La marca del autor
Parece mentira, pero Minecraft, el archiconocido fenómeno indie que durante tantísimos años supo cosechar alegrías y rabietas a partes iguales entre la comunidad de jugadores, y que supuso el principal punto de partida de grandes subgéneros como el actualmente estandarizado battle royale, pronto podrá soplar las velas nada más y nada menos que de su décimo cumpleaños, pues la propuesta, incluyendo sus tempranas fases de acceso anticipado, lleva entre nosotros desde el 17 de mayo de 2009, habiendo cosechado un total de 150 millones de copias. Poca broma.
Pese a su reducido impacto mediático actual, la propuesta concebida por el sueco Marcus ‘Notch’ Persson sigue siendo, aún a día de hoy, uno de los lanzamientos más relevantes del panorama, contando con una media de diez mil espectadores en portales de streaming como Twitch. Por ello a nadie debería de extrañar que Microsoft, la contemporánea poseedora de Mojang, esté preparando una gran celebración para este inminente aniversario. No obstante, quizás sí se pueda antojar mínimamente curioso el hecho de que su máximo creador, quien no forma parte del núcleo de desarrollo desde su adquisición en 2014 por parte del titán americano, no haya recibido ni una mera invitación a un evento – con rueda de prensa incluida – que, sin su trabajo de idealización y desarrollo, nunca habría tenido lugar.
No digo que no esté justificado. Desde que se hizo asquerosamente rico (vendiendo la IP del segundo juego más vendido de la historia por más de dos mil millones de dólares), ‘Notch’, asumiblemente, no ha dejado de insistir en perder el respeto de la comunidad que antaño tanto lo amó a base de declaraciones poco afortunadas, que han traspasado en más de una ocasión la barrera de la opinión para alcanzar las puertas de la ofensa. Hablo de insultos, de pensamientos racistas, e incluso de determinadas menciones transfóbicas, que sin demasiada sátira han reivindicado ideas tan absurdas como el ‘día del orgullo heterosexual’, y que de hecho han llevado a la compañía de Redmond a eliminar las referencias al creativo que se encontraban en el videojuego, como determinadas frases que aparecían en esa tan mítica pantalla principal de la propuesta. Viendo el odio engendrado hacia la persona y su tan arisca reacción a cualquier comentario, ¿por qué las medidas realizadas al respecto no me parecen del todo adecuadas?
It’s ok to be white.
— notch (@notch) 30 de noviembre de 2017
A la hora de organizar un evento privado, Microsoft, como entidad organizadora, se reserva el derecho a invitar a quien quiera, y a quien buenamente crea que puede cuajar en el proyecto. Eso es completamente lícito, y por ello, pese a lo interesante que podría haberme parecido ver a un desfasado ‘Notch’ despotricando sobre cualquier cosa relativa a la entrega que lo llevó de la mano al éxito – pero que también supuso su más que obvia decadencia a los infiernos -, no escribiré una sola línea criticando dicho movimiento. Sí, es justo, pues es Microsoft, como propietaria, la única que tiene la potestad para establecer un orden que favorezca un clima óptimo para la celebración. Porque entiendo que no todos tengan tantas ganas de jauja como un servidor, y porque creo que la celebración de un aniversario no siempre debe de ir ligada al equipo original. ¿Acaso precisamos de la formación original para celebrar, por ejemplo el 45º aniversario de AC/DC? Estaría complicado, desde luego. Pero, más allá de eso, no creo que, por casos así de excepcionales, pueda conformar una norma más, por más que en ocasiones sea lo idóneo.
Sin embargo, creo que es decididamente incorrecto el hecho de tratar de obviar la marca del autor; su sello en la obra. Nos guste o no, ‘Notch’, y no otro, fue el padre de Minecraft, y nada, absolutamente nada – por más cartelitos que se intenten remover, y por más ficheros que se cambien de lugar – podrá cambiar tal acontecimiento. Fue el sueco quien escribió sus primeras líneas, quien le dió esa viral forma cúbica a su universo, y quien plasmó su visión artística en un proyecto que no tenía porqué haber funcionado de una manera tan exageradamente notable, y que bien podría haber supuesto su ruina. El videojuego, como pieza de arte, debe de estar completamente desvinculado del responsable de su desarrollo, mas resulta necesario, para una correcta conservación del mismo, dar crédito a quien le dió forma. Solo así conseguiremos que los desarrolladores, independientemente de lo odioso de sus personalidades, pierdan el miedo al acercamiento y tratamiento de determinados tópicos, sorprendiéndonos periódicamente con obras vulgares, burdas, tramposas o ultrajantes, pero, ante todo, atrevidas.