Esposas y Dragones
Pocas sagas de videojuegos más afianzadas y emblemáticas que Dragon Quest. La semilla que Yuji Horii planto en NES hace casi treinta y cinco años, está dentro de cada uno de los JRPG que jugamos a día de hoy y aunque en occidente no goce del cariño que tiene en Japón (todos sabemos que para los Japoneses esta saga es casi algo sagrado) no podemos obviar el mérito de estos juegos. Yo mismo prefiero Final Fantasy, como la mayoría en occidente, pero le tengo un cariño especial a la obra de Horii.
Cómo decían en The Verge, jugar un Dragon Quest es como colocarte tu suéter favorito y prepararte para pasar la noche. Una vez entras en la saga cada título resulta sobrecogedor y esa sencillez que lo caracteriza se vuelve una de sus grandes virtudes. Mientras que los Final Fantasy pueden llegar a ser sumamente distintos uno de otro y su fórmula ha sido reinventada varias veces, Dragon Quest está ahí, tan puro como el primer día, dispuesto a servirnos de refugio y abrigo con cada una de sus entregas. Con estos juegos me pasa algo similar que con la serie Shaman King (lo siento, estoy emocionado por el remake y me es imposible no sacarla a colación), volver a ellos es una experiencia casi terapéutica, me ayuda a desconectar y liberarme del peso del día a día; son ese “lugar feliz” al que sé que puedo volver si me hace falta y donde me sentiré a gusto sin importar el tiempo que pase. Y creo que es precisamente esto, aunado a que son juegos diseñados para que los disfruten grandes y chicos, lo que lo ha llevado a ser un fenómeno tan increíble en una sociedad como la japonesa, donde la cultura laboral y el ritmo de vida son tan abrumadores.
Mi relación con estos juegos está principalmente ligada a Nintendo DS, siendo mi primer acercamiento con el noveno título y a partir de ahí pasando por los remakes disponibles para la portátil. Me he planteado varias veces el hablar sobre ésta saga, pero no sabía cómo enfocarlo. Una de las ideas que más me planteé es hablar de cómo su cuarta entrega es al mismo tiempo lo que muchos buscaban en Octopath Traveler y la base sobre la cual se construye éste. Sin embargo, puestos a hablar de un juego en específico tengo que decantarme por Dragon Quest V: La Prometida Celestial, uno de los títulos más queridos dentro de la franquicia y mi favorito personal hasta los momentos.
Algo que me gusta de este juego es que a pesar de plantear varias diferencias, tanto en historia como en jugabilidad, respecto a lo que había sido la saga antes, no abandona para nada la esencia de la serie. Es un juego un poco particular dentro de la misma pero estas particularidades son precisamente algunos de sus puntos álgidos.
Mecánicamente no ofrece nada del otro mundo, es un JRPG clásico y se juega como tal. Así pues tenemos exploración de mazmorras, combates aleatorios por turnos, subir de nivel y mejorar nuestro equipo a medida que avanzamos y algo de grindeo si nos hace falta. Hasta aquí nada fuera de lo común. Sin embargo, el juego introduce la que es una de sus marcas de identidad: el reclutamiento de monstruos para que formen parte de nuestra party. Un añadido que precedía a lo que cuatro años después acabó siendo Pokemon. Durante gran parte de la aventura estos monstruos serán nuestros únicos acompañantes mientras en otras nos servirán para completar los cuatro miembros del grupo. Cabe destacar que no es un juego pensado para que te hagas con todos, de hecho hacerlo sería bastante aburrido ya que son los monstruos quienes te piden unirse a ti de forma más o menos aleatoria. Aún con todo la idea está ahí, adelantándose una vez más al resto e introduciendo ideas que luego serían ampliamente explotadas tanto por terceros como por spinoffs como la serie Monsters.
Ahora bien, el verdadero motivo por el cual este Dragon Quest es mi favorito hasta ahora se encuentra en su trama y narrativa. Al igual que en muchos juegos de su género –y en todos los demás títulos de la saga–, controlamos a un protagonista mudo cuyo nombre elegimos al iniciar la partida, un avatar. Este recurso se usa para que nos coloquemos en el papel del protagonista: nosotros somos ese héroe elegido destinado a salvar el mundo. Con esto no le estoy revelando nada a nadie, lo sé, pero si lo menciono es porque en esta ocasión Yuji Horii llevaba esta idea un poco más allá. Al iniciar el juego lo primero que vemos es a nuestra madre, una princesa, colocándonos ese nombre que nosotros elegimos momentos antes y a partir de ahí la historia se desarrolla durante toda la vida de nuestro personaje. Empezamos jugando como un niño acompañado de su padre, luego somos un joven maestro de bestias y para cuando nos acercamos al final son nuestra esposa e hijos quienes nos acompañan en la aventura. A medida que crecemos nuestras relaciones con otros personajes y entornos van avanzando también, haciendo que el desarrollo se sienta natural. Una naturalidad que se ve reforzada por el añadido de que podemos comentar situaciones de la historia con los miembros del grupo o hablarles para que nos den consejos en el avance de la aventura, lo que ayuda a que no nos estanquemos pero también a que nos adentremos más en su mundo.
Si el juego se titula La Prometida Celestial es por algo, y es que llegado un punto en la historia tendremos que elegir una pareja con la que formar una familia. En el juego original teníamos dos opciones mientras que en la versión de DS y móviles se incluye una tercera que es evidentemente la elección mala que nadie debería elegir (no lo digo yo, lo dice Yuji Horii). Esta decisión repercutirá en el aspecto de nuestros hijos y en varias escenas del juego, dándonos finales ligeramente distintos. No es la primera vez que la saga introduce decisiones que alteran el desarrollo y final del juego, de hecho es algo que ya sucedía en el primer Dragon Quest, en el que podíamos elegir si salvar o no a la princesa de la guarida del dragón y en función de esto tener uno de dos finales. Pero en este caso va más allá de la anécdota, es una situación bien construida y desarrollada que empieza a cocerse desde los primeros compases del juego. En general el guion está bien escrito, es una historia sencilla basada en el viaje del héroe y una gran lucha del bien contra el mal como es habitual, pero con giros argumentales muy bien traídos (uno de ellos rompe en cierta medida con el canon de la saga) y que está adornada por personajes y situaciones carismáticas y bien definidas.
Tal vez este juego, o cualquier otro de la franquicia, no tenga la trama más profunda ni los personajes más complejos, pero no le hace falta en absoluto. Cuando llegas a la pantalla de título y suena el tema principal de la saga -ese himno a la aventura que nos regaló Koichi Sugiyama y nos acompaña desde la primera entrega- sabes que estás a punto de iniciar un viaje épico y que mientras ésta dure estarás seguro; qué nada saldrá mal porque tú eres el héroe elegido y, sin importar qué, vencerás a la oscuridad una vez más.