Llegar años tarde, pero justo a tiempo...
Me ha ocurrido con varios títulos a lo largo de los años, eso de escuchar durante mucho tiempo lo maravillosos que son, verlos convertirse en clásicos o incluso conocerlos ya como clásicos consumados sin yo haberlos llegado a probar. Muchos siguen ahí por el momento, en esa lista de joyas sin descubrir, como es el caso de la saga Yakuza (a excepción del spin off Yakuza Like a Dragon), otros los probé años después de que se convirtieran en obras de culto, como es el caso de Nier: Automata y, quizás por las altas expectativas o quizás por cuestión de gustos, resultaron ser una gran decepción personal. Sin embargo, en algunas ocasiones llegué a esas joyas consumadas y la experiencia fue tan buena como la esperaba, o incluso mejor. En esta ocasión, en concreto, estoy hablando del que es considerado uno de los principales baluartes del JRPG, un título que en 1997 se convirtió en uno de los símbolos indiscutibles de la primera consola de Sony: Final Fantasy VII. Estas líneas son un tributo a mi tardío descubrimiento de la popular obra de Squaresoft, haciendo hincapié en la importancia de esa perspectiva de ponerte a los mandos de una joya aclamada con cierta expectativa, con cierta presión, con una idea previa fuertemente preconstruida, una idea previa que a veces no se ajusta a la realidad, como en el caso de Nier: Automata y que otras veces es superada por los resultados.
Tengo que confesar que el JRPG no es mi género favorito, nunca he sido gran fan de la saga Final Fantasy, ni de otras similares. Ya sea por temática, estética o mecánicas de juego, ese mercado nunca ha sido mi principal foco de interés en los videojuegos, y tal vez por eso me demoré tanto en darle una oportunidad. Conocía muchas cosas sobre Final Fantasy VII antes de empezar con él, pero me sorprendió encontrarme con muchas cosas más que los dichosos spoilers no me habían estropeado. Conocía a su icónico villano, a su protagonista, la muerte de cierto personaje crucial en la trama e incluso su trasfondo medioambiental y su discurso anti corporativista, y aún así consiguió sorprenderme. Desde casi los primeros momentos, su narrativa me resultó mucho más magnética e interesante de lo que esperaba – sí, obviando los numerosos errores de traducción –, así como el desparpajo y lo claros que están sus mensajes y su discurso. Y aunque debo reconocer que uno de los primeros pensamientos que tuve fue “joder, si hubiera jugado esto de niño me hubiera calado muchísimo”, también agradecí haberlo probado de adulto, pues mi visión del mundo ha cambiado mucho y entiendo los mensajes de forma totalmente distinta.
Tengo que reconocer que hace un buen puñado de años hubiera mirado con peores ojos a Avalancha y sus actos “cuestionables”, y no hubiera sentido tanto esa lucha y ese odio hacia las clases dominantes, las grandes corporaciones y la explotación egoísta de recursos. ¿Por qué? Pues porque no eran pensamientos tan interiorizados y sentidos para mi cuando era un niño. Porque no entendía ese odio hacia las megacorporaciones como lo entiendo ahora (gracias Jeff Bezos y similares, por hacerme entender mejor Final Fantasy VII). El contexto social y económico actual, y claramente, también el ecológico, me han hecho percibir Final Fantasy VII de forma mucho más visceral. El presidente de Shinra no me parece un villano caricaturesco e inverosímil, sino que encarna para mí a muchas personalidades reales. De niño no hubiera percibido mucha diferencia entre este villano y Bowser, o no hubiera apreciado el gran abismo que separa a villanos como Sephirot de otros que son malos porque… son malos.
El hecho de que ese cambio de percepción personal, fruto de la madurez, me haga ver Final Fantasy VII de manera muy distinta me parece un indicativo evidente de las intenciones del juego en su época, y creo que es algo que habla tremendamente bien de él.
A los pocos minutos de empezar, dos de los protagonistas conversan sobre la situación de los más desfavorecidos en la sociedad que plantea el juego, y una de las frases me pareció para enmarcar: “Nadie vive en los suburbios porque quiere. Como este tren, que va por dónde lo llevan los raíles”. El juego deja clara su intencionalidad desde bien pronto, y también se hace evidente que, a pesar de sus momentos cómicos y su componente fantasioso, es una obra muy seria y adulta. En una época en la que no demasiados videojuegos se atrevían a andar esos caminos, en gran parte porque el videojuego no era considerado un medio serio, sino un mero juguete, Final Fantasy VII apostó por una narrativa seria y con alma, con un mensaje social real y potente, con temáticas que se podían trasladar a la realidad en 1997 y que siguen pudiendo trasladarse hoy en día. La corrupción del poder económico y político, el control del dinero sobre los organismos políticos, la explotación desmedida, la marginalidad social o incluso el terrorismo están incluidos en el cóctel de Final Fantasy VII, y gestionadas para encajarlas con elegancia en un marco de ficción y fantasía épica. Es decir, manteniendo los pilares básicos de la narrativa fantasiosa (héroes, profecías, villanos marcados por la tragedia personal, compañerismo…) es capaz de incluir mensajes y temáticas críticas, y también posturas y discursos ideológicos claros.
Dejando esos temas a un lado, estoy disfrutando Final Fantasy VII más de lo que esperaba también por otros motivos. No conocía los entresijos de la historia de Sephirot, Jénova y Aeris, y me están resultando fascinantes, una mezcla de esa épica fantástica con elementos que me recuerdan a títulos como Resident Evil, como la experimentación con criaturas y armas biológicas. También por el ritmo de su historia y sucesos, que me resulta especialmente acertado y dinámico, sin caer en situaciones demasiado extendidas, haciendo cada parte del camino interesante, e intercalando con precisión tensión, descansos y momentos puramente narrativos para situar al jugador poco a poco en el trasfondo del mundo que se nos presenta.
En definitiva, Final Fantasy VII está siendo todo un descubrimiento personal, una sorpresa muy grata, y es que, sinceramente, no esperaba que me gustara tantísimo un juego de este género. Su combinación de elementos y su intención narrativa me parecen magistrales, y creo que logra una experiencia inmersiva para el jugador envidiable en su época y aún hoy en día. Sabe generar interés en su historia desde distintos frentes, y el discurso ideológico no se ve atenuado o adulterado por el componente fantasioso, ni tampoco al revés. Creo que es una obra que logra un gran ejercicio de equilibrio y precisión, una precisión relojera para que todo funcione bien. Tanto es así, que es un título muy disfrutable incluso para aquellos no aficionados al JRPG clásico (como es mi caso). Sin duda, Final Fantasy VII es merecedor de sus estatus de obra de culto, pues funciona aún bajo la presión de las expectativas y, en mi caso, incluso las supera.