Siempre es buena excusa para volver a hablar de Mario
Como muchos sabréis, esta primera mitad de 2021 estamos de celebración. Uno de los personajes de ficción más queridos de las últimas décadas – por evitar aquello de “nuestro fontanero favorito” – cumplió el pasado mes de septiembre la friolera de 35 años, y, casi como la proposición de una cita obligada, Nintendo tuvo a bien realizar una gran celebración en honor a la marca, a los creativos que intervinieron en su gestación (véase Shigeru Miyamoto, Kōji Kondō o el siempre presente Satoru Iwata), y a ese dedicadísimo público que, presente hasta en el más recóndito rincón del planeta, ha acabado mitificando un personaje un tanto mundano que ni siquiera se concibió originalmente para ser un fenómeno de masas. Y es que, como ya dijo mi compañero José Miguel González en un artículo para este mismo portal, “regordete y ordinario, Mario es un héroe, el “working class hero” de los videojuegos, pero también un hombre común.”
A escasos días de que Super Mario 3D World llegue a nuestras Nintendo Switch acompañado de Bowser’s Fury – la que, en principio, debería de ser la última experiencia original del fontanero que recibamos como parte del aniversario, tras el estreno de Super Mario Bros. 35 y Super Mario 3D All-Stars a finales del pasado año -, en HyperHype hemos tenido el placer de recibir un ejemplar de una obra que quizás haya pasado más desapercibida que las anteriormente citadas, pero que, habiéndose estrenado el pasado mes de diciembre como un producto oficial de Nintendo, es curiosamente la que mejor funciona como homenaje a la licencia. El arte de Super Mario Odyssey, como su nombre indica, configura una entrega especialmente interesante para aquellos que disfrutaron de la última incursión de la saga, pero sorprendentemente también consigue serlo para los que alguna vez han disfrutado de ella, e incluso para los que simplemente encuentran en la IP una fuente de inspiración habitual.
Es un codiciado título que consigue regocijándose en su naturaleza como objeto de celebración, y es que, consciente de ello desde su mera presentación, el artbook, muy dado al coleccionismo y a la exhibición, siempre busca imponerse como algo grande, especial. Lo hace literalmente, por fuerza bruta; así lo dejan patente los más de 2,7kg que pesa su gigantesco cartoné de dimensiones 24,6cm x 30,4cm – y que hacen que sea un libro muy difícil de sostener en los brazos una vez pasados los primeros minutos -, pero también la elegantísima funda plástica que lo envuelve – un acierto tremendo, en mi opinión, con respecto a las frágiles sobrecubiertas de papel satinado que monopolizan esta clase de productos – , la cual facilita posicionar el libro en posición vertical sin apoyo adicional; como un trofeo, como un objeto que merece la pena exponer.
Y desde luego que merece la pena hacerlo, porque es un objeto que merece la pena señalar, enseñar, recordar. No es, precisamente, un libro de arte muy referencial, y es que, a diferencia de otras obras publicadas por Norma Editorial como El arte de Cuphead, no creo que deba esperarse de él una herramienta de trabajo sobre la que bocetar, copiar y estudiar; hay mucho de proceso creativo en él, hay algo de las otras etapas del desarrollo, pero no es ese el público al que apunta. Es un sacrificio que realiza conscientemente, un nicho de mercado que decide descuidar, en pro del mimo más absoluto a su verdadero target, al cual se encarga de atiborrar no con spritesheets completos de personajes o densos cuadros de texto, sino con ilustraciones y diseños conceptuales muy trabajados y visualmente impactantes, y con muy digeribles fichas de personajes, curiosidades, easter eggs y anotaciones sobre los bocetos presentes, que aligeran y hacen más divertida la lectura. Esta clase de recursos nunca han sido de mi total agrado – menos aún cuando se explotan tanto como en esta ocasión – pero he de admitir que tales conjuntos de tachones, flechas y bocadillos suelen arrojar esta vez información interesante que merece la pena destacar, que merece la pena destacar de ese preciso modo, y, lo que es más importante, que permite deducir de un rápido vistazo cómo, en una producción del calibre de Super Mario Odyssey, todo está pensado al milímetro. Porque el buen arte es matemático.
Pese a estas apelaciones gráficas al mainstream y al público más infantil, ha de hacerse justicia y comentarse que El arte de Super Mario Odyssey logra mantener las distancias en todo momento sin llegar a poder tildarse de libro superficial. Es una producción ostentosa, para nada sutil, pero ello no le impide ser extremadamente respetuosa con el material original (no tanto con su autoría) y con la propia marca que representa. La maquetación, que intenta cuidar con relativo éxito los espacios brindando a ciertas ilustraciones y pósters la importancia que merecen (incluyendo numerosísimas estampas a doble página), nos lleva de vuelta independientemente de nuestros gustos y preferencias a esos menús tan característicos y tan bien pensados de la propuesta original, mientras que la traducción, esta vez al cargo de David Heredia, se mantiene al nivel adaptando a nuestro idioma con tino y buen hacer expresiones coloquiales difíciles de trasladar al lenguaje local, algo a lo que desde Norma nos tienen demasiado bien acostumbrados.
Más grande que New Donk City
Desde las primeras ilustraciones a doble página que abren las primeras páginas de la obra hasta ese exquisito diagrama final que recopila al completo la historia de los videojuegos de Mario, pasando por todos esos diseños conceptuales que nos han robado el corazón y nos han hecho apreciar aún más si cabe la última entrega de nuestro fontanero favorito, El arte de Super Mario Odyssey, como parte de la celebración del 35º aniversario del personaje, es un objeto cuyo interés es evidente, obvio, que se antoja casi como necesario para aquellos que verdaderamente disfrutasen de la propuesta original. Un homenaje recursivo, de unas dimensiones casi tan enormes como la leyenda a la que busca honrar, que deja patente, una vez más, lo que tantísimas obras – como Odyssey per se – llevan encargándose de demostrar durante años y años; que siempre es buena excusa para hablar de Mario. Que Mario es inmortal.
Este análisis se ha realizado con una copia física para prensa proporcionada por Norma Editorial.