oximorónico, entonces, que esté expresando mis vulnerabilidades aquí, en este texto que luego compartiré en Twitter donde, si bien tengo unos escasos cincuenta seguidores, quedará prácticamente abierto para que cualquier persona de cualquier parte que sepa leer en español pueda enterarse de esto.
Quizás es también mi lado más cínico, el cual veo apoderarse de mí más y más conforme pasan los años, el que me dice que estará bien pues prácticamente nadie acabará leyendo esto, que será como un grito frente a un acantilado vacío, donde no recibiré más respuesta que mi atenuada voz en forma de eco. Probablemente lo lean algunos compañeros de la web y poco más. Y es que ese es precisamente el “problema” que me lleva a escribir esto. Y “problema” con comillas porque realmente no sé si lo sea o si no es más que una consecuencia del camino que elegimos como escritores o críticos o lo que sea que seamos los que nos dedicamos a esto, a jugar a ser entendidos del medio de los videojuegos en nuestros tiempos de ocio, a compartir nuestras experiencias personales con obras que puede que nos tomemos más en serio de lo que corresponda o al que le damos un significado que en realidad no está ahí, sino en nuestros mismos ojos, empañados por nuestras vivencias.
Sería quizás más fácil hacer artículos hablando de los aspectos técnicos, de qué especificaciones servirían mejor con el último triple A o tirarnos de lleno a la última controversia, tecleando de forma rabiosa titulares que hagan llover los preciados clics que, asimismo, nos harían subir en las escalas de las editoras y quizás conseguiríamos keys para juegos más relevantes y, cual bola de nieve, terminar siendo una web más grande con el simple costo de entregar contenido vacío, fácil de digerir y aún más fácil de tocar los nervios correctos para que las masas asientan al leernos y compartan con sus amigos que pensarán igual.
Es en esos momentos cuando uno ha de preguntarse qué es lo que busca realmente al escribir un texto y si es que en realidad uno busca algo o si simplemente es un desahogo creativo, una forma de expresar de forma aunque sea medianamente coherente aquellos abstractos sentimientos que deja una obra tras los créditos y, en el peor de los casos, una justificación por haberle dedicado innumerables horas a un videojuego cuando el tiempo se va haciendo cada vez más y más valioso conforme pasan los años. No es fácil pues, tener un hobby como escribir sobre videojuegos pues la recompensa es poca, al menos la externa. El verdadero premio debe venir de adentro, de una sensación autosatisfactoria de logro u orgullo inclusive. ¿Pero qué pasa cuando el síndrome del impostor ataca? Últimamente no siento sino pesadumbre y algo de vergüenza tras terminar un texto. Veo lo que mis compañeros escriben y me pregunto reiteradamente qué hago en HyperHype. Al compartir un texto suelo soltar algún comentario del cómo no estoy del todo contento con el texto cuando en realidad no puedo siquiera tolerar el releerlo pues no encuentro más que palabras vacías que forman poco coherentes y casi sin cohesión entre ellas. Y las conclusiones salen porque los textos tienen que tenerlas, son antinaturales y detienen un flujo ya caótico del texto a un alto total que no permite la vuelta atrás. La tinta digital ya se ha secado, el texto ya se ha publicado y lo único que queda es olvidarse, dejarlo que se hunda en el mar de internet producto de la irrelevancia. En cierta forma para un escritor mediocre que saca textos de calidad irregular no hay mejor forma de expiar su incompetencia que dejando que sus palabras no sean oídas, no sean leídas.
Hasta hace poco, un texto que publiqué años atrás sobre LISA en mi blog personal no tenía más de diez visitas. Y ahora, por un fenómeno al que no puedo encontrar otra explicación que la publicación del video análisis de Dayo, ha visto una resurrección de entre los muertos del todo innatural. Cada semana Medium me manda un reporte de la actividad en mi blog, y la primera semana tras el video del famoso Youtuber, mi artículo recibió la nada desestimable cifra de veintiseis visitas, más de las que había acumulado en casi dos años. Ante esto tuve sentimientos encontrados, pues si bien me alegró que un artículo sobre un juego que amo tanto haya comenzado a recibir visitas, no podía evitar sentir que era un texto que no estaba a la altura y que exponía un artículo mediocre.
¿Todo eso para qué?
Al final del día la pregunta que siempre me planteo es si todo esto vale la pena. Me encanta escribir, pienso y la mayoría de las veces eso responde mi pregunta. Si amo lo que hago no importa tanto el resultado ni la recepción, pues disfruto haciéndolo. Pero últimamente y cada vez más me pregunto si será suficiente, si la oleada de culpabilidad y vergüenza justificaran las cada vez menos sensaciones de logro y auto satisfacción. Y, por sobre todo, la pregunta que más impera en mi cabeza es si realmente importa todo esto. Estamos aquí para hablar de videojuegos, no de cómo nos sentimos al hablar de estos. Y aunque los textos de mis compañeros Carlos y Ricardo fueron valiosos para mí tanto por su prosa bien elaborada así como por lo identificado que me siento con estos, no sé si importe en una escala mayor que se escape del círculo de escritores de videojuegos, dudo que le importe al jugador que quiere saber cómo es el último gran triple A, si vale la pena o la última controversia en la industria y, aún así, me pregunto si realmente importa que les importe.