Metaoasis
Vivimos una época muy inusual para la humanidad. La gente más afortunada, entre los que estoy agradecido de contarme, ha desplazado su trabajo desde una oficina a su casa, ahorrándonos los tiempos de viaje y brindándonos más tiempo para nosotros. En el 2020 jugué más de 70 títulos, terminando la gran mayoría de ellos, hazaña aun más increíble si se tiene en cuenta que cuatro de aquellos títulos fueron de la saga Persona, famosa por su duración. Pero mentiría si dijera que puse atención a todos y cada uno de los juegos. Muchos de ellos los jugué exclusivamente porque me permitían concentrarme en otra cosa mientras los jugaba, quedando relegados a meros juguetes con los que ocupar las manos y pasar el rato. Con esto no quiero decir que hayan sido juegos que valore menos, al contrario. Una de las obras que más he jugado de esta forma es a Enter the Gungeon y si no basta con el tributo que le hice para dejar en claro que es uno de mis videojuegos favoritos no sé qué lo hará. También hablé en su tiempo sobre el videojuego chatarra, que si bien es un nombre que puede sonar negativo en un principio, en realidad es por la comida chatarra, o comida rápida. Algo que no nutre, pero alimenta, cumple con el trabajo, especialmente cuando menos ganas tenemos de cocinar.
El tener más tiempo viene con un precio, claro. La pandemia si bien me dio la oportunidad para trabajar desde casa evita que pueda salir de ésta. Chile ha sido uno de los países que peor ha manejado la crisis post-vacuna y los casos de contagio siguen aumentando día a día. Con esto el panorama no es para nada alentador y, para alguien con depresión y desorden de ansiedad, esto causa estragos en mi estado anímico.
Mucho tiempo para no hacer nada; poco tiempo para hacer algo
Con las dos horas aproximadas que tengo extra en el día gracias a ya no tener que viajar a la oficina para trabajar, me encuentro entre manos con más tiempo para dedicarlo a mí mismo. No cuento con las suficientes energías ni ánimo para dedicarlo a hacer cosas más productivas como escribir o por fin comenzar a hacer ese juego que vengo soñando hacer desde que aprendí a programar, o desde mucho antes incluso, pero si con un extra de tiempo para dedicarlo al ocio. No todos los días quiero sumergirme en una obra desafiante intelectualmente desafiante como Disco Elysium ni tampoco para entrar de lleno a alguno de mis juegos en la lista de pendientes como Kentucky Route Zero, pero sí tengo tiempo para escuchar un podcast o mi lista de videos en Ver Más Tarde de Youtube mientras hago un par de runs en Enter the Gungeon.
Esto, sin embargo, no significa que tenga todo solucionado. La parte racional de mi cerebro me dice “Pues disfruta ese tiempo de ocio y juega a lo que te apetezca mientras escuchas lo que quieras”, pero otra parte más cuadrada, más apegada a reglas imaginarias auto impuestas me repite incansadamente que comience algún juego del backlog, que debería aprovechar y por fin jugar a Outer Wilds como es debido. O peor aún, que deba saldar mis cuentas como gamer y jugar a clásicos que tengo pendientes. Si sumara cada juego que quiero jugar por alguna de estas razones la lista llegaría a los centenares y, simplemente, sería imposible de terminar. No solo porque hay juegos muy largos dentro de dicha lista -razón por la cual termino decantándome por juegos más cortos cuando sí le doy oportunidad a una nueva obra- sino también porque cada día veo un nuevo indie en el horizonte que parece tachar todos los elementos de aquella lista en mi cabeza que me hacen querer jugar a algo.
Por eso no solo evito, sino que escapo de los videos y artículos que recomiendan los X juegos del mes que no te puedes perder pues no me siento en posición de jugar a nada nuevo si tengo tantos juegos pendientes y, como ya mencioné antes, tampoco es que quiera abrir mi lista de pendientes cuando no tengo ánimos de dedicarle mi escasa atención a un juego. Y esto se torna en un círculo vicioso cuando, entre más aumentan mis pendientes, más abrumado me siento cuando me dedico a explorarla para ver qué jugar a continuación. Y cuando uno se dedica a analizar videojuegos no se puede dar el lujo de dejar de jugar y ya está, pues la auto validación comienza a perderse y el síndrome del impostor captura más argumentos para lanzar en contra cuando uno menos se lo espera.
El asilo de los videojuegos en los videojuegos
Por eso títulos como la saga Yakuza y Persona han terminado siendo un verdadero oasis donde puedo descansar de la presión que significa cada título pendiente. Porque a la vez que juego títulos pendientes, tengo momentos de descanso en los que puedo conectar mis audífonos, escuchar un podcast mientras me dedico a pasearme por las calles de Kamurocho, haciendo actividades secundarias o mientras grindeo en un palacio en Persona 5. Estos juegos eternos, paradójicamente, me ayudan a evitar pensar en que debo terminar más juegos a la vez que puedo, simplemente, sentarme, tomar mi control y relajarme.